sábado, 28 de abril de 2012

EL SEXÓDROMO: EL ESPACIO ERÓTICO


El amor necesita pertenencia, seguridad, unión total; el deseo se enfoca más en la transgresión, en lo prohíbido, lo secreto, lo novedoso.


México • La semana pasada hablamos en este espacio de la inteligencia erótica y, en uno de los párrafos, hablé de la necesidad —de acuerdo con lo experimentado con sus pacientes por la terapeuta de pareja Esther Perel— de crear en pareja un espacio erótico que nos ayudara a tener una relación duradera que siguiera disfrutando de la emoción, de la pasión de los primeros meses.
La psicóloga de origen belga señala que el sexo no es algo que se hace, sino un lugar hacia donde se va. Eso, de entrada, ya nos va marcando una diferencia a la concepción tradicional del encuentro sexual. Dice Esther: “Es un sitio adentro de uno mismo y con el otro; parte de uno mismo y se exprime ahí y no en otra parte de tu vida. Cuando las parejas se quejan de la falta de sexo, a veces quieren más sexo, pero siempre quieren mejor sexo. Y el mejor del que hablan tiene que ver con la intimidad erótica, la novedad, el sentirse vivos”. 
Comentaba la semana pasada que mientras el amor necesita pertenencia, seguridad, unión total, el deseo se enfoca más en la transgresión, en lo prohibido, lo secreto, lo novedoso. Por eso es tan difícil unir ambas cosas. Pero no es imposible si sabemos hacerlo con inteligencia (erótica).
En su conferencia en el Congreso de Sexología, Esther Perel preguntó a los asistentes: “¿En qué momento consideran más atractiva a su pareja?”. Las respuestas fueron similares: “Cuando lo/la veo jugar con mis hij@s”, “cuando me ayuda con las labores cotidianas”, “cuando despierta y está amodorrado”, etcétera. Lo más atrevido fue: “Cuando sale del baño, todavía húmedo y con la toalla rodeando su cintura” y “cuando me dice que me ama”. Decía la terapeuta que ése es el común denominador de las respuestas a nivel mundial: creemos que lo atractivo está en lo que tiene que ver con lo cotidiano, con la seguridad, pero eso, muy probablemente, no nos dará una relación erótica satisfactoria por muchos años.
Esther señala que pocas veces dicen que lo es cuando se miran profundamente a los ojos o cuando se están besando la nuca, como podría pensarse de lo que creemos más erótico. Pero esto no siempre es dañino, sino que podemos utilizarlo a nuestro favor. Perel da la vuelta de tuerca al señalar, en una entrevista con la periodista colombiana Daniela Mohor: “Siempre es cuando ven al otro con cierta distancia, haciendo algo de lo cual no tienen que hacerse cargo pero que le agrada al que observa. Cuando se da un espacio en que esta persona tan familiar que es la pareja, nuevamente parece un poco más desconocida.
En ese espacio misterioso es donde hay atracción. Ése es el espacio erótico del deseo”, el cual tiene que ver con la libertad y el respeto de la individualidad del otro, fundamental para mantener el deseo.
Comentaba la rubia especialista que la forma en que se vive el deseo, transgresora y libertaria, tiene mucho que ver con lo que hacen los niños. Decía en Chiapas, durante el congreso, que a los niños les prohíbes algo y es lo primero que hacen. Contó una historia: una niña en sus primeros años de vida, opta por alejarse del seno materno para ir a explorar lo que hay a su alrededor; sin embargo, cada cierto tiempo, voltea para asegurarse que la madre está en el mismo lugar o, si se movió, la toma de la mano para que regrese a un sitio en donde la nena la pueda ver durante su expedición. Perel explicaba: “La chiquilla quiere explorar por su cuenta, conocer, saber qué hay más allá, pero sin dejar de estar cerca de su madre, de su tutela, cuidado, sostén. Lo mismo pasa con el amor: en lugar de la madre, anhelamos que la pareja esté ahí en nuestras exploraciones”. Pero no es solo