ERNESTO RIVERA RODRIGUEZ |
El proceso electoral del
pasado 4 de Junio en tres entidades del país, fue más que un simple cambio de
estafetas, se convirtió en el principio sin lugar a dudas de lo que se espera
suceda en el 2018: un cambio radical en el sistema político mexicano y en
especial, en el fin del presidencialismo.
Los resultados así lo
confirman, más que un triunfo del priista Alfredo del Mazo, en el Estado de
México, blindado y dirigido desde los Pinos, fue un triunfo-derrota-agotamiento
del personalismo estilo de gobernar de
Enrique Peña Nieto, y la confirmación del avance de la oposición y en
particular de Morena, que en su primera oportunidad electoral, tuvo como prueba
de fuego a un peso mosca “el candidato priista”, al cual literalmente “doblego” y le arrebato
en las urnas “un millón de votos”, a lo que se conoce por propios y extraños
como una elección de estado. Peña Nieto sin lugar a dudas sintió el escalofrío
de la derrota, un triunfo “pírrico” que lo pone en la antesala de la peor
incertidumbre rumbo al 2018, que comenzó de facto al final de la jornada
mencionada, y a Morena-López Obrador como un adversario a vencer.
Ante estos hechos y el
señalamiento del “peje” de que Morena
ira sólo en el 2018, descartando toda alianza con el PRD y con Movimiento
Ciudadano, cimbro a la clase política nacional el principio de semana pasado,
mandando a la orfandad a quienes en opinión de los círculos políticos y
analistas, se percibían como sus naturales y virtuales aliados, sintiendo el
abandono y “descobijo” en que amanecieron, buscaron limitar y contener la
fractura provocada por el mandamás de Morena, quien en el mismo contexto,
señalo que sólo admitía al PT. Extraña determinación de palomeo a un partido “palero al mejor postor” que no
rebasa el 3 por ciento, que lo mantiene en la jugada nacional. Cuando el PRD,
se sostiene por arriba del 20 por ciento del electorado y el Movimiento Ciudadano
por el 7 por ciento.
López Obrador lanzó los
dados, a las aguas turbulentas de una sociedad “líquida”, como la
mexicana, en los mejores términos del
sociólogo brasileño Sygmudt Baumann, una
sociedad sin cohesión, con gran pérdida
de credibilidad de las instituciones, en donde como en Guerrero, no se puede
hablar de un estado fallido, porque todos conformamos el estado, sino de un
“gobierno fallido”, donde pese a la megalomanía mediática de Héctor Astudillo,
la entidad se le cae a pedazos, con un alto
grado de corrupción, nepotismo e impunidad, y donde los partidos políticos
viven en la zozobra institucional, con una gran pérdida de credibilidad, y no se diga de la clase
política, cuyo único rasgo es el alejamiento del electorado y de la ciudadanía,
a la cual pretenden acercarse a través de las redes sociales, confirmando la
tesis de Baumann, de la sociedad líquida, una sociedad desestructurara, sin
cohesión, fragmentada, por la falta de o perdida de la aplicación de la
política como tal, por parte de quienes pretenden gobernar, y que tienen el
señalamiento con índice de fuego de estar coludidos con las fuerzas oscuras de
la delincuencia organizada, que ha hecho de este status quo político, social y
económico, un paradigma negativo de desarrollo articulado y congruente.
Una cosa es cierta, hoy
ningún partido sólo, ni el PRI o Morena, llámese PAN o PRD, tendrán un triunfo
asegurado en el 2018, las alianzas serán vitales, pero no con la chiquillería,
sino con la sociedad, que volverá a ser como el pasado 4 de junio determinante
en el juicio final de las urnas.