En 1880 un sacerdote
bávaro creó un lenguaje con la pretensión de convertirno en idioma universal,
mezclando palabras tomadas del francés, del alemán y del inglés, que llamó
Volapük. Pero la novedad lingüística fracasó, invadida por fonemas extraños y
declinaciones como las del latín y del alemán, heredadas del indoeuropeo.
Algunos años más tarde se
inventó otra lengua, el esperanto, de nombre más poético y de aprendizaje mucho
más fácil. Cualquier persona interesada en aprenderlo podría memorizar sus reglas
de uso en una tarde.
Pero tampoco tuvo éxito.
Otro idioma se asomaba por entonces con veleidades de lengua internacional, el
inglés. Hace 2 000 años, el inglés era una lengua oral hablada por tribus de lo
que hoy es Dinamarca, que vivían en la Edad del Hierro. Mil años más tarde, esa
lengua vivía a la sombra de los caciques francófonos de una pequeña isla
situada al noroeste de Europa. Nadie podría imaginar en esa época que el inglés
sería hoy hablado, o conocido en alguna medida, por casi 2 000 millones de
personas, casi una de cada tres en el planeta.
La ciencia ficción nos
presenta a menudo planetas enteros que hablan un solo idioma, pero esa fantasía
parece más amenazadora en el planeta Tierra, donde muchos temen que el inglés
pueda eliminar a casi todos los demás lenguajes. Que los seres humanos pueden
expresarse hoy en algunos miles de idiomas es algo fantástico; a muy pocas
personas les gustaría que su variedad lingüística se perdiera.
Sin embargo, podríamos
preguntarnos: si todos los seres humanos hubiéramos hablado siempre una misma
lengua ¿habría alguien que prefiriera que estuviéramos separados por miles de
ellas?
Afortunadamente, los
temores de que el inglés se convierta en una lengua única son infundados o, por
lo menos, prematuros. Pocos lingüistas son tan pesimistas como para suponer que
nuestro mundo dejará de tener una multiplicidad de lenguas y culturas y,
consecuentemente, varias lenguas además del inglés. Es imposible, por otra
parte, interferir en algo tan íntimo y espontáneo como decidir la lengua en la
que les hablamos a nuestros hijos. La expansión del inglés solo puede
entenderse como la tendencia al uso de una lengua local en su propio ámbito y
el inglés como lengua común.
Pero los días en que el
inglés comparte el planeta con miles de otras lenguas parecen estar contados.
Un viajero del futuro, que pudiera vivir dentro de un siglo, notaría dos cosas
en el paisaje lingüístico del planeta. Uno, que habría muchísimo menos lenguas
y dos, que estas serían mucho menos complicadas que hoy, especialmente, habría
menos diferencia entre cómo se hablan y cómo se escriben.
Es probable que en el año
2115 haya no más de 600 lenguas, de las 6000 que hay hoy. El japonés y el
mandarín estarán allí, pero las lenguas habladas por grupos menores tenderán a
desaparecer, como ha ocurrido con la mayoría de los idiomas de los indígeneas
norteamericanos y de los aborígenes australianos.
La
simplificación del lenguaje
A lo largo de la historia
ha habido varios momentos históricos cuyo estudio ayuda a explicar la evolución
de las lenguas existentes y la desaparición de las pasadas. Los vikingos, por
ejemplo, invadieron Inglaterra a partir del siglo VIII y se unieron en sociedad
originándose una mezcla entre el inglés antiguo, cuyo uso en aquel momento sólo
se limitaba a las élites, con el que se hablaba fuera de las esferas cultas con
acceso a educación: el inglés moderno. Mandarín, persa, indonesio y otras
lenguas pasaron por procesos similares de ordenamiento y restructuración del
lenguaje.
La segunda ola de
simplificación del lenguaje sucedió cuando las potencias europeas transportaron
esclavos africanos a las plantaciones obligando a los adultos a aprender una
nueva lengua rápidamente, y a menudo sólo sabían unos pocos cientos de palabras
y algunos trozos de estructura de oraciones. De esta necesidad de poder
comunicarse nacieron las conocidas como las lenguas criollas, en las que se
mezclan elementos de dos o más idiomas nativos con la lengua del colonizador.
La tercera ola de
simplificación está ocurriendo ahora, cuando los movimientos de poblaciones
entre diversos países están derivando en una nueva racionalización de los
idiomas. Los inmigrantes y sus descendientes imponen la impronta de sus lenguas
de origen en la sintaxis, formas léxicas, expresiones y rasgos fonéticos que
modifican el lenguaje, pero en dos o tres generaciones pierden la lengua de
origen.