eso. La historia sigue: “Si la niña ve que la madre está disfrutando de su libertad y le manda como mensaje un ‘anda, está bien, yo estoy aquí, encuéntrate con el mundo y disfruta de tu independencia’, entonces la niña tomará esa seguridad y confianza que le da la madre para ir un poco más lejos y, luego, cuando se canse, volverá a sus brazos. En cambio, si cuando la niña se da vuelta ve a su madre ansiosa, deprimida, haciéndola sentirse culpable porque se va sin ella, el mensaje que recibe es que para mantener la conexión, para no perder la intimidad o el amor materno tiene que volver a sus brazos y comprometer su libertad. Esa niña será una persona a la que más tarde le resultará mucho más difícil hacer el amor con la persona que ama, porque para mantener el deseo y hacer el amor con la persona que uno ama, uno necesita tener al mismo tiempo una libertad psicológica y una conexión. La dinámica de cómo lograr el equilibrio entre esas dos necesidades empieza desde que nacemos”, le revela en su entrevista a Mohor.
Por lo tanto, deberíamos hacer conciencia de que el concepto de libertad es primordial. Y eso no quiere decir que debamos, por obligación, irnos de “picos pardos” cuando nos sentimos “en libertad”, sino más bien con la idea de crear, con nuestra pareja, un universo misterioso que nos salve de la cotidianidad, que nos dé seguridad pero, a la vez, nos ofrezca una transgresión, brincarnos las trancas, hacer algo prohibido.
Esther prefiere hablar de erotismo, “porque la pasión es algo extremo e intenso y nadie puede vivir en un estado de pasión continuo. Las parejas comprometidas no vivimos en ese estado de enamoramiento permanente”. Sin embargo, sí se puede lograr preservar esos espacios que sirvan para reavivar el erotismo, estableciendo una clara frontera entre el ámbito de las responsabilidades y las obligaciones, y el del disfrute. Es decir, hay que aprender a conciliar domesticidad y erotismo, la vida hogareña con sus responsabilidades y el placer.
Entre las propuestas que da, se encuentran las siguientes, aunque cada uno debería establecer las propias de acuerdo a lo que le parece más transgresor: salgan a comer (desayunar, cenar) con su pareja, pero no hablen de sus hijos ni de las obligaciones domésticas o las vacaciones familiares; busquen encontrar temas como los que tenían antes de vivir juntos. Salgan —de común acuerdo— en la noche y por separado con sus amigos, para que saboreen la libertad sabiendo que al día siguiente podrán tener la seguridad del amor sin reclamos (no hay que ser gachos, digo yo, no solo el hombre tiene derecho a salir a divertirse; también las madres de familia pueden salir con sus amiguitas e, incluso, irse a bailar con sus compinches más cercanos de vez en cuando).
Realicen el siguiente ejercicio: díganse uno al otro cuál fue la experiencia más sensual, lúdica, cachonda, rebelde que han experimentado con el otro. Sientan cómo, tan solo al recordarlo, se comienzan a erotizar. Busquen eso: tanto la erotizada sabrosa como la realización de actos semejantes. Traten de buscar un espacio para ustedes solos, además del que tengan para cada uno. Dejen a los niños por unas horas con los abuelos y váyanse a un hotel de paso. Esperen a que se duerman para tener una cena con velitas y vino tinto que encierre una conversación erótica que termine en el sillón de la sala (o donde gusten). Busquen la libertad como quieran, pero sin olvidar que debe ser de común acuerdo.
El espacio erótico lo podemos ir construyendo en pareja en el momento que sea pero, sobre todo, cuando sintamos que comenzamos a perder el ímpetu del enamoramiento. Antes de buscar esa excitación por lo prohibido que solemos encontrar al hacernos de un@ o vari@s amantes, hay que tratar de encontrarla con la misma persona: nuestra pareja. Verán que no es tan difícil.