En aquellos tiempos del gobierno de José López Portillo, ápoca del partido hegemónico y la Presidencia Imperial, en México comenzó a correr la historia política rumbo a los estadios de estos tiempos del nuevo milenio. El país es otro y, contra lo que se diga, el PRI jugo el papel toral en el cambio hasta de hacer política.
Salir del último periodo autoritario con Gustavo Díaz Ordaz para planear en el populista y represor echeverrismo, con el que se cerró una época oscura de gobiernos civiles que transitaron igual entre la dictadura oficial que persiguió a comunistas y luchadores sociales, que reprimió protestas de médicos y ferrocarrileros en los 50 y 60 del siglo pasado, con Jesús Reyes Heroles y López Portillo se atisbaron otros tiempos del México contemporáneo.
Alguien, entonces, tenía que dar la pauta, en paráfrasis del filósofo de Güemes: comenzar desde el principio. En consonancia, debe reconocerse que la reforma que dio luz a la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE) fue la mejor idea democrática de un gobierno que distaba mucho de ser practicante de la democracia.
Y el PRI se disciplinó y alentó desde el Congreso de la Unión, de aplastante mayoría tricolor, y apoyó quizá a regañadientes de los dinosaurios que entonces mandaban en vida y obra de la familia política nacional, la procedencia de aquella ley que abrió de par en par la puerta de la vida política legal a las organizaciones clandestinas, y dejó sin elementos a la Liga Comunista 23 de Septiembre, al Partido de los Pobres y otros grupos ultras del comunismo mexicano.
Se avanzaba en la ruta hacia esa LVII Legislatura federal (1997) en la que el PRI perdió hegemonía en el Congreso de la Unión y acabó aceptando los acuerdos con quienes, hasta unos cuantos años antes, había considerado partidos políticos menores, minoritarios, porque éstos se aliaron y acabaron con aquella Gran Comisión en las Cámaras de Diputados y de Senadores bajo control del priismo añejo, mañoso, opaco y nada demócrata.
Arturo Núñez, entonces priista distinguido, fue echado del control de la Cámara baja y fue, entonces, cuando una singular junta de notables, entre ellos Carlos Medina Plascencia y Porfirio Muñoz Ledo, aplicó al PRI dinosáurico el sello de ente en vías de extinción.
Y mire usted si es que no se han cumplido las expectativas de aquella LOPPE que apisonó la ruta de la legalidad, civilidad, inclusión y tolerancia partidista. Sí, los dirigentes partidistas y coordinadores parlamentarios ofrecen espectáculos de ruptura en esa hoguera de las vanidades, pero al final de cuentas la política es así.
En este escenario, bien vale otorgar el beneficio de la duda –a contracorriente de quienes ya las desahuciaron—a estas reformas impulsadas desde el Pacto por México y construidas merced a los acuerdos y consensos de las principales fuerzas políticas representas en el Congreso de la Unión.
Sin duda las reformas en los ámbitos laboral, educativo, de telecomunicaciones, hacendaria y financiera, político-electoral y energético, requieren de maduración, como las inversiones, para ofrecer frutos, resultados.
Discutibles, sí, pero necesarias e impostergables, igual, estas reformas debían impulsarse, discutirse y aprobarse necesariamente. ¿Será que Enrique Peña Nieto será el Presidente que abra las compuertas del arribo de México a otros escenarios alejados del subdesarrollo y el ya merito? No, no hay que confundir estas líneas con el aplauso fácil o parte del esquema de amanuenses que se esconden tras los alias para ensalzar al gobierno y decir que todo está de poca madre.
Coincido, por ejemplo, con la consejera electoral María Marván Laborde, quien dijo que asume la presidencia, por un mes, del Consejo General del IFE, con orgullo pero no con alegría, porque ocurre cuando el instituto está llegando al final de una era.
“El momento para esta toma de posesión es crítico y no tiene ningún sentido político ni institucional ocultarlo. La Constitución va a cambiar las normas radicalmente, ordenando la desaparición del IFE tal como lo conocemos. No tiene sentido disimular la imposición centralista, que en juicio sumario y sin posibilidad de defensa de los acusados, determinó que los estados son incompetentes para solucionar sus propios problemas políticos”, sostuvo la consejera presidenta.
Y tiene razón. Esto de crear el INE y convertirlo en una súper estructura electoral que dictará los destinos comiciales de México, tiene más olor a un mal acuerdo que una bien pensada reforma electoral. ¿Y el federalismo? Les importó un pito a los senadores. Empero, ojalá y prospere el INE; ojalá y las reformas de este primer año del sexenio de Peña Nieto se consoliden. México y los mexicanos nos merecemos a los políticos que tenemos, porque por ellos votamos. Reformar y errar es de humanos. Digo.