A
Luis Zapata, Malena Steiner y Enrique Caballero
Intentar realizar una biografía de José, es
una empresa que tiene escenario, rebeldía, música y un espacio donde el teatro
se manifiesta. Lo conocí gracias a Luis Zapata. Eran unos jovenetos que se
amaban por encima de tabúes y normas estúpidas, lo conocí producto del azar
como sus obras de teatro. Una mañana en el interior del Sanborns de Acapulco, iba
con mi madre y mis hermanas y de pronto vi a Luis acompañado de quién en
segundos sabría su nombre: José Dimayuga. La primera impresión la tuvimos a la
entrada del viejo Sanborns, eran los años del programa Solidaridad
y el inicio del derrumbe de México como nación autónoma y de la recién estrenada
Autopista del Sol que desde entonces
está en remodelación y por lo menos ya la hemos pagado cien veces.
José, “joven venablo de cupido”, Luis, puerta
de los asombros enconchado en su cigarrillo y esa mirada perdida en algún punto
intermedio entre la palabra y la vida.
Al nacido en Tierra Colorada, Guerrero en
1960, un 19 de marzo; lo percibí como un hombre tímido, sarcástico y de buena
sangre. Charlamos los tres de nimiedades, quedamos en vernos más tarde en el
bar del hotel donde me hospedaba.
Con Luis Zapata corrimos aventuras
literarias en los ochentas cuando me encargaba de un programa de lecturas de
escritores en Cuernavaca; Rosina Conde coordinaba una editorial independiente
en la que Zapata publicó “De amor es mi
negra pena”, y que presentamos en ese espacio, al igual que Dos horas de sol de José Agustín en la
que ve con tristeza “un obsesivo deterioro de un sitio tan maravilloso como el
puerto de Acapulco, lugar al que estamos echando a perder de manera
irreversible. Por el otro sopeso el paraíso perdido como la juventud que se va.
La pérdida que trae el paso de los años”. Esta declaración le cuadra bien a
José Dimayuga, un habitante del paraíso derrumbado de Acapulco. Esas lecturas
sirvieron para catapultar a un
montón de escritores hoy ya no tan jóvenes, unos más leídos que otros, escritores
de búsqueda, de ejercicio de la libertad de escribir sin becas, sin apapachos
institucionales y con enormes ganas de empuñar a través de la literatura las
armas de la verdad, como José Dimayuga, presente en la presentación del libro
de Amor es mi negra pena de Zapata.
Una vez instalado en Guerrero, la primera
actividad que nos tocó en el antiguo y todavía vivo IGC, fue la muestra estatal
de teatro que nos dejó aventada el ex director del entonces Instituto
Guerrerense de la Cultura.
Nos volvimos a encontrar y desde entonces
me interesó su trabajo, he sido un lector insaciable y un más o menos buen
observador de teatro.
La obra de Dimayuga me interesó, por su
cercanía con la realidad y el doble juego de consonancias plásticas y verbales.
El nacido en Palma Gorda, incursionó en el
cuento, novela y poesía; fundador de Opus Gay en la Facultad de
Filosofía y Letras. Su obra es intensa y tiene el sello que le imprimió a su
vida personal y profesional sin medias tintas; País de sensibles, en
1994; Luna en Piscis, puesta en escena por los actores Enrique Caballero
y Malena Steiner, a mi juicio los mejores actores teatrales de Guerrero; Pacífico
violento; La última pasión de Antonio Garbo, y Las órdenes del corazón.
En 1993, Tito
Vasconcelos dirigió su obra, Afectuosamente su comadre interpretada por
Maya Ramos y Mónica Serna. Con esta obra ganó el Premio Nacional de Dramaturgia de la
Universidad Autónoma de Nuevo León y finalista en el VI concurso internacional
de obras de teatro del tercer mundo en Venezuela.
En esta obra, explora el instante con un
lenguaje directo, José crea el puente entre un travesti y una maestra de
escuela. Un accidente automovilístico pone a dos seres que nunca se hubieran
conocido de frente y se logra captar la desnudez del ser humano y el encuentro
con el otro. Es una negra noche donde resurge la amistad, el goce, el
reconocimiento y la solidaridad humana. Los personajes de Dimayuga se mecen en
esa diáspora entre la noche y el día, el apego y el desapego. Brilla en esta
obra el lenguaje que el autor recrea con sus personajes. Como dije al
principio, su obra esta hecha de música, y Afectuosamente
su comadre es un canto a la amistad de dos seres con mundos opuestos. Esta
obra me recuerda un cuento de Cortázar del libro Todos los fuegos del fuego, ambientado en una autopista de Paris durante
un bloqueo que permite que los auto nautas se conozcan, se identifiquen, se
amen y se odien.
Se desempeñaba como coordinador de talleres
de teatro en Acapulco, labor que nunca dejó. Su pasión siempre fue el teatro. Su
legado es trascendente en un estado como Guerrero que carece de teatros y de
escritores teatrales, así como de actores profesionales y una compañía teatral
que está en proceso, creo yo. Dagoberto Gama es un solitario en un estado donde
la actividad teatral se confina a obritas sin chiste. Existen experiencias que
van cuajando como de la Mancha. Lo paradójico es que las Jornadas Alarconianas,
desde que las dejó Héctor Azar se convirtieron en negocio y fraude cultural.
¿Cómo es posible que a chorrocientos años de fundadas, hayan sido “jornaditas
rancheras”, y cómo en tanto tiempo no han concitado una actividad teatral de
mayor calado en Taxco, Guerrero, México y el mundo, como otros festivales más
jóvenes?
Lo que más me extrañó, es que se haya solicitado
donadores de sangre durante su hospitalización en la cama 217 del Hospital
General de Chilpancingo. De inmediato pregunté y me dijeron que padecía anemia
y neumonía, y de pronto por un mensaje del secretario de Cultura, Mauricio
Leyva me enteré de su muerte. Coño de eso no se muere nadie a menos que te
encuentres en lo más alto de la Sierra madre, fue mi primera reacción y recordé
la muerte prematura de Ismael Catalán por negligencia médica. La verdad fue un
golpe al pecho. ¿Cómo que te moriste, tan así, tan sin interpretar la propia
obra de tu muerte?
Los primeros instantes fueron de duda,
morirse de neumonía, no cuadra, no embona, no es creíble querido José, pero así
fue, así es.
Dimayuga,
voló al centro de la tierra que esta en los cielos sin recibir una cascada de
sangre del color infinito y claro del ondeante arco iris.
El
mejor homenaje a Dimayuga es formalizar la enseñanza del teatro en Guerrero,
publicar sus obras completas e imprimirle un sesgo de ciento ochenta grados a
las Jornadas Alarconianas.