Ricardo Anaya Cortés, presidente de la Cámara de Diputados, es un joven político del PAN que en febrero último cumplió 34 años. Del movimiento estudiantil de 1968, reprimido a sangre y fuego, literalmente, en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlaltelolco sólo supo por la referencia histórica.
Igual supo, sin duda por pláticas, del concierto de Avándaro, en Valle de Bravo, que congregó a más de 200 mil jóvenes que ese 12 de septiembre de 1971 tenían fresca la represión del 10 de junio en las inmediaciones de la Normal de Maestros, por el rumbo del Casco de Santo Tomás en la capital del país. Esa fue la última concentración de esa dimensión de jóvenes en proceso de despojarse del status quo de la época y contra la represión.
Ricardo Anaya, es un joven político que le llama a las cosas por su nombre. ¿Terminarás tu periodo presidencial con mención honorífica?, le pregunté al término de su primera conferencia de prensa, una vez que había presidido su primera sesión del pleno camaral en el Palacio Legislativo de San Lázaro. “Trataré, trataré”, respondió
Sin duda, este día los seudo anarquistas y dizque “infiltrados” de la CNTE, en consonancia con los libres pensadores que desprecian a quienes no comulgan con sus principios radicales y fundamentalistas en los medios de comunicación masiva, harán cera y pabilo del joven panista porque no se anduvo por las ramas en eso de frenar la impunidad.
En entrevista, un colega de la fuente camaral le recordó que no se aplican las reformas aprobadas en el Congreso de la Unión, “por lo menos la educativa no ha sido aplicada: seguimos con los maestros tomando plazas públicas, gobiernos y autoridades que no hacen nada; hoy (ayer martes) en la mañana el aeropuerto y no se les descuenta un solo día de salario”.
El diputado presidente respondió sin vaguedades:
“Basta de impunidad en nuestro país. La ley se debe cumplir y por supuesto que debe haber despidos en los casos que asó lo ordena la ley: uno, porque lo establece la legislación; segundo, porque es un derecho superior el de las niñas y el de los niños y, tercero, porque el país necesita a las maestras y a los maestros dando clases y preparando a las nuevas generaciones.
“Por supuesto que se debe aplicar la ley y por supuesto que sí se deben aplicar los despidos. Basta ya de impunidad”.
No alude el diputado presidente a la represión como método para acabar con la impunidad. No está en el discurso de los políticos de estos tiempos la idea de reprimir a garrotazo limpio y bayoneta calada a los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que, sin embargo, se llaman reprimidos cuando se les echa del Zócalo y se apoderan del entorno del Monumento de la Revolución y de la capital del país, en demanda de tumbar la reforma educativa y evitar prospere la energética y para frenar el fundamento de la hacendaria.
¿Represión? ¿Sabrán de qué hablan estos mentores y sus líderes, los mismos a los que importa un bledo el descuento de la quincena por no dar clases, si al final de cuentas viven de las cuotas sindicales que religiosamente entregan las autoridades educativas estatales?
Saben lo que es la provocación para ser reprimidos y sin duda este dos de octubre buscarán un mártir, cuando del lado de la fuerza pública están en un tris de provocar la primera baja mortal, en a persona del policía de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, Álvaro Sánchez Valdez, en estado de coma debido a la golpiza que le propinaron integrantes de la CNTE en el choque con la fuerza pública que les impidió el paso a la terminal aérea internacional capitalina.
Son los riesgos de la democracia y de estos nuevos tiempos políticos en los que, los mismos que invocan “¡Dos de Octubre no se olvida!”, olvidan que aquellos fueron años de verdadera lucha social y política callejera, en la que la policía secreta secuestraba, torturaba, mataba y desaparecía a estudiantes y activistas, o con “halcones” en 1971 perseguía y sometía una marcha estudiantil a punta de balazos y golpes de varas de kendo, cuando apenas cinco años antes lo había hecho con metralla y golpes en la Plaza de las Tres Culturas.
También se habló, en esos días, de infiltrados y provocadores. Los hubo. Pero hoy, con ese cerrado cuerpo de movilización de la CNTE, ofende que personajes como el dirigente de la sección XXII de Oaxaca, Rubén Núñez Ginés, acuse a infiltrados de las agresiones a policías y causantes de destrozos en comercios e inmuebles públicos.
¿Quieren ser reprimidos estos maestros que han retado a la aplicación de la ley? Impunidades por aquí, impunidades por allá; corrupción en la educación, corrupción en el gobierno, corrupción en licencias para construir en zonas prohibidas, corrupción en la venta de plazas de maestro, corrupción en cuerpos policiacos. ¿Represión? Conste.