Cuando hace casi 20 años
ocurrió el “alzamiento” del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, no hubo
sorpresa en el círculo cercano al entonces presidente Carlos Salinas de Gortari
ni en la embajada de Estados Unidos en México.
Los sistemas de espionaje
del Estado mexicano, vía Cisen y de la Secretaría de la Defensa Nacional, como
los de la CIA y la DEA, por citar a los más conocidos brazos del gobierno
estadunidense expertos en hurgar en el extranjero y desestabilizar gobiernos,
habían detectado con meses de antelación los aprestos de dicha guerrilla en el
estado de Chiapas.
Incluso, meses previos a la
irrupción de las huestes del subcomandante Marcos –el 1 de enero de 1994--, el
general Miguel Ángel Godínez Bravo, entonces comandante de la VII Región
Militar, denunció los excesos de los integrantes de ese grupo que luego se
conocería como EZLN.
Un ejemplo de que no eran
unas hermanas de la caridad los colaboradores y socios de Rafael Sebastián
Guillén Vicente (a) Subcomandante Marcos, fue la ejecución de dos oficiales del
Ejército Mexicano en la comunidad tzotzil de San Isidro El Ocotal, en abril de
1993.
En aquellos días el obispo
de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz descalificó las acusaciones del
general Godínez contra indígenas de aquella comunidad, miembros del EZLN que se
encargaron incluso de destazar a los oficiales que descubrieron un campamento
en el que se adiestraba a quienes formarían esas huestes zapatistas.
Hubo evidencias de los
preparativos, tantas que sólo en el gobierno de Carlos Salinas y en la embajada
de Estados Unidos en México no quisieron verse.
Documentos de la Secretaría
de la Defensa Nacional dan cuenta de ello; incluso la referencia de que en la
navidad de 1993 hubo una movilización en
la comunidad de San Carlos, donde los zapatistas tomaron la gasolinera local y
hasta se robaron una camioneta de redilas, color rojo, de tres y media
toneladas que fue para uso personal de Marcos.
¿Nos espiaba el gobierno de
George Bush y le informaba su entonces embajador John Dimitri Negroponte de lo
que se cocinaba en Chiapas hasta septiembre de 1993, cuando éste dejó la
embajada de Estados Unidos en México?
¿James Robert Jones, sucesor
de Negroponte a partir de octubre de 1993 y hasta junio de 1997, como embajador
de la administración Clinton, informó del rumbo de esta guerrilla y cómo el PRI
perdía hegemonía política?
Cuestiones de memoria. No
hay duda de que los informes de quienes se movían dentro y fuera del EZLN y se
beneficiaban de ello, y de las razones por las que Ernesto Zedillo Ponce de
León dejó en la orfandad al PRI, llegaron puntualmente a la Casa Blanca en
Washington, como igual llegaron en su momento los correspondientes al
movimiento estudiantil de 1968 y los cobros de facturas políticas que, con el
asesinato de estudiantes a manos del grupo paramilitar Los Halcones,
posibilitaron sacar de circulación a Alfonso Martínez Domínguez, entonces jefe
del Departamento del Distrito Federal, mas no parte del equipo del entonces
presidente Luis Echeverría Álvarez.
Así ha sido desde aquellos
gobiernos decimonónicos y luego los de la época revolucionaria y
posrevolucionaria, en los que la nariz del gobierno estadunidense ha estado metida
hasta en la sopa.
Y qué decir de los brazos
cómplices, como el del embajador Henry Lane Wilson que operó en la
defenestración del presidente Francisco I Madero, que devino en el asesinato de
éste junto con el vicepresidente José María Pino Suárez.
En las Cámaras de Diputados
y de Senadores se desgarran las vestimentas porque el gobierno de Barack Obama
espió a Felipe Calderón Hinojosa y hasta leyó sus correos electrónicos. Y
porque algo similar ocurrió con el entonces candidato priista a la Presidencia
de la República, Enrique Peña Nieto.
Son posturas patrioteras.
Estados Unidos espía en México porque se le ha permitido y no es nada nuevo.
¿Secretos de Estado? ¿Cómo cuáles? ¿Por qué no se impidió la irrupción del EZLN
en la escena nacional? ¿Por qué no se detuvo a los asesinos de estudiantes en
1968 y en 1971? ¿Por qué no se ha detenido a, digamos, El Chapo Guzmán?
Espías hay en todos lados,
es el deporte favorito de gobernadores y altos funcionarios públicos. Marcelo
Ebrard tuvo su particular “cisen”, como el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas
tiene el suyo en Puebla.
De qué se queja Felipe
Calderón, si él autorizó la presencia de espías estadunidense en México. Para
muestra un botón: no hay que olvidar el affaire Tres Marías. ¿Secretos de
Estado, o secretos de alcoba? Digo.