domingo, 22 de abril de 2012

LA CORRUPCIÓN MATA, Por Gerardo Galarza



Una de las preocupaciones de Gilberto Rincón Gallardo fue la invasión de lo que él llamaba algo así como la cultura de la corrupción.

           
En México hablar y escribir sobre la corrupción no es novedad ni causa sorpresa. Es un mal endémico y perenne. Y cuando se habla de ella  se piensa siempre en los políticos, los altos funcionarios públicos, los bajos burócratas, los policías y también los grandes empresarios o personas que se supone tienen alguna clase de poder. Pero nadie piensa, ya no digamos en sí mismo, sino en muchos mexicanos que ya perdieron la conciencia de lo que significa ser corruptos a fuerza de la costumbre.
En este mismo espacio, el escribidor cree haber contado ya que en alguna entrevista periodística o en una plática amistosa, don Gilberto Rincón Gallardo, mexicano de excepción, le hizo saber una de sus mayores preocupaciones: la invasión de lo que él llamaba algo así como la cultura de la corrupción o la costumbre de la corrupción. Por supuesto que estaba muy preocupado por la gran corrupción de los poderosos, pero sobre todo por su efecto en toda la sociedad mexicana; decía que no debía ser posible que los niños creyeran que podían resolver sus calificaciones escolares con un regalo para el profesor; que nadie tuviera sentimiento de culpa o siquiera pudor al dar una “mordida” al policía para no ser infraccionado, al burócrata para evitar o agilizar un trámite o al revés y todos los etcéteras que se quieran agregar y en todos los ámbitos de la vida social. Peor aún: los corruptos son los que reciben la “mordida”; yo no porque sólo se las doy porque me la exigen.
Hace exactamente una semana esta columna concluía con el siguiente párrafo: “CAMBIO DE VIAS.- Otros cinco jóvenes mexicanos —casi apenas salidos de la infancia— y uno de sus profesores de la Facultad de Economía de la UNAM murieron el jueves 12, en un accidente en la carretera México-Toluca, cuando se dirigían a su viaje de prácticas escolares. En medio de la tragedia, surgió un dato espeluznante e incómodo: el tráiler que golpeó al autobús de los universitarios llevaba una sobrecarga de 24 toneladas de trigo, lo que provocó su descontrol, de acuerdo con la Procuraduría de Justicia el Estado de México. ¿Quién decidió sobrecargar ese transporte? ¿Quién le permitió circular? ¿Por qué? ¿Cuánto cuesta poder violar un reglamento? ‘No pasa nada’, seguramente dijeron cuando llenaban los contenedores del tráiler, ‘¿quién te va a agarrar?’  La corrupción (pública y privada) también mata.”
Ocho días después, el viernes 20 de abril, en la carretera Álamo-Potrero del Llano, en el norte del estado de Veracruz, 43 personas murieron y otras 27 quedaron heridas en un accidente prácticamente idéntico al ocurrido a los universitarios: la segunda caja de un tráiler sobrecargado, y a exceso de velocidad, se desprendió y se impactó contra un autobús que transportaba a veracruzanos que iban a diversas ciudades del norte del país para trabajar principalmente como jornaleros. Como se sabe, normalmente los autobuses tienen capacidad para 40-42 pasajeros; es decir también iba sobrecargado: 70 viajantes.
Se dice que los accidentes, las tragedias, son productos de las circunstancias. Pero de ellas siempre hay responsables y son muchos. El escribidor no es de los extremistas que creen que el Presidente de la República, el secretario de Comunicaciones y Transportes, los gobernadores de los estados donde ocurrieron los hechos deban ir a la cárcel; vamos, a lo mejor, ni los choferes. Sin duda la responsabilidad mayor es de quienes sobrecargaron esos tráilers y el autotransporte de Veracruz. Las autoridades directas que lo solaparon. Es muy terrible escribirlo, pero también hay que decir que tienen alguna responsabilidad quienes aceptaron viajar en esas condiciones. Sí, ya lo sé: la necesidad de tener un trabajo y un ingreso para apenas mantener a la familia es tan grande y grave que obliga a cualquier sacrificio: la muerte en este caso.
Ya ni modo, diremos algunos, muchos o todos los mexicanos. Ya nos acostumbramos. No pasa nada: nada más es tantito; todos lo hacen; qué quieren que haga; si ellos lo hacen, ¿por qué yo no?; nadie se da cuenta; es una “lana” extra; tú éntrale… Tenía razón don Gilberto Rincón Gallardo.