ROGELIO MARTÍNEZ FAZ |
La
suerte de los inmigrante sin documentos en Estados Unidos pende de políticos
incompetentes, de un activismo de quimera y de una fe religiosa crédula.
Para empezar la palabra
inmigración, en referencia a los seres humanos según la Real Academia Española
dicta: “dicho del natural de un país: Llegar a otro para establecerse en él”.
Entretanto que migrar se refiere a: “desplazamiento geográfico de individuos o
grupos, generalmente por causas económicas o sociales”. Y con respecto a
migratoria dice: “perteneciente o relativo a la migración o emigración de
personas”, sin especificar un lugar determinado.
Por supuesto estamos claros
cuando nos referimos a una reforma migratoria como una inmigración documentada
para establecerse en Estados Unidos. Pero eso de no llamar las cosas por su
nombre, aunque podría ser irrelevante, refleja una realidad de los inmigrantes.
Al grano. Los logros a favor
de la reforma inmigratoria se han utilizado más para enaltecer los méritos del
activismo sobre los resultados con el show mediático, por lo que continuamente
se peca de entusiasmo que no corresponde a la realidad, incluido el activismo
periodístico.
Y como ya es costumbre, se
entrelaza el discurso político con lo religioso, porque tras frustraciones se
acaba invocando a Dios para que dé a los políticos una dosis de misericordia,
lo que no ha sucedido. Por lo que la fe religiosa, al menos en este asunto, es
un estado de ánimo basado en la metafísica teológica sobre la ontológica. Y es
que ni Dios ni los santos votan, ni hacen campañas políticas.
Los “milagros” se han
limitado a logros por debajo del entusiasmo, para terminar estrellándose contra
la piedra de los lamentos: el Capitolio. Un entusiasmo utópico que le había
dado por celebrar por anticipado hechos antes de consumarse.
Como cuando el Senado aprobó
la “immigration reform”. El movimiento pro inmigrantes y los medios de comunicación
en español lo celebraron creando una ilusión en la comunidad para su lucimiento
a sabiendas que la misma debería de pasar por la Cámara de Representantes,
donde la mayoría es del partido Republicano.
El activismo y las
organizaciones pro inmigrante o no ha querido o no ha sabido interpretar las
lecturas políticas, leer las letras chiquititas, las entre líneas. O de plano
no se han atrevido a denunciar las vaguedades políticas tal como son, y
reconocer que su lobby ha sido pura faramalla. Y su tarea se ha centrado en
convencer a los convencidos y de atacar a los opositores en lugar de
granjeárselos.
Cuando se decide mostrar la
fuerza política de los inmigrantes, dejando de lado el significado de la
palabra migratoria y la fe para llegar al objetivo con dialéctica pura, el
recurso es la desobediencia civil de la mano de los sindicatos, con la
bendición religiosa.
De donde surgen las amenazas
contra quienes se opongan a la reforma. Amenazas que van dirigidas a castigar a
los políticos con votos en contra en las próximas elecciones. Pero ni eso nos
alcanzado, ni parece asustar aquellos que están protegidos con el “God bless
America”. Incluido el presidente Barack Obama, que colmado de bendiciones
apenas puede contra los demonios que atacan su reforma de salud.
Y lo que Obama podría haber
hecho con menos plegarias para lograr una “immigration reform” hubiera sido
presentando la iniciativa en su momento, y no lo hizo. Es más, dijo que si los
legisladores no la presentaban él lo haría ¿Y? A estas alturas presentarla en
la Cámara Baja a ver si pasa a último minuto sería un verdadero milagro ¡ojala
Dios lo quiera! ¿Pero usted cree en los Santos Reyes? Si es así como quiera
tendrá que esperar al próximo año.
Se nos fue el año en
ineptitudes, quimeras y credulidades. Solo falta saber si distinguimos entre
migrar, emigrar o inmigrar.