En solidaridad con los hombres y mujeres de a pie de la
Unison.
Hay hombres
que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Pero hay quienes luchan toda la vida a pie por
toditita la ciudad: esos son los peatones.
No hay nada
que los detenga: ni el calor, ni el frío, ni el smog, ni el polvo, ni la
lluvia, ni el desaliento. Ni los baches, ni las distancias, ni los perros
bravos, ni el peligro de las bocacalles, ni los carros fantasmas dados a la
fuga. Nada. Ni la friega diaria, ni los zapatos rotos, ni la mierda en la
suela, ni las gotas de sudor mugrosas que percuden los cuellos, ni el horario,
ni los semáforos en…
Los
peatones son de otro mundo. Mejor dicho: viven en otro mundo. Los peatones son
animales en peligro de expansión: se le puede ver de pronto aquí y a los pocos
minutos allá del otro lado. Los peatones son como coyotes con rabia: andan y
andan y andan sin descanso. Para ellos (para nosotros corrige este columnista)
no hay pared que nos detenga. Para lo peatones no hay placas, ni tarjetas de
circulación, ni nos someten a la verificación corporal, ni optamos por la Magazín o la Premium, ni nos empujan cuando quedamos tirados, ni arroyamos a
nadie a gran velocidad.
Los
peatones no son bien vistos: los choferes le hacen la mueca, le voltean la
cara, le rechinan las llantas en el charco para bañarlos, los vuelven invisibles como seres menores. Los
peatones no tienen escondrijo, puedes voltear a vernos cuando quieras. Los
encuentras en Hermosillo, en Tijuana, en Barcelona, en Paris, en el Distrito
Federal, en Cuévano, en Madagascar, en Guaymas, en Rosarito, en Cabo San Lucas,
en Belice, en Puebla, en Tokio, en el Congo y, ahí, en el planeta Marte, será
un peatón lo primero que encuentren antes de encontrar oxigeno o agua o soledad
o resignación.
Es más: los
peatones están hasta en la ley de tránsito, casi a fuerza, casi obligadamente
como dándonos chancita de pertenecer a este orbe y a esta urbe. Aquí en Sonora
casi se nos impone la obligación de ofrendar para poder transitar en ella o se
nos trata como una peste, un mal congénito, una yaga indeleble. Y si no es
cierto, cruce usted el renglón y lea:
ARTÍCULO 1o.- La presente Ley es de interés público y de
observancia obligatoria en el Estado de Sonora. Tiene por objeto regular el
tránsito de vehículos y establecer las normas a las que se sujetarán sus
conductores y ocupantes, así como los peatones.
ARTÍCULO 177.- Los peatones deberán cumplir las disposiciones de
esta Ley, las indicaciones de los Agentes de la Policía y Tránsito y los
dispositivos para el control del tránsito.
ARTÍCULO 178.- Los peatones transitarán por las aceras de las vías
públicas y sobre las zonas destinadas para este objeto, evitando interrumpir u
obstruir en cualquier forma la fluidez del tránsito.
ARTÍCULO 179.- Queda prohibido jugar en las vías públicas, ya sea
en la superficie de rodamiento o en las aceras, así como transitar por estas en
patines, triciclos u otros vehículos.
ARTÍCULO 180.- Cuando existan aceras, estará prohibido a los
peatones caminar por la superficie de rodamiento. Cuando no las haya,
transitarán por una zona mínima de 1.50 metros paralela a la alineación de la
manzana. En las zonas rurales deberán circular por el acotamiento y a falta de
éste, por la orilla de la vía, dando el frente al tránsito.
ARTÍCULO 181.- Los peatones que empujen o que lleven objetos
voluminosos, podrán utilizar la superficie de rodamiento si su circulación por
la acera pudiera constituir un estorbo considerable para los demás peatones; en
este caso, circularán lo más cerca posible de la orilla de la acera.
ARTÍCULO 182.- Todo peatón deberá cruzar las vías públicas en las
intersecciones o en las zonas marcadas para tal efecto, excepto cuando se trate
de zonas suburbanas, o rurales que podrán cruzarse por cualquier punto,
debiendo siempre ceder el paso a los vehículos.
En los lugares
donde haya pasos a desnivel para peatones estos están obligados a usarlos.
Ningún peatón cruzará la intersección diagonalmente, excepto en los
casos en que los dispositivos para el control del tránsito lo permitan.
Entre dos intersecciones contiguas controladas con semáforos, los
peatones sólo cruzarán la calle en las zonas de paso marcadas para el efecto.
ARTÍCULO 183.- Los peatones deberán tomar todas las precauciones
al cruzar una vía y no irrumpirán intempestivamente la superficie de
rodamiento.
ARTÍCULO 184.- Iniciado el cruce de una vía, los peatones no deberán demorarse sin necesidad.
ARTÍCULO 185.- Los peatones deberán transitar por la mitad derecha
de las zonas de cruce.
ARTÍCULO 186.- Los peatones que no se encuentren en completo uso
de sus facultades y los menores de 8 años de edad, deberán ser conducidos por
personas aptas al cruzar las vías, los invidentes deberán usar bastón blanco, a
fin de que puedan ser distinguidos por los conductores. Los carentes de sentido
del oído deberán usar brazalete amarillo.
ARTÍCULO 187.- Las personas con discapacidad que se desplacen en
sillas de ruedas u otros medios especiales, no deberán transitar en la vía
pública a mayor velocidad que la de marcha normal de los peatones.
ARTÍCULO 188.- Ninguna persona debe ofrecer mercancías o servicios
a los ocupantes de los vehículos, repartirles propaganda o solicitarles ayuda
económica; solicitar transportación en que no sean de servicio público
autorizado, ni ofrecerse para cuidar vehículos.
Pero así como se nos somete, se nos alinea, y se
nos da licencia condicionada para ser peatón legalizado, peatón de a deveras,
peatón cosmopólita, peatón de punta, peatón de tercera generación, peatón
calificado, peatón clase vips, metropeatón,
peatón de sangre azul, también hay otros- como Jaime Sabines-que nomás así, por
el puro gusto de nombrarnos, nos canta:
“Se dice, se rumora, afirman en los salones,
en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran
poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O
simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué
maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa,
convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de
que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un
resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o
trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de
peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una
alegría dulce y tranquila.”
*El presente texto lo
estaré publicando tantas veces se nos siga viendo a los peatones como
ciudadanos de segunda clase.