Los informes de gobierno son meros actos propagandísticos de simulación democrática en los que la rendición de cuentas es sepultada por las matracas y porras de los acarreados, la información que realmente importa es escondida entre un exagerado listado de aparentes logros en voluminosas pero bien empastadas publicaciones que seguramente pocos leerán.
No me referiré al informe
de ningún gobernante en particular, ya que difícilmente habría algo que lo
diferenciara de los demás.
Millones de pesos gastados
en promoción. El besamanos, el culto a la personalidad, la torta, el refresco,
la movilización en transporte público pagado con el erario desde la colonia o
el barrio hasta el lugar del evento donde la clase política ocupa las primeras
filas.
Las sillas de atrás se
llenan con empleados, militantes del partido que gobierna y beneficiarios de
los programas asistenciales.
El pueblo, ese conjunto de
personas que integran una nación, un estado, un municipio, excepto esa mínima
fracción que acude acarreada o por compromiso laboral, permanece indiferente.
Lo único que ha cambiado
es que en las redes sociales la propaganda oficial se enfrenta con una crítica
constante, pero cuya legitimidad es enrarecida por operadores de grupos
políticos e incluso falsos perfiles que escriben comentarios a favor o en
contra según su preferencia política en una voraz disputa por orientar la
opinión de acuerdo a los intereses particulares de X o Y personaje.
Algunos usuarios exponen
puntos de vista interesantes sobre la problemática política, social o
económica, pero sin haber leído el informe, ya que la única información
disponible para ellos son los spots oficiales y no los contenidos completos.
Otros, generalmente
perfiles falsos o podríamos llamarlos, de partido, simplemente descalifican al
que crítica o al que defiende haciendo uso de adjetivos, insultos y hasta
mentadas de madre.
Sí, hay debate, pero en
incontables casos desinformado, o confundido por una guerra de acusaciones y
falacias que van desde matar al mensajero hasta envenenar el pozo a los
críticos del gobierno, o al revés, a sus defensores.
Pero ¿realmente podemos
decir que el gobernante rindió cuentas a sus gobernados? Por ley, el informe se
entrega a los diputados o a los regidores, en virtud de que en el sistema
político son considerados los representantes de los ciudadanos.
Sin embargo eso no deja de
ser una rendición de cuentas horizontal, entre poderes de gobierno, entre clase
política, y que no baja al pueblo. No es vertical.
Llevar el informe a las
colonias o distritos electorales tampoco le da una verticalidad objetiva a la
rendición de cuentas, ya que no deja de hacerse en un espacio con acceso
controlado por operadores políticos.
Lo que a mi parecer más
dificulta la rendición de cuentas y favorece la opacidad en los gobiernos, es
la apatía ciudadana. ¿Es generada por el desencanto hacia la política? Sí. Pero
¿a quién conviene el desinterés ciudadano? ¿A quiénes les favorece?
Efectivamente, esa clase
gobernante a la que criticamos, de la que nos quejamos, pero a la que jamás
exigimos cuentas, es la beneficiaria de nuestra apatía, por eso, no hará nunca
nada por interesarnos en política, salvo en periodos electorales.
Lo ideal es que el texto
íntegro de los informes se difundiera con una semana de anticipación en los
medios masivos de comunicación, y que los ciudadanos nos interesemos en
leerlos, analizarlos, y procesar conclusiones informadas que nos permitan
realmente evaluar a un gobierno, en su justa dimensión.
jalepezochoa@gmail.com