El pragmatismo político
quisiera perturbar las leyes de la naturaleza y hacer que sus convenciones
protocolarias se volvieran cánones científicos. En su estúpida apuesta
irracional e inhumana llevan la penitencia. La táctica de transmutación
política está siendo impuesta por la politiquería mexicana como algo “natural”,
promoviendo una visión materialista, que malinterpreta la teoría darwiniana de
la evolución de las especies, para colocar el interés personal por encima del
concepto bienestar común concebido en la Polis
griega.
El cambio de bandera,
principios ideológicos y trayectoria por parte de la clase política no es otra
cosa más que el intento fallido por atraer la ingeniería genética a sus fines
siniestros. En la actualidad la ciencia está en posibilidades de clonar o hacer
variaciones en las combinaciones de los cuatro elementos que integran al ADN de
los seres vivos, pero esto no significa que el zon politikon adquiera la capacidad de tener para sí los
experimentos comprobados, y por ende, sea capaz de modificar las relaciones
cromosómicas de su especie. Hoy en día, el paso de un partido a otro y las
modificaciones en imagen y discursos es conducta recurrente para afianzar la
partidocracia y sus personeros, propagando la idea que los cambios -por
incongruentes e infames que sean- son legítimos, toda vez que sirven como medios
para mantener el denominado “equilibrio de poderes”. Lo que no sale a la luz
pública es que la meta es seguir reproduciendo el modelo hegemónico de
dominación.
Hay que recordar que un
orangután no puede combinar cargas hereditarias con un burro. Un perro no puede
conceder genes, vía cópula, a una rata. Lo mismo sucede para el género humano,
ya que en las presentes circunstancias es imposible que el Hombre (hombre y
mujer) se perpetúe con especies diferentes. Si Nicodemo Sánchez Toledo aspirara
a cambiar apellidos por pugnas con sus progenitores, podría hacer uso de los
derechos que otorga la ley para tal efecto, sin embargo, el legado genético, la
cultura sorbida (una manera templada de decir mamada) en el seno familiar y las
experiencias vivenciales no desaparecerán por decreto judicial o intereses cortoplacistas.
Nicodemo seguirá siendo Sánchez Toledo, toda vez que los nuevos apelativos
fueron impuestos por el arbitrio jurídico. Aunque Nicodemo posteriormente apareciera
presumiendo apellidos como Smith Corcuera, su raíz de sangre permanecería en
cada gesto, palabra, pensamiento y actos que llevara a efecto.
Sin decirlo en voz alta
muchos políticos profesionales (porque hacen de la actividad política su modus vivendi) siguen la ruta de
mutación del ADN en pensamiento y gestión. Cuando sus organismos propulsores
los dotaron de rangos de poder su heráldica pública lucía en marquesina repleta
de leds, utilizando el argumento clave de la institucionalidad. Durante
decenios se ejercitó la filosofía estoica si había desgracia por no haber sido palomeado
por la mano del poder Ejecutivo, tanto en lo federal como estatal. Ahora,
cuando los vientos cambian, negando continuidad en posición y canonjías, los
apellidos son inmediatamente ocultados en el laboratorio de la traición. Ante
la turbulencia del desamparo optan por la permuta del ADN político, adoptando
características morfológicas que permitan el funcional acoplamiento a los
nuevos entornos de subsistencia. En palabras comunes y corrientes a esto se le
denomina deslealtad. Punto.
Dicho performance ha sido constituido en deporte nacional por los
políticos del sistema. La imaginaria mutación genética es alegoría de
desfiguración superficial, que se aprecia, nada y más y nada menos en colores,
texturas y expresiones. Ningún priista, perredista o panista (por no citar a
todos los miembros de sectas partidistas minoritarias y satelitales) puede, en
un momento determinado, quitarse el ropón y decir a los cuatro vientos que todo
fue ilusión o mentira. Nadie que fue institucional al sistema se transforma de
la noche a la mañana en rebelde. Ningún revolucionario muda de un día para otro
sus ideas y proyectos para convertirse en reaccionario. Los que han transitado
por esta órbita son simple y llanamente seres nefastos y peligrosos.
Aunque traten de aparentar
desacuerdos profundos en lo relativo a principios ideológicos o nominaciones a
cargos de elección popular, con el propósito de justificar transmutaciones, los
ojos cada vez más abiertos y atentos de la sociedad civil dan cuenta que el hipotético
cambio del ADN político es un acto atroz de oportunismo. Las generaciones
acostumbradas a soportar los estragos del “tlatoanismo mexicano”, o sea, del
emperador político investido como presidente de la República, tienen ahora abiertas
sus mentes y corazones para asumirse como entes sociales activos y promotores
de una visión histórica critica, para que no haya amnesia del pasado no muy
lejano que impuso un modo de vida antidemocrático, humillante y miserable.
