viernes, 9 de marzo de 2012

NI CÓMO AYUDARLE



Pablo Hiriart

Una de las notas sobresalientes de estas elecciones será el derrumbe de López Obrador, quien podría quedar por debajo de los 20 puntos en la jornada del primer domingo de julio.

Tuvo seis años libres, con todos los gastos pagados, para pensar en algo novedoso y no se le ocurrió nada. No trae una sola idea atractiva.

El López Obrador de hoy es un candidato vacío de fondo y fuera de forma.

Durante estos seis años se dedicó a esparcir sus enojos por todo el territorio nacional, mientras perdía adeptos por su actitud de confrontación y despecho.

Al final de la jornada, a unos cuantos meses de la elección presidencial, perdonó a todos los que había ofendido durante un sexenio completo.Es una forma de admitir que perdió miserablemente el tiempo con rencores y preparativos de venganza que no le sirvieron de nada, pues tuvo que cambiar la estrategia.

Se quejó durante estos años que los medios le cerraron los micrófonos y las pantallas. No fue así. Él ya no tenía la relevancia para estar todos los días en los noticieros.

Si fuera justo, López Obrador tendría que darle gracias a los medios electrónicos que disminuyeron la atención a sus recorridos en los que despepitaba insultos y maldiciones a sus adversarios políticos.

Esos desplantes lo hicieron caer en las preferencias. Mostró con temeraria elocuencia su vena irascible e intolerante.

Lo peor del caso, y que explica su mal arranque en estas elecciones, es que no aprendió nada nuevo.

No aprendió nada de política ni aprendió nada del mundo.

Si al menos hubiera observado campañas en otros países habría advertido lo que señaló el miércoles Otto Granados en estas páginas: “el resorte que motiva el voto (no el único, pero sí uno de los que influyen) es una combinación de factores emocionales, mediáticos y visuales”.Fue con los empresarios y les dijo que estaba cansado, que ya no era el de hace seis años. Ahí mismo dijo que, si perdía, se iba a una finca que heredó de su padre en Macuspana.

A los que nombró en el gabinete 2012-2018 los metió de candidatos plurinominales, y al darse cuenta del mensaje de derrota que mandaba cambió la señal y les solicitó que ya no se inscribieran en las listas.

Para disipar dudas sobre su salud participó en un juego de beisbol sin cuidar ninguno de los detalles.

Ese juego era un acto de campaña, quería mandar un mensaje. Nadie le dijo que se maquillara un poco, que cuidara su forma de vestir, que no se pusiera la playera número tres que lo etiqueta como el tercero.

La fotografía publicada en la portada de ayer en La Razón, es elocuente: no se ve como un abuelo enérgico ni bonachón, sino que parece un abuelito berrinchudo.

Ni quien le ayude. O ni cómo ayudarle.