miércoles, 11 de febrero de 2015

EL DÍA QUE DON CORLEONE FUE BURLADO POR UN FOTÓGRAFO, Por Sergio Larraín



Siempre me han gustado las historias, reales o no, que hay detrás de los grandes reportajes fotográficos. Aún tengo en la memoria la de Robert Cappa durante el desembarco en Normandia y los negativos velados;  o la de Josef Koudelka y su clandestinidad durante la Semana de Praga, entre otros.
Hoy vuelvo a Sergio Larraín y me gustaría escenificar en este post,  el día que burló al mismísimo capo de la mafia siciliana.
Resulta que, en 1959,  el entonces joven fotógrafo chileno y postulante a entrar a Magnum, es mandado por el propio Henri Cartier Bresson a realizar un encargo imposible a Sicilia: un reportaje al temido Giuseppe Genco Russo, considerado por muchos como el jefe de la cosa nostra en la isla.
Russo aún era un desconocido para los grandes medios. Nadie había podido retratarlo Y Larraín viaja a Sicilia con ese alocado propósito.
Durante tres meses, el fotógrafo recorre la isla y con su Leica va capturando instantes de ese recorrido por pueblos de la isla en busca de lo imposible.
Pasa por la isla Ústica, por Villalba, por Palermo pero nada del Don Corleone. Nadie se atreve a decirle donde vive Russo.
Sin embargo, no pierde la esperanza. Está convencido que por lo menos, una oportunidad tendrá. Y ese día llega, cuando en un bar, un parroquiano le cuenta que Russo vive en un poblado llamado Caltanissetta.
Como si se tratara de una película de cine negro, Larraín se hospeda frente a la casa del mafioso y como un auténtico papparazi, fotografía desde su ventana pero los resultados no lo convencen. No es su estilo, necesita un retrato de él, cerca, que mire al objetivo. Una utopía.
Larraín, aparte de ser un gran fotógrafo, parece ser un gran actor y logra persuadir al abogado de Russo. Se hace pasar por un inocente turista chileno interesado en ruinas romanas. Y, de esa manera, cae simpático a todo el mundo y pronto entra a la guarida del capo mafioso. Allí,  el padrino lo invita a comer junto a su familia.
Durante 15 días, lo visita diariamente pero sin sacarle ni una foto. Aún no se atreve. Necesita como un buen fotógrafo, volverse invisible.
Finalmente, después de un opíparo almuerzo, Larraín entra en acción. Saca su Leica y comienza a realizar bodegones en la casa del capo. Nadie dice nada, es sólo un simpático turista que quiere llevarse un recuerdo a su país piensa Russo y se va a dormir una siesta.
Larraín,  que ya tiene el billete de tren en su bolsillo para volver a Roma al día siguiente, cree que ha llegado su momento. Lo sigue hasta la habitación y comienza a sacarle fotos, mientras el mafioso descansa sentado en un diván. 
De pronto, los guardaespaldas lo descubren y Russo abre los ojos, sorprendido.
Giuseppe Russo © Sergio Larraín
Y así llega el instante imprevisible que hace mágica a esta historia y que Larraín cuenta con lujo de detalles en el despacho de Cartier Bresson en París, un tiempo después:
"¿Por qué usted toma tantas fotos? pregunta el capo mafioso sin dejar de mirar un sólo instante a Larraín.
El fotógrafo sin dudarlo y con total indiferencia responde:
"porque después hay que seleccionar la mejor para mi álbum de los recuerdos". Aunque parezca increíble esta absurda respuesta satisface al capo mafioso que, acto seguido se pone un traje y un sombrero para la siguiente foto.


Lo demás ya es historia conocida. Larraín viaja a París con 6.000 fotografías y casi 100 imágenes de Russo. Las grandes revistas europeas y americanas publicaron esa primicia en primera plana y ese primer encargo fue la entrada definitiva del fotógrafo a Magnum.