Sartre
fue el décimo escritor francés seleccionado como Premio Nobel de Literatura, en
1964. Para él, el Nobel en lugar de poner al escritor junto al lector, los
separaba. El dinero y la fama dadas por terceros no debía incidir en la
lectura; Sartre deseaba que se le leyera por su valor.
El
siguiente es el fragmento de una entrevista a la revista francesa Le Nouvel
Observateur del 19 de noviembre de 1964, en donde aclaró para la posteridad la
razón de su gesto, que no sólo fue de contenido político y literario sino,
además, de una soberbia y ejemplarizante dignidad intelectual.
"—¿Por qué rechacé ese premio? Porque estimo que
desde hace cierto tiempo tiene un color político.
Si
hubiera aceptado el Nobel -y aunque hubiera hecho un discurso insolente en
Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo- habría sido recuperado. Si hubiera sido
miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera
sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría
sido discernido; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando
se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones "extremistas"
se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de
decir: "Finalmente es de los nuestros". Yo no podía aceptar eso.
La
mayoría de los diarios me han atribuido razones personales: estaría herido
porque Camus lo había obtenido antes que yo... tendría miedo que Simone de
Beauvoir se sintiera celosa, a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos
los honores por orgullo. Tengo una respuesta muy simple: si tuviéramos un
gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de discernirme un
premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores
deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un
avispero.
Lo
que más me ha molestado en este asunto son las cartas de los pobres. Los pobres
para mí son las personas que no tienen dinero pero que están suficientemente
mistificadas para aceptar el mundo tal cual es. Esa gente forma legión. Me han
escrito cartas dolorosas: "Deme a mí el dinero que rechaza".
En
el fondo lo que escandaliza es que ese dinero no haya sido gastado. Cuando
Mauriac escribe en su agenda: "Yo lo hubiera usado para arreglar mi cuarto
de baño y el cerco de mi parque", es un maligno: sabe que no provocará
ningún escándalo. Si hubiera distribuido ese dinero habría chocado más a la
gente. Rechazarlo es inadmisible. Un norteamericano ha escrito: "Si me dan
100 dólares y los rechazo, no soy un hombre". Y además está la idea de que
un escritor no merece ese dinero. El escritor es un personaje sospechoso. No
trabaja, gana dinero y puede ser recibido, si lo quiere, por un rey de Suecia.
Eso ya es escandaloso. Si además rechaza el dinero que no ha merecido, es el
colmo. Se considera natural que un banquero tenga dinero y no lo dé. Pero que
un escritor pueda rechazarlo, eso no pasa.
Todo
esto es el mundo del dinero y las relaciones con el dinero son siempre falsas.
Rechazo 26 millones y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis
libros se venderán más porque la gente va a decirse: "¿Quién es este
atropellado que escupe sobre semejante suma?". Mi gesto va pues a
reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que
rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me
habría dejado recuperar por el sistema".