El ejercicio utilitario de
mutar piel y lenguaje además de ser inmoral es el acto más infame que termina
por quitar cualquier vestigio de decencia. Los políticos trapecistas, los que hacen
malabares en sindicatos, comités centrales, asientos legislativos y
burocráticos eluden la autocrítica, escondiendo sus oscuras pretensiones en
preceptos de sobrevivencia y porque, dicen, “así es la vida política”. Lo cierto
es que su proceder no es más que un intercambio de su integridad mercenaria por
monedas de oro, curules, propiedades o privilegios mundanos. Los pragmáticos,
al menor riesgo de quedar fuera de la nómina, se pintan tricolores, amarillos,
anaranjados, verdes, rojos o más azules que un cielo de primavera. Muchos priistas,
panistas y perredistas, al igual que panalistas o convergencistas (no aplico
otro término porque no sé cómo llamar a los afiliados al partido que estrenó
nomenclatura en 2011, Movimiento Ciudadano) han recorrido -ida y vuelta en
diferentes ocasiones- el espectro cromático del sistema político.
¡Nombres, nombres, nombres!
Es la exigencia que se escucha en el ring mexicano. Hay muchos y muy diversos,
pero para identificarlos citaré sólo a algunos: Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio
Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Manuel Camacho Solís, Elba Esther Gordillo
Morales, Demetrio Sodi de la Tijera, Rosario Robles Berlanga, Ruth Zavaleta,
Gabino Cué, Arturo Núñez, Jorge Castañeda, Miguel Ángel Yunes, Manuel Espino, entre
otros cientos de políticos que se desenvuelven a nivel nacional y regional como
peces que pueden pasar del agua salada a la dulce sin morir en el intento. En
el estado de Guerrero también sobran saltimbanquis y aludiré dos casos emblemáticos:
1) Carlos Zeferino Torreblanca Galindo, que pasó de junior empresario a
ciudadano activo en un grupo de empresarios inconformes e indecisos, para luego
volverse “demócrata”, panista, luego independiente, perredista, progresista de
izquierda, para regresar al panismo más reaccionario, y 2) Armando Ríos Piter
que del priismo pasó al panismo para luego estacionarse en el perredismo que le
dio diputación federal y la posibilidad de obtener una senaduría en 2012.
Afortunadamente la
tecnología otorga la oportunidad de estar en contacto con el mundo. Las
protestas, ideas, proyectos, anhelos, fobias y filias no solamente se comparten
en marchas, reuniones, lectura de libros, artículos o pláticas, sino que ahora
son abordadas activamente en redes sociales, foros académicos, organismos no
gubernamentales, correos electrónicos, asociaciones civiles, iniciativas
populares, juntas vecinales, etc. La posmodernidad tan criticada se ha vuelto
una catapulta dinámica que amalgama al cuerpo societal para que tome definiciones
concretas, pero sobre todo a vislumbre rumbos. Ni las altas dosis
propagandísticas que defienden perspectivas de partidos, sindicatos
oficialistas, medios de comunicación, intelectuales y comunicadores orgánicos
del sistema, planes de estudio, programas asistencialistas, populismo inducido o
el impacto permanente que defiende plataformas enajenantes; pueden ocultar las
contradicciones que generan tomas de decisión, que luego, paradójicamente,
brindan la ocasión para renacer como ave fénix.
La realidad muestra tal cual
la podredumbre política encubierta en celofán con etiqueta de cultura política
y pactos civilizados, que supuestamente enaltecen la democracia a la mexicana.
Las sonrisas, lemas de campaña, promesas, spots audiovisuales, espectaculares,
trípticos, mítines, reuniones prefabricadas, volantes, bardas, lonas,
entrevistas, artículos periodísticos o seguidores virtuales prepagados en redes
sociales no garantizan la aceptación y mucho menos sumisión masiva a los ejes
de dominancia del Estado. La mentira, mentira es y ante las crisis económicas endémicas,
convertidas en crisis ampliadas en lo social, político y moral, la verdad que
se siente en el hogar y en cualquier centro de convivencia (laboral, cultural, escolar,
etc.) es la que será tomada en cuenta para resolver, de una vez por todas, la
disyuntiva de continuar viviendo de rodillas, o bien, de pie y con dignidad.
Ahí están las
movilizaciones, comentarios y exigencias de los jóvenes universitarios. ¿Qué
sigue? Ya lo veremos, pues seremos testigos de un ejercicio democrático
protagonizado por la juventud, esa que heredará seguramente un México mejor. B.H.G.