MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN |
La liturgia política
nacional del México post revolucionario registra un procedimiento elemental:
cuando el Presidente de la República en turno rinde protesta en el cargo, en
ese momento inicia la carrera por su sucesión.
Ese día, el 1 de
diciembre, se da un banderazo en el equipo presidencial y el resto de los
partidos políticos. Bueno, salvo Andrés Manuel López Obrador que desde la fecha
en que Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano perdió la elección frente a Vicente Fox,
se declaró en campaña permanente por la Presidencia de la República, por encima
de cualquier impedimento legal. ¡Al diablo las instituciones (cuando le
conviene)!
Empero, la sucesión tiene
sus tiempos y quienes, como Andrés Manuel, se adelantan suelen desgastarse y
terminan en el estrepitoso fracaso. Su destino, entonces, se encamina a cargos
en el sector público y en el Poder Legislativo, cuando no al servicio de la
iniciativa privada, en especial en aquellos corporativos que, en su momento, se
beneficiaron de esa relación con intereses algunos inconfesables, mas no
impunes por siempre.
Un caso singular fue el de
Mario Moya Palencia. Se quedó hasta con las playeras y gorras que su equipo de
trabajo tenía en almacenes, con toneladas de propaganda impresa inclusive, para
repartirse apenas las fuerzas vivas del PRI lo destaparan candidato
presidencial.
Moya Palencia se adelantó.
Como secretario de Gobernación consideró que, conforme con la praxis en las
ligas mayores, como había ocurrido con Luis Echeverría Álvarez y Gustavo Díaz
Ordaz Bolaños. Pero carecía de carrera política, no había ocupado cargo alguno
de elección popular. En suma, era un burócrata, de nivel superior si se quiere,
pero finalmente burócrata que se adelantó en la carrera y perdió. El candidato
fue José López Portillo y Pacheco.
Otros personajes que
corrieron por la libre y antes de su tiempo, que no de tiempo, fueron Javier
García Paniagua, cuya rabieta fue de pronóstico cuando el sucesor de José López
Portillo y Pacheco fue Miguel de la Madrid Hurtado.
En esa ruta siguió el doctor
Sergio García Ramírez, “destapado” en falso el 4 de octubre de 1987, cuando en
realidad el candidato de Miguel de la Madrid y, por ende, del PRI a la
Presidencia de la República era y fue Carlos Salinas de Gortari, quien al
momento de asumir el papel que López Portillo calificara como “el fiel de la
balanza” para decidir quién sería su sucesor, desató una batalla interna en el
sistema político nacional que devino en el asesinato de Luis Donaldo Colosio
Murrieta.
Porque, en efecto, el
conflicto tuvo su crisis al interior del PRI, pero cuando Manuel Camacho Solís
no fue nominado a la Presidencia, rompió con el priismo y se alió, públicamente
ya en ese momento porque desde años antes había tendido puentes con la
oposición de izquierda, la del naciente perredismo e incluso cobijando a Andrés
Manuel López Obrador y al Partido Verde Ecologista de México.
Y, bueno, el corolario de
esa liturgia priista concluyó con la derrota de Roberto Madrazo por partida
doble, primero cuando se adelanta y pretende ser candidato presidencial pero el
PRI abandonado por Ernesto Zedillo Ponce de León, se decide por Francisco
Labastida Ochoa, quien es derrotado por Vicente Fox Quesada.
Madrazo Pintado sería, por
voluntad propia y contra la de la mayoría de gobernadores priista, candidato a
la Presidencia y vencido por Felipe Calderón Hinojosa.
Esta larga referencia
respecto de quienes corrieron antes de tiempo en busca del máximo cargo de
elección popular, que igual ocurre entre aquellos que se imaginan en una curul
o un escaño, en la gubernatura o la presidencia municipal, se ajusta a quienes
hoy han emprendido esa maratón en aras de una posición en las ligas mayores.
Un ejemplo inmediato es el
de Ricardo Anaya Cortés, el joven político queretano cuya carrera política va
en ascenso y ha tenido sus tiempos estelares cuando asumió la presidencia de la
Mesa Directiva de la Cámara de Diputados y, luego, una breve parada como
encargado de la presidencia del CEN del Partido Acción Nacional, cuando Gustavo
Enrique Madero Muñoz pidió licencia para buscar la candidatura a una diputación
federal, pero por la vía plurinominal. A la segura, pues.
Ricardo ha hecho un
trabajo de buen nivel, ha sabido jugar en esos espacios palaciegos del
legislativo y de la Presidencia de la República. Tiene buen cartel y todo el
mundo sabe que será, no tanto por elección cuando sí por convencimiento y
acuerdos con los cuadros directivos del PAN en todo el país, presidente
nacional del PAN a partir de noviembre de este año.
No es cuestionable, como
se ha pretendido plantear, que a la vez que viaja por el país en apoyo a los
candidatos panistas a las nueve gubernaturas y diputaciones federales, amén de
alcaldías y legislaturas locales, haga campaña y aproveche el tiempo para
negociar, pactar con esos votos de los consejeros albiazules.
En todo caso, el riesgo es
que Ricardo Anaya y sus panegiristas abriguen la convicción de que 2018 está
ajustado para sus aspiraciones, es decir, convertirse en candidato de Acción
Nacional a la Presidencia de la República.
Usted se preguntará y qué
pensará Gustavo Enrique Madero, quien desde la coordinación de la bancada
albiazul en la LXIII Legislatura, a partir de septiembre próximo, estará en
campaña en busca de la candidatura a la Presidencia. Bueno, bueno, siempre hay
posibilidad de negociar y la edad no le pega bien a Madero.
Lo cierto es que, a
Ricardo Anaya, como en su tiempo ocurrió a Moya Palencia, García Paniagua,
García Ramírez o Manuel Camacho Solís, puede aplicarse la máxima referida por
Manlio Fabio Beltrones, cuando en Campeche, el sábado último, le preguntaron
acerca de sus aspiraciones para presidir al CEN del PRI y, luego, buscar la
Presidencia de la República en 2018,
“Eso es muy adelantado
–respondió Manlio--. Es adelantarse mucho a lo que puede acontecer. En mi
pueblo dicen que cuando se montan tiernos los becerros, se pandean, de tal
suerte que no hay que hacerlo”. Conste.
LUNES.
Por cierto, Manlio reiteró que eso de buscar la dirigencia nacional del PRI no
es, para él, una obsesión. O lo que es lo mismo: te lo digo Juana para que me
entiendas Chana. Digo.
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