El
mimetismo es un instrumento de supervivencia que poseen ciertos animales,
mediante el cual una parte o la totalidad de su cuerpo toma atributos de otro
ser vivo o inanimado. Por ejemplo, hay especies de insectos, mariposas, peces,
reptiles o moluscos cefalópodos que “pintan
su cuerpo” con diferentes colores y marcas, a fin de ahuyentar o atraer a
discreción a otros animales. Los depredadores emplean automimetismo para atrapar
presas, aparentando ser menos peligrosos y luego atacar con mayor efectividad.
Esta
capacidad de ocultarse o verse diferente no es exclusiva del reino animal no
pensante, pues el homo sapiens sapiens
(el Hombre que sabe que sabe) también la utiliza para manipular sus relaciones
de contacto con los demás. En el ambiente político que se vive en México y en otras
partes de América Latina, mujeres y hombres de las élites* superan con sus acciones a cualquier pulpo o camaleón, pues han
desarrollado al máximo la destreza de mutar a conveniencia piel, pensamiento y
conductas para no caer en el remolino del olvido. Gobernantes y políticos
manejan a diestra y siniestra la táctica del mimetismo para continuar en la
cúspide del poder, es decir, para permanecer en el círculo de dominación que se
traduce en un ir y venir de puestos administrativos o de elección popular que dan
certeza a futuro.
Cómo
olvidar que en el sistema político hay casos patéticos de oportunismo que luego
son tratados abiertamente como “revoluciones modernas”, a partir de supuestos análisis
que privilegian a favor el abandono de principios ideológicos y trayectorias
sociales cuando los vientos no son favorables. Un botón muestra fue la escisión
priista en 1988, que reunió a disidentes del partido de Estado que no cabían en
el proyecto neoliberal del grupo salinista con intelectuales, catedráticos y personas
que encabezaron movimientos reivindicadores, situación que a la postre provocó
una nueva organización política: PRD.
Los
funcionarios, diputados y gobernadores, luego convertidos en rebeldes, ahora
son cabeza de tribus bélicas para “sacar raja” en los recovecos del sistema
político. Cómo olvidar a personajes camaleónicos como Cuauhtémoc Cárdenas
Solórzano y Porfirio Muñoz Ledo que fueron convertidos en próceres posmodernos,
para luego erigirse en operadores de ciertas acciones emprendidas por las
administraciones panistas. Cómo olvidar los giros trapecistas de Demetrio Sodi
de la Tijera que ha pasado de partido en partido, desde el PRI hasta el PAN,
pasando por el partido del sol azteca. Cómo obviar los movimientos indecentes y
amorales de Miguel Ángel Yunes y Manuel Camacho Solís que hoy por hoy están al
frente de la bandera democratizadora, palomeando candidaturas y armando
coaliciones, cuando hace apenas tres quinquenios colaboraban con gobiernos
netamente autoritarios. Pero en México, país mágico por su cultura y tradición,
también es surrealista, debido a la conformación de un modo de vida basado en
incongruencias permisibles.
Cada
tres o seis años, muchos miembros de la denominada “clase política” buscan
acomodo en la jungla electoral, para obtener canonjías y puestos, pero al no
verse beneficiados optan por disfrazar intenciones personales mostrándose con nuevos
contornos discursivos y visuales. Otros que durante decenios vociferaron
democratización o muerte se convierten en quijotes del statu quo, tratando de defender lo indefendible. Un caso reciente lo
protagoniza Rosario Robles Berlanga, exjefa de gobierno perredista del D.F.,
quien se presentaba con ropajes de mujer progresista, para luego caer en la
ignominia por sus relaciones de amor y corrupción con el empresario argentino Carlos
Ahumada. Hoy, la vestimenta de izquierda consciente es cambiada por la de promotora
de Enrique Peña Nieto. Antes que nada y después de todo, primero es el “hueso”,
parece ser la justificación más socorrida de los saltimbanquis.
Cuando
los partidos se materializan en la figura de sus candidatos, el mimetismo cobra
mayor fuerza, ya que la construcción de sus mensajes políticos se basa en la
desmemoria y el ocultamiento de debilidades, ineficacias y carencias. La imagen
mostrada pretende llenar el espectro de percepción ciudadana, tachando “lo
malo” del ayer y recobrando la línea de la esperanza inalcanzable, que es
resucitada en cada proceso electoral. Las cifras excesivas de gastos públicos
son exhibidas como estadísticas de tiempos remotos, que se tienen que refundir
en la cueva e la amnesia colectiva; las impericias y errores administrativos
arrumbados en las oficinas que abandonaron para pasar a otros menesteres; los
incumplimientos en obras y programas sociales desdibujados por los enormes
silencios de medios de comunicación contratados para resaltar logros, previo
pago multimillonario por concepto de publicidad.
Por
esta estas y mil razones más de índole económica y seguridad social el cuerpo
societal considera que la actividad política es una bazofia, porque percibe
desfachatez, cinismo y desparpajo en los miembros de la cúpula que controla
partidos, congresos e instituciones gubernamentales. Aún cuando existe
saturación de spots audiovisuales, folletos, pancartas, espectaculares y
consumibles como gorras, playeras, llaveros, globos y bolsas para el mandado,
la ciudadanía sólo siente falsedad. El abstencionismo es entonces uno de los
resultados de las operaciones infames que realiza la clase política e
instituciones del Estado mexicano. El descrédito de la política debe ser visto
como termómetro que mide los grados de rompimiento en las estructuras
funcionales del sistema y no solamente como parte de la “cultura política a la
mexicana”.
¿Votar
por el menos malo? ¿Votar en blanco? ¿Despreciar todo y convertirse en guerrillero
o ermitaño? Cualquier decisión que se tome en lo particular o de manera
comunitaria debe estar centrada en la recuperación de la Nación, traducida ésta
en lo esencial de la vida: la casa, calle, cuadra, colonia, ciudad, estado,
trabajo y centros de convivencia social. Lo trascendental será confrontar
ofertas, ideas, proyectos sustentables, pero sobre todo realizables sin tener
que recurrir a endeudamientos o mentiras. En ciertos sectores de la clase
dominante hay desprecio y subvaloración hacia la sociedad. No obstante las
aseveraciones de que los mexicanos continuamos siendo “débiles mentales o
analfabetas”, que no pueden traspasar las vallas impuestas por el poder, hay
que tener en cuenta que la sociedad puede –más en circunstancias de crisis-
rebasar cercos informativos, marcos normativos, controles represivos e ideológicos y monopolios empresariales.
Basta
ya de antifaces, engaños, guiones e imágenes perversas que desvirtúan la
realidad. La cúpula del poder debe tener presente que la inducción al conformismo
y la desmovilización por miedo o necesidad no es eterna e infalible. Muchas
voces machacan que somos un pueblo inculto y pasivo, pero lo cierto es que de
ninguna forma somos idiotas. Las contradicciones del modus vivendi y los subsistemas de dominación están en etapa
crítica y esto abre posibilidades de crecimiento y transformación a través de
la de participación horizontal. Las manecillas siguen moviéndose, unos pugnan
para retrasarlas y otros, poco a poco, empujamos en contrasentido para que
llegue la hora exacta. B.H.G.
*Para una comprensión de la teoría de
las élites recomiendo acudir a la lectura de Gaetano Mosca, Vilfredo Pareto y
Robert Michels, a fin de conocer con mayor especificidad la visión que cita la
existencia de grupos selectivos que, por su posición política-económica, planean,
organizan y operan la direccionalidad de los Estados modernos, a través de
políticas públicas y decisiones estructurales al interior de gobiernos, congresos
y tribunales judiciales.