Al jefe Cuauc
Con
piedras sobre la espalda
con
jugo de hambre en cada brazo
me
desmorono en una esquina,
en
las manos ávidas del fuego,
del
llanto doblado sobre la mentira
bajo
el árbol frondoso de la llaga.
Me
es válido escribir
con
piedras que son siglos
y
ríos de dolor salobre
que
mi destino es la muerte
sin
ser un poeta llorón y turbulento
que
anda con su hoz al hombre
reventando
sueños
acicalando
en cada corazón, su vacío;
como
aquellos que bostezan en la costra del viento
y
quejumbrosos recorren el planeta en una copa.
Mejor
me planto en cada polo
en
el velo nupcial de la palabra
con
la espada rota
y
el aliento quebrado por un pájaro
y
me arranco la piel con las uñas
y
me veo tan solo como un loco
al
que nadie le da un mendrugo de esperanza
y
le cierran la puerta con un golpe de violencia
y
una ración de miedo que hurga y relame la angustia.
Esa,
la que amanece despierta en cada sueño
y
destruye la voz en cada vida.
Y
me ahoga y te cubre de tierra sin necesidad de morir
porque
todo está escrito
en
la flama que ahoga al silencio
y
lo convierte en sombra que navega a río revuelto
en
este país de pobres diablos
donde
la muerte aviva la noche
y
la danza de las balas
no
toca tus sueños, ni los míos,
abrasa
la tierra con su lengua de sangre
y
en medio del árbol podrido
del
ojo abierto del sacrificado
el
raramuri cubierto de cal sin ojos ni bandera
cae
y
cae
al
fondo del barranco
donde
el alba se nutre de mentiras
y
es fácil gritar
patear al
vacío
para
que los poetas, se mueran de una buena vez
y
no me alcance el aire al rebotar sobres las peñas
antes
de maldecir la vida
y
morir desquebrajado en la púa seca de los riscos.
Y salmodiar
¡Ah puta vida¡
ciega y llana
¡puta vida¡
Quédate
donde estas,
a
cuenta gotas respira
siembra
la nada y su castillo
al
cabo los pobres te conocen,
te
huelen desde el día del nacimiento
no
hay misterio, poetas
la
vida es de todos
la
muerte se la come,
su
agonía imanta cofres
donde
no palpita orfebrería divina
que
no sea la de ser pobres
pobres,
de tan pobres
amigos
y entenados de la muerte.
Y
luchar por cerrar la herida
comenzar
el camino
arar
en baldosas, sobre terraplenes sangrantes
tirar
la semilla en aceras inertes
cubiertas
de gargajos.
¿De
que sirvió, amigo, ser cápsula de llama, voz en el vacío?
De
nada, como la nada que te cierra las manos
bajo
la presión de siglos
de
imperios que caen y se levantan
de
ideologías caducas;
y
nosotros, somos los mismos;
sólo
cambian de nombre las edades,
la
juniera claridad del agua sobre los vallados
donde
caben todas las muertes,
que
ya no importan.
¿Para
qué intentar saberlo
para
qué volver al látigo
al
alfanje diestro en degollamientos
a
la rueda dolorosa de la historia?
El
mundo ha cambiado
y
los pobres siguen con su muerte a cuestas
no
hay banderas, cadalso, fuegos fatuos:
un
país con una águila en la frente
sombrío
de noche y de día,
capaz
de repetir los mismos vicios.
Así es
y
así es
querido Cuauc
se
ha roto la frágil rama de la aurora:
El
rojo se come al verde
y
el blanco al azul
y
el amarillo al canario
preso
en su jaula de oro
que
pica y pica óxido de hierro
Y
los enfermos, ciegos, nonatos
suplican,
lloran y cantan
la
sed del desamparo
terminan
sus días en alcantarillas
lejos
del agua madre, de la tierra fértil;
terminan
sus días en letrinas urbanas
bajo
el yugo dulce donde cabe la noche
y
se hunde hábil nodriza la mañana
enhiesta
sierpe desnuda en cadena de colores.
Y
no pasa nada, nada
los
profetas sociales
son
especie en extinción,
memoria
sin alas, trozo de humus
que
gotea siglos petrificados de polvo
en
la débil cavidad de la esperanza.
Los
de ahora
se
venden por un saco de monedas
por
el canto de la sirenas de licra:
los pobres son buen negocio
para hacerse ricos.
Y
como ya sé que no me escuchas
y
que poco importa
si
me oyes,
los
que me escuchan
sabrán
responder a mi pregunta.
Porque
de algo se muere a secas
de
llanto, de parto, de impotencia
de
muerte prematura, de cáncer
de
un escopetazo en la nuca
de
piquete de alacrán
de
una herida sin alma
de
un garrotazo en la noche estrellada
de
amor, de sexo, de vida
de
un ataque de misiles al cerebro
cansado
de mirar por el ojo de la vida
lo
que han construido con sus manos
hombres
y mujeres destinados a la muerte
como
tú que ya no me oyes
cantar
esta balada
y
yo que cuento las horas que nos faltan
y
volver a la nada en un cuenco de ceniza.
De
algo se muere a secas, de algo…
Chilpancingo, Gro.
22 de febrero, 2012