Mañana después del desayuno
prometo encerrarme
bajo pena de traición
a la patria
si no cumplo lo prometido
a terminar íntegra
la traducción al inglés
del Himno Nacional
y el nuevo diseño
de los símbolos patrios.
Chiapas
no Apartes de mí tu Cáliz,
1994
A Alejandro Vera
Otra vez los símbolos
se nutren de horrores. Los mitos nacían de una necesidad por entender a la
naturaleza, el origen de la vida, engendrados durante el pensamiento pre
científico y diseminados por la tradición oral de generación en generación.
Mircea Eliade, uno de
los grandes estudiosos sobre los procesos simbólicos y mágicos de la humanidad,
en su texto clásico, Mito y realidad,
Eliade justifica la funcionalidad del mito como una estructura colmada de pluralidades,
entiende o se le revela a la realidad, o es la realidad llevada a una
concepción ontológica.
Quién manipula
el mito, “esta en posesión del conocimiento y posee los instrumentos para
controlar y cambiar el mundo”, digo yo,
o a mantenerlo en un estado de tribulación. Siguiendo a Eliade, el mito
ha contribuido en todas las culturas: “gracias al mito, el mundo se deja
aprehender en cuanto cosmos
perfectamente articulado, inteligible y significativo. Al contar cómo fueron
hechas las cosas, los mitos revelan por quién y por qué lo fueron y en qué
circunstancias”.
Este
preámbulo tiene un origen, el descubrimiento de tres jóvenes asesinados la
noche del 12 o el amanecer del 13 de septiembre bajo un puente en Coyuca de Benítez,
Guerrero. La imagen del fotoperiodista de Cuartoscuro,
Bernardino Hernández es alegórica, mitológica y cruda. ¿Qué vemos y no vemos en
la imagen y qué está detrás de su simbología del horror?
Si los
mexicanos veneran el símbolo de Guadalupe-Tonantzin uno de los más
poderosos y antiguos, el que podría nacer
el 13 de septiembre, ¿se sumaría a esta necesidad mágica de mantener un
presente desde el pasado y hacia el futuro?
Etimológicamente
Mythos, significa “palabras,
narración”, sin una definición exacta, en Grecia narraba hechos sobrenaturales,
héroes, monstruos y una cadena de conocimiento metafórico.
¿Qué
clase de conocimiento articulado nos lega la postal de Bernardino Hernández y
que nos revela la vida segada de estos seres humanos? No es mostrar el mito de
la selección de soccer sino la dura realidad.
La
fotografía es aterradora; recostados uno sobre otro, un joveneto que porta una
camiseta de la selección mexicana, la “Verde”, cuyo significado catárquico y
social representa una expresión mítica de un pueblo ávido de héroes y líderes.
En la
imagen, que podría desencadenar una rebelión futbolística o una tragedia. El
joven de la playera del seleccionado nacional de espaldas tal parece que mira
al joven del centro, de playera azul, recostado sobre la nuca-cabeza del joven
de pantalón mostaza. El mozalbete de prenda a rayas y camiseta verde, cuyas
seis letras en donde se lee México,
están manchadas de sangre no necesita descripción, la imagen habla por todas
las demás que a diario circulan en diarios, revistas y plataformas informáticas.
Su brazo izquierdo reposa sobre un coagulo sanguinolento adosada al muro. Es
una sangría granate, encarnada a la tierra que pisamos. Hay en la mancha una
pulsación cruel, normal. Es la misma
idea cotidiana que nos impide salir a la calle con la certeza de regresar. La
imagen captada por el fotoperiodista es una muestra del espanto, no solo de
presenciar un hecho sangriento, sino la otra, esa de la otredad sin orillas, la
agonía diaria que simboliza ir a la escuela, al mercado a trabajar.
¿La
postal es alegórica, un símbolo de México o una realidad cruda y hostil de lo
que se vive en la nación, al igual que tres estados simbólicos donde la pobreza
desde hace decenas es azolada por un huracán de marginación permanente e
irrevocablemente detenido en Chiapas, Oaxaca y Guerrero?
Hombres
y mujeres que vean esta postal. ¿Se preguntarán, esto es México?
Por
encima de la causa, en caso de que la hubiera del triple homicidio, en el
inconsciente colectivo la playera de la “Verde”, dice más, vuela más lejos, más
allá del allá de las quimeras futbolísticas siempre negadas. Aquí la pregunta
es ¿habrá investigación?, se llegará a saber quiénes fueron los ejecutores y si
los jóvenes, a los que el estado mexicano ha abandonado, tienen una familia que
habrá de llorarlos, asistían a clase, tenían novia, hermana, padre, hermano,
madre, abuelos, pertenecían a algún grupo delincuencial o fueron estudiantes de
secundaria o preparatoria como los cuatro jóvenes asesinados y degollados en
noviembre del año pasado, sus cuerpos fueron encontrados en el camino a la
Nopalera, perteneciente a Yautepec; en el estado de Morelos; los cuatro
cursaban la Preparatoria de Jojutla de la UAEM. O el asesinato por equivocación
de los estudiantes del tecnológico de Monterrey en Nuevo León, o el hijo de
Javier Sicilia, o los 43 estudiantes normalistas desaparecidos y de los cuales
solo se han dicho mentiras y armado verdades absurdas. Y las cifras de miles de
hombres y mujeres desaparecidos, asesinados, ejecutados en calles, plazas,
bares, centros comerciales, en su auto, dentro del metro, sobre un puente. La
muerte se ha convertido en unas señora transexenal mitológica y biogenética
como lo asegura Stephen Hauking.
Por
encima de todo, la postal es real. Aquí no hay mito, nada es cuento. Todo es
real.
Nada es
imaginario. Nada producto de una invención o de una tradición mistérica o ganas
de entender al mundo. Es la realidad y toda su crudeza.
Otra
vez un símbolo manchado de sangre asoma con su tétrico mensaje desde las seis
letras del nombre de una nación, que ha desatendido a su juventud y se disuelve
en muros, venta del patrimonio de la nación, corrupción tolerada y una guerra
puntual y cotidiana que estalla a cada instante en el territorio nacional y muestra
a la Gorgona de la violencia y sus miles de cabezas.
Volver
a la imagen es encontrar el cogollo de la realidad, reproducida a diario, reconstruida
fundamentado en la colusión, omisión y complicidad de lo que queda del estado
mexicano, convertido en gerente ejecutivo de la estafa maestra.