Aún
no sé por qué me gusta leer. Y aunque últimamente se me dificulta la lectura en
papel, me he acostumbrado tanto a las pantallas de las computadoras, que ahora
tengo una manía, si compro un libro en papel, tengo que conseguir su versión
electrónica para poder leerlo en estas pequeñas computadoras de mano. Aunque
esta vez tengo la versión electrónica, pero no el libro de papel.
Ya no tengo el placer de sentir la textura del
papel, ni su olor ni disfrutar del diseño tipográfico sobre el color
ligeramente oscuro de las páginas. Pero a cambio tengo otras ventajas, poder
leer y escuchar al mismo tiempo música, ya sea en el autobús, la mesa o el
parque.
Ahora estoy releyendo La inmortalidad, de Kundera, luego de casi 20 años de abandono.
Cuando estudiaba literatura, en alguna clase de la maestra Aída Gambetta Chuck
leímos La Broma, La insoportable levedad
del ser, algo sobre su teoría de la novela y algún otro texto que ya no
recuerdo:
"Susana estaba sentada como siempre
frente a su computadora, con la espalda perfectamente recta, sus bellas manos
en el teclado, leyendo algo.
Su misteriosa personalidad la hace aún más
atractiva: conversa poco y se desliza silenciosamente en el lugar de trabajo
que parece una pantera. Sus ojos negros -grandes, profundos- parecen
examinarnos cuando nos miran y con suave voz pregunta si aún hay algo que
hacer. No, respondo, y le pregunto qué hace el resto de la jornada. Me dice
entonces que en su bolsa siempre viaja un libro, que esta vez su pasajero es
uno de Milan Kundera: La Inmortalidad,
y se aleja. Y yo miro su hermosa figura, alta y delgada, alejarse, y con ella
también se va la posibilidad de alargar nuestra conversación, nuestras
palabras." (Kundera Milan, La
inmortalidad, página 233)
"Ella también estudió literatura,
me hubiera gustado haberla conocido en la
escuela,
haber sido su amigo.
Tratarla, saber cómo es,
qué le gusta, qué la disgusta,
qué la hace sonreír,
qué cosas la hacen aflorar su ternura,
y cuáles su indignación.
Conocer el calor de sus manos,
las caricias de sus ojos, sus frases amorosas.
Si tiembla con el viento,
si la lluvia le agrada
o la pone nostálgica.
Qué piensa de Beethoven o de Bach.
Si llora con Paganini,
Tchaikosvky o con Chopin.
A qué sabe su saliva,
a qué la piel de su espalda,
a qué su presencia silenciosa.
Saber dónde guarda su cuaderno de poemas,
Si también dibuja corazones o sólo discretas
iniciales."
(Kundera Milan, La inmortalidad, página 333)
La novela que más me ha gustado de Kundera fue
La insoportable levedad del ser. En
aquellos años me dio la impresión de ser un escritor reflexivo, filosófico, un
escritor de la nostalgia, como si el socialismo en su patria le hubiera privado
de muchas cosas, un autor con deseos de regresar el tiempo y corregir la vida,
agregarle instantes, episodios, pedazos de existencia que no sucedieron y que
nos marcan para siempre.
Tanto pensé así, que redacté una selección de
aforismos y la presente como trabajo final, creo que aún la tengo en formato de
word-perfect.
No sé qué será lo que me deje la lectura de La Inmortalidad, si aún tendré aquella
primera impresión o será alguna totalmente diferente.
¿Por qué me apasiona la literatura? No lo sé,
tal vez también quisiera regresar el tiempo y volver a encontrar tus ojos, tu
boca, tu mirada. El amor fascina, embruja, ata.