POR AÑOS, DURANTE TODOS
LOS AÑOS en que estuvo en la oposición, el hoy presidente de la República,
Andrés Manuel López Obrador, exigió, junto con los que hoy gobiernan la
República, la desmilitarización del país, es decir, que el Ejército y la Marina
regresaran a sus cuarteles de donde los habían sacado los gobiernos priístas y
panistas. Decía entonces que los soldados cometían toda clase de atropellos,
además de que fueron utilizados para cometer diversas matanzas, entre ellas la
de El Charco, en Ayutla, y la de Tlatlaya, en el estado de México, entre otras.
Claro, no era el único que
decía que el Ejército era represor y violador de los derechos humanos. Que se
utilizaba para llevar a cabo desapariciones forzadas, exterminios, y todo tipo
de atropellos en contra del pueblo. Eso lo decía el hoy presidente de la
República cuando estaba en el PRD, y claro, también lo decía en su nuevo
partido, Morena. En sus dos campañas por la presidencia bajo el cobijo del PRD,
fue una exigencia, y lo mismo hizo como candidato morenista. El Ejército en las
calles era lo peor, por lo que había que regresarlo a los cuarteles, porque su
función era otra, y no desaparecer normalistas como ocurrió en Iguala.
Eso fue, como decíamos,
cuando andaba en campaña, y en la oposición, en la izquierda, porque hay que
decir que López Obrador también fue parte del PRI, y de los gobiernos priístas,
tanto que hasta le compuso un himno, en donde exaltaba al Revolucionario Institucional.
Y como decíamos, no era el único que exigía sacar a los militares de las
calles, pues también lo exigían la izquierda histórica, la que viene de hace
muchas décadas atrás, la que señala con índice de fuego que fue el Ejército
quien perpetró la matanza de 1968.
Ese mismo ejército, fue el
que perpetró la guerra sucia en Guerrero, la que cometió toda clase de abusos,
atropellos, desapariciones forzadas y asesinatos. Ese mismo ejército fue el que
mató a Lucio Cabañas y combatió a Genaro Vázquez, y ese mismo ejército,
también, fue el que Felipe Calderón sacó a las calles en su guerra contra el
narcotráfico, y el mismo que mantuvo Enrique Peña para continuar la guerra que
costó miles de muertos.
Por eso es que ese
ejército, que era utilizado contra el pueblo, debía volver a sus cuarteles, y
las organizaciones sociales, los sobrevivientes de la guerra sucia, y las
víctimas de Tlatelolco, El Charco, y Tlatlaya, entre otros, le creyeron y
votaron por él. Vamos a acabar con la militarización del país, decía.
Sí. Llevar a los
militares, a los soldados a sus cuarteles fue una promesa de campaña, como
también crecer al 4 por ciento anual, acabar con la corrupción, y darle
prioridad a los pobres. Esas fueron sus promesas, no sólo de la última campaña
que lo llevó a ganar la Presidencia de la República bajo las siglas de Morena,
sino también en la primera y la segunda, en la que compitió bajo las siglas del
PRD.
Pero, eso era en campaña
porque nomás ganó la elección presidencial, se le olvidó, entre sus promesas, la desmilitarización del país.
Y es que, al protestar como Presidente de la República, Andrés Manuel López
Obrador se convirtió, de facto, de golpe
y porrazo, en el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, es decir, el mero
jefe de los soldados a los que tanto criticó y satanizó como oposición.
Dice el dicho que cae más
pronto un hablador que un cojo, y eso es lo que le pasó al Presidente. De estar
en contra de las fuerzas armadas, llegando a decir incluso que el Ejército
debía desaparecer, pasó a darle todo, desde recursos hasta convertirlos en
constructores, a ponerlos al mando de la Guardia Nacional, tras desaparecer a
la Policía Federal, hasta darle facultades de policías con el fin de que se
hagan cargo de la seguridad pública del país, algo q ue ni en sus peores momentos llevaron a cabo los gobiernos priístas
y panistas.
Es decir, contrario a
sacarlos de las calles y mandarlos a sus cuarteles como fue una de sus promesas
de campaña, hoy como Presidente de la República no solo los mantendrá en las
calles, sino que ahora con facultades para hacerse cargo de la seguridad
pública por al menos el resto de su gobierno, aduciendo que se requiere de sus
servicios.
Hay que decirlo. Nadie
puede estar en contra del Ejército Mexicano, y menos cuando en tiempos de
contingencias, producto de desastres naturales como las lluvias y terremotos,
realiza labores de ayuda y de auxilio. Sin duda es de reconocerse su servicio,
pero hay que decir que por la formación y adiestramiento militar de sus
miembros, hay pruebas de sobra para decir que ponerlos en funciones de policía
es un gran peligro, y un riesgo para el prestigio de las propias fuerzas
armadas.
Puntualizo. Con todo y su
preparación, los militares difícilmente podrán hacer funciones de policías en
razón de que tienen una formación diferente, de ahí que cuando se les han
asignado tareas de seguridad, se incrementan las denuncias por violaciones a
los derechos humanos. Mantener al Ejército en las calles, fuera de sus
cuarteles, como lo hicieron los gobiernos a los que ha criticado el Presidente,
es un error, y más cuando se le dan tareas específicas en materia de seguridad
pública.
“El despliegue va aunque
me critiquen”, dice el Presidente ante señalamientos incluso de las Naciones
Unidas, y de la reprobación de la presidente de la CNDH, Rosario Ibarra, una de
sus empleadas en el gobierno que encabeza.
Es cierto. No es lo mismo
ser borracho que cantinero.
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