No se sabe
a ciencia cierta de dónde provino. Común era verlo vestido con pantalón de peto
y camisa hechos de mezclilla que denotaba los rigores que trae consigo el uso prolongado.
Era su indumentaria semejante a la utilizada por los obreros o ferrocarrileros
de aquellos tiempos. Se desconoce quién fue la persona que le daba vestimentas,
lo cierto es que siempre estaba equipado con ropas que, aunque no eran de su
talla, lo hacían lucir limpio.
Su
complexión denotaba cierta fragilidad. Era de piel blanca, y su pelo
ensortijado de apariencia sedosa se desparramaba sobre los hombros cubriendo
parte de sus facciones finas y diminutas. Su rostro que remataba en saliente y
delgada barba, semejaba mascarilla de rasgos femeninos. Por ello se cree que el
vulgo le endosó el mote de Melesio Barbarita.
… Melesio
era persona pobre. Se ganaba el sustento desempeñando distintas labores. Su
principal ocupación era el acarreo de leña seca que recolectaba en las faldas
de Xomislo, cerro situado al oriente de la población. Común era verlo transitar
por ese camino encaramado que conduce a la cima de esa elevación montañosa: en
el ascenso llevaba un pedazo de reata y un machete mocho, comúnmente denominado
tetepón, y a su regreso cargaba sobre su espalda un manojo de troncos o varas
secos,… y frutas silvestres que obsequiaba a los chavales..
…Pero
sucedió que un día domingo Melesio no regresó del cerro Xomislo. Su ausencia
originó rumores y dio lugar a una espera que atrajo preocupación; primero en
los niños, después en los adultos. Cuando las sombras de la noche se tendieron
como manto sobre el paisaje, la población se volcó en busca de él.
A lo lejos
sobre el cerro y lomeríos circundantes se observaban destellos de lámparas,
teas y hachones que semejaban luciérnagas alucinando al tiempo que se
escuchaban gritos prolongados: “Melesio,…
Melesio… Melesio,” pero Melesio Barbarita no contestó. Fue hasta el amanecer
del siguiente día cuando alguien exclamó: “aquí
está Melesio… vengan, vengan,… vean, ¡aquí está!”
Yacía con
el cuerpo enroscado bajo la fronda de un zapote blanco, y junto a él cuatro
montoncillos de frutos en proporción a lo que posiblemente consideró que
cabrían en las bolsas de su pantalón de peto. Los hombres se dieron a la tarea
de improvisar con maderos, varas y sollate un canapé al tiempo que las mujeres
oraban a dios y le hablaban a Melesio como si hubiese estado vivo: le pedían
que aflojara las coyunturas, que estirara sus corvas y osamenta contraídas por
el frío que trae consigo la muerte, le suplicaban que se ablandara para que lo
pudieran acomodar en posición de muerto que descansa en paz. Sorpresivamente,
después de mucho orar, hablarle y reconfortarlo
transmitiéndole tibiezas habidas en las manos femeninas, sucedió lo
deseado. Cuando unos y otros lograron
sus propósitos, cuatro hombres cargaron sobre sus hombros la parihuela que
contenía el cuerpo alargado de Melesio, y empezaron a descender del cerro
seguidos por la muchedumbre que semejaba cinta serpenteante y multicolor en
movimiento.
Un rumor
mortuorio se aposentó en el pueblo, las campanas tañían,…