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de la noche a la mañana, después de superar ciertas dolencias que lo tuvieron
al borde de la sepultura, a don Hermelando Damián Cortés le dio por corretear a
cuanta mujer pasaba vendiendo algo frente a su casa. Cuentan que “El
santo señor” agarraba parejo. Sin importar edad, físico, condición social,
parentesco; lo mismo le hablaba a la tamalera, como a quien vendía empanadas,
cacahuazintles, merengues, pipitoria, semillas doradas, tortillas, memelas de
camagua, helados, pan, verduras y baratijas. Al verlas que se afanaban en su
vendimia, empezaba a decirles en tono comedido al tiempo que con una de sus
manos jugueteaba y palpaba un billete viejo y arrugado en el fondo de una de
las bolsas delanteras de su pantalón: “¡0ye, niña!, ¿que a ti no te cumple tu
novio, pareja o señor?, porque debes saber que yo te puedo cumplir”. Y he ahí
que frecuentemente la aludida, al escucharlo y ver sus
ademanes, contestara en tono de conmiseración: “¡ay!, don
usted, lo dice como si en verdad pudiera hacerlo”.
Ante
tal insinuación que no lo dejaba bien parado, don Melando, como lo llaman sus
vecinos y familiares, retomaba su intento con más ahínco: “sí niña, así como me
ves,… debes saber que todavía hago surcos”; propiciando que algunas se
sonrojaran, otras sonrieran y las más de ellas montaran en enojos a la par que
se alejaban murmurando: “viejo rabo verde”.
Testigos
presenciales de estos acosos amorosos, afirman que cuando ya no pudo
carrerearlas por su reumatismo creciente, optó por aposentarse en el quicio de
la puerta de su casa desde donde les musitaba sus viejos y obsoletos piropos:
“Si como lo meneas lo bates, qué buen chocolate…”… “Prietas, hasta las mulas
son buenas”… “Grandotas, y aunque me peguen”… “” “Adiós mamacita, aquí está tu
querubín”… Y, si la ocasión le era propicia, las llamaba, y, a la par de
manosear la mercancía y revolotear su mano derecha en el fondo de la bolsa, les
endilgaba su acostumbrada perorata: “Oye niña, que a ti no te cumple
tu…”.
Este
acontecer se repitió en el atardecer de cada día hasta que una de tantas
vendedoras, al escuchar que don Melando le decía: “¡ Ayyyy qué curvas, y
o sin frenos!”… “Me he de comer esa tuna aunque me ajuate las manos”, lo
encaró, y al tiempo que levantaba sus enaguas hasta la cintura, le dijo: “…
pero con qué dientes, mi querido señor, con qué dientes. Estas carnes, mas que
para usted, están buenas para algunos de sus parientes…”. Y entonces don
Hermelando, con la mirada fija en las piernas robustas y hermosas de la joven,
enmudeció, y le dio por recordar los versos de don Isaías Basilio Bautista,
oriundo de la ciudad de Tixtla de Guerrero, hombre de trova y cantautor de
música reservada a bailadores de Tarima; atrajo de él aquello que a la letra
dice “Me encontré con una güera/ de esas de alto peinado, / le dije que me lo
diera; /me dijo: ¡qué desgraciado!/ yo estoy buena pa´ tu nuera/ tú ya estás
muy arrugado…”
Desde
ese día, acompañado de sus amigos le ha dado por acudir, aunque con mucha
dificultad al caminar, a la plazuela asentada en el corazón de su barrio en
donde observa el transitar de las vendedoras que emiten su cantaleta: “el pan…,
la telera…, la empanada…, el queso…, la memelita…”; poniendo más atención
en la pizpireta de andar zarandeque, la misma que lo encaró; ante ella se
muestra embobado cuando dice: “compre el merengue suavecito,
calientito, esponjadiiiiito, dulce y sabroso. ¡Agárrelo!.. ¡Agárrelo!..
¡Merengueeeeee!”; boquiabierto la ve alejarse con su coqueteo llevando su
canasto sobre la cabeza protegida por un yagual hecho de trapo; la escucha
gritar una y más veces a la par que posa su mirada en ese su cuerpo erguido de
hembra altiva y esbelta; la observa detenidamente notando en ella
bonituras que lo alborotan y lo inducen a evocar sus correrías amorosas: aquí,
allá, acullá con mengana, zutana, perengana y más hermosuras que le prodigaron
felicidad; la ve alejarse en la distancia al tiempo que masculla una tonadilla
que le viene al pelo por eso de sus muchos años vividos, algo que a la letra
dice: “Ay de mis tiempos pasados/ cuándo los volveré a ver,/ de lo pasado,
pasado/ es imposible volver/ como el árbol que ha caído,/ no vuelve a reverdecer…”
; y cuando a lo largo de la calle no halla la figura femenina ni escucha la
tonadilla que lo atraen y embelesan, regresa a su casa, avanza con tiento paso
a paso como si temiese lastimar el suelo, se va pensando que mañana será otro
día en el que habrá de volver a la plazuela para deleitarse con el transitar y
pregón de las vendedoras, se aleja meditando en la muchacha del “…merengue
suavecito, calientito, esponjadiiiiito…”