En los últimos tiempos ha
habido en el mundo un fuerte forcejeo intelectual por precisar las diferencias
entre “Estado fallido” y “Estado débil”. Más vale que los pensadores se den
prisa en encontrar el concepto más exacto en cada caso, y de la manera más
atinada, para dejar de estar rodeados de mitos. Se trata de saber, de una sola
vez, si México está frente a las puertas de un Estado fallido o inmerso en un
Estado débil. Esto viene a colación por el reciente estudio dado a conocer por
Unisys Security Index, empresa internacional especializada en tecnologías de la
información, con respecto a 2014, que reflejó que en ese año más del 80 por
ciento de los mexicanos “se dijeron altamente preocupados por su seguridad
electrónica, financiera, personal y, en general, de la seguridad nacional”.
Según la propia empresa, ese resultado coloca a México en el primer sitio
mundial en desconfianza de sus ciudadanos hacia su país. En su encuesta de
2013, el porcentaje de desconfianza fue ligeramente inferior. Rondó entre el 62
y el 76%, a diferencia que en 2014, en que los ciudadanos se manifestaron entre
“extremadamente o muy preocupados”. Eso responde a que el clima de inseguridad
ha ido en aumento. Lo fundamental es que los ciudadanos sienten que se
encuentran en riesgo de colapso, que es lo que viene a contar, y que hacen caso
omiso a las cifras oficiales. Es la experiencia cotidiana la que rige sus
percepciones, a fin de cuentas. A la tesis de Max Weber, de que Estado Fallido
es que un Estado deja de mantener el monopolio legítimo de la violencia
política, Noam Chomsky le incorporó que el Estado es fallido cuando también
deja de cumplir con los objetivos que el propio Estado ha proclamado. Más
recientemente, se ha introducido con más fuerza la figura del Estado débil,
acerca del cual Francis Fukuyama y Stewart Patrick lo definen como un nivel de
falta de estatalidad y como nivel de falta de funciones para actuar en el
territorio. Explican que estatalidad es la medida en la cual el Estado cumple
con sus funciones jurídicas y de seguridad básica, y acerca de la funcionalidad,
la definen como la capacidad del Estado en interceder en la vida cotidiana en
el país. Cabe entonces la pregunta: ¿hasta dónde se ha reducido la capacidad
del Estado para hacer frente al crimen organizado, a la corrupción política,
empresarial y financiera, que es desde donde tiene su origen hoy día la
excesiva desconfianza de los ciudadanos mexicanos en su país? No se necesita
ser un teórico para que cada cual sienta que el Estado le está resultando
“fallido” o “débil”. Para los resultados, da lo mismo. Que si no fuera por la
economía informal, su subsistencia estaría en riesgo; que si no fuera por la
piratería, no tendría comida que llevarse a la boca; que si no fuera por su
pertenencia al crimen organizado, no sería “alguien”, y que si no fuera porque
su primo es “narco”, su madre no hubiera recibido atención médica. Ese es el
“pan de cada día” que determina las percepciones del público.
*Columnista del diario
UnomásUno
gloriaanalco@prodigy.net.mx