Moisés Sánchez Limón |
El
ingeniero Adolfo Joel Ortega Cuevas, se desempeña como director general del
Sistema de Transporte Colectivo Metro.
¿Lo
sabrán cientos de miles de usuarios que diariamente sufren la consecuencia del
olvido en el que está sumido el mantenimiento y seguridad de este fundamental
medio de transporte en la capital del país? Seguramente no.
Es
posible que en otras partes del país importe un comino lo que sufrimos quienes
usamos el Metro para atender nuestras tareas cotidianas.
Tal
vez cuando de provincia vienen al Distrito Federal, por los motivos que sean,
admiración y curiosidad debe provocarles que el convoy se detenga en medio del
túnel o repose los efectos de la canícula en la estación menos imaginada,
mientras los usuarios se consumen en su jugo sin posibilidad de, siquiera, un
poco de ventilación.
¡Ah!,
y se deleitaran con música variada que ambulantes ofrecen a grito pelón y un
alto decibelaje; también les agradará que hasta su sitio alguien llegue a
ofrecerles artículos de todo tipo, desde un dulce para aliviar la carraspera y
hasta una lámpara. Verán con curiosidad como un supuesto sordomudo se la pasa
haciendo tonto a quien le compra una bolsita con dulces a cinco pesos.
Es posible que el despliegue de uniformados
que muestran seguridad en el Metro, haya provocado reducción en el índice
delictivo. Pero, ¿quién manda en este sistema de transporte?
No
se trata de entrar en esas comparaciones con otros sistema similares de transportación
masiva en el mundo. Total, tenemos el transporte que nos merecemos porque los
acuerdos entre la autoridad y permisionarios y jefes de ambulantes así lo
permiten.
Y es
que, vea usted, mientras poco a poco comienzan a desaparecer los vejestorios de
las inefables micros, continuamos con cafres que son sancionados cuando cometen
una barbaridad que cobra vidas, con un ofensivo manto de impunidad, en el STC
Metro no hay siquiera una muestra de voluntad por dar mantenimiento a esos
vagones huelen mal y tienen pésimo sistema de ventilación. Olvídese de aire
acondicionado.
Pero,
¿quién manda en el Metro? ¿Serán los líderes de vendedores? Sí, los policías
otorgan seguridad pero indudablemente reciben la orden de no molestar al
ambulantaje que se apoderó de todas las líneas del Metro, todas, e impunemente
incomoda a los usuarios.
¿Es
negocio? Indudable. Y más para quienes se hacen de la vista gorda y permiten
que esos vendedores (as) transiten de vagón en vagón lo mismo con
ensordecedoras bocinas con la oferta de discos pirata que lámparas, barajas,
dulces, pelotas y, en fin, todo lo que usted pueda imaginar vendible.
Dirán
que todo el mundo tiene derecho al trabajo. Indudable e indiscutible. Mas no
todo el mundo tiene derecho a molestar al prójimo con gritos. Y en algunos
casos hasta amenazas cuando alguien se atreve a manifestar su molestia por el
sonido más propio de una taberna o table dance que de un vagón del Metro.
Los
accesos a las estaciones, en la mayoría son una trampa. Vendedores de todo
bloquean el libre tránsito y los policías destacados en esas áreas sólo
observan. Quizá su disculpa sea que no los contrataron para perseguir
ambulantes, aunque éstos atenten contra la seguridad del usuario.
Pero,
bueno, este Metro chilango nuestro de cada día, está en el olvido, abandonado a
su suerte, con estaciones limpias, se reconoce, pero con la estridencia de
cientos de ambulantes que generan inseguridad, con vagones que se atoran y son
latas de sardina al vapor.
¿De
veras el ingeniero Ortega es el director del STC Metro? Bueno, como ingeniero
es comodín, porque fue hasta jefe de la policía chilanga. ¿Le dirán la verdad
en los reportes del desempeño del servicio del Metro? Seguramente no, porque de
otra suerte ya se habría notado el cambio, la atención, el servicio, de acuerdo
con las cartas de recomendación del ingeniero.
Chance
y no le meten presupuesto porque, como es de servicio popular, alguien con mala
leche puede acusar al ingeniero de usarlo con fines electoreros. ¿Será?
Bueno,
bueno. Mientras el ingeniero se entera de lo que ocurre con el motivo de su
nombramiento, antes de que ocurra una desgracia, no nos queda otra que
ejercitarnos en mecanismos de cómo sobrevivir en el Metro. Conste.