Cuando
ingresé a la preparatoria del ITESM en el 2002, me advirtieron mis compañeros
más operáticos que “el Tec te transforma en una matrícula, te vuelves un número
que pierde por completo su individualidad y se va desvaneciendo paulatinamente
hasta quedar embarrado por siempre en la prisión infernal del anonimato”, algo
así. Yo por mi parte pensaba que mi matrícula de estudiante sólo me iba a
servir para dos cosas: para rentar libros y para devolver los libros. Pero ni
fu ni fa.
En
realidad mi matrícula sí acabo acaparando prácticamente cualquier faceta de mi
vida universitaria institucional, pero jamás suplantó mi identidad. Sólo renté
un libro durante toda mi estancia, pero a través de mi matrícula realicé
impresiones, actualicé el software de mi computadora, entregué trabajos, me
inscribí en clases de tenis, lance una candidatura para la presidencia de mi
carrera, ingresé sin costo a un titipuchal de obras de teatro, utilicé
estacionamientos cotizados sin pagar un solo peso, fui parte de un viaje de seis
semanas por el continente asiático, participé en un simulacro de la Cámara de
Diputados y en una simulación de una asamblea de las Naciones Unidas, atendí a
uno de los mejores conciertos de trova que hayan existido, sostuve varias
apariciones en un programa de radio, renté equipo para producir un corto
cinematográfico y, por supuesto, me titulé.
Fueron
ocho mentados números los que terminaron aglomerando a decenas de elementos
distintos en torno a este servidor, y sin duda que para cuando recibí mi titulazo
ya me quedaba más que claro la pertinencia del sistema enumerativo. El
verdadero alcance y poder de la matrícula, sin embargo, me terminó de quedar
claro la semana pasada cuando afortunadamente explotó la cocina en la Ibero.
Jamás
me habría saltado a la frente el hecho de que un set de dígitos teóricamente
deshumanizadores podrían terminar humanizando y legitimando a sus portadores,
reivindicándolos y validando sus acciones como verdaderas protestas sociales.
El carácter burocrático y oficial de las matrículas que tanto criticaban mis
amigos chillones en preparatoria fue lo que les otorgó a los alumnos de la
Ibero pertenencia institucional y –por lo tanto– los absolvió de una imputación
tremendamente imprudente y grotescamente insensible ¡Pum! Numerito llegó, habló
y le dio un trompazo en la cara a los voceros cínicos y rascuachos del PRI.
El
problema es que tuvo que llegar a ese punto, tuvieron que verse arrinconados
para por fin admitirse a sí mismos que su candidato no es el último garrafón en
el infierno. Tendríamos que hacer lo siguiente para enmendarlo:
De
ahora en adelante todo ente al que pertenezcas deberá asignarte un número de
matrícula. Los electricistas, los maestros de todas las secciones públicas
también, los universitarios, los miembros de los sindicatos, los académicos,
los intelectuales y los habitantes de un determinado municipio o estado.
Cualquier manifestante deberá, regresando a su casa, subir un video en internet
en donde el individuo muestre su rostro de frente, sosteniendo su credencial
con matrícula de tal manera que ésta quedara en paralelo a la línea horizontal
que se dibuja entre sus labios; y recitando con absoluta precisión sus datos
personales.
Es
cansada la condescendencia de estos tipejos, su percepción de que cualquier universitario
inquieto tiene que estar maleado o majeado. ¿No será que nos atribuyen
cualidades que ellos mismos saben que tienen por dentro? Aburrr, por lo pronto
les dejo a ellos un regalito: A00917856.