Ante tal exigencia, Virgilio, jefe nato de El
Escuadrón de la Muerte asentado en La calle de los Huajes de la natal
ciudad de Tixtla de Guerrero, Gro., no se “enchiló” como era hecho natural en
su persona, contuvo su enojo, y, a la par de entreabrir la puerta, en tono
amable, comedido y ceremonioso, dijo: “señora de todos mis respetos, puede pasar
al interior de esta su humilde casa, la invito a buscar y rebuscar, pero debe
saber que aquí no hay más que un burro…, El Burro González, mi amigo que, según
el decir de alguna féminas, tiene los atributos que usted reconoce en su
jumento” —Cirenio, al oír que se le mencionaba, abandonó su dejadez y
se puso de pie al tiempo que hacía una reverencia—, pero no le aconsejo —prosiguió
con hablar enfático El enchilado— no le aconsejo que se lo lleve porque
provocará desavenencias fatales: se enojará su esposa Cande García, vendrán su
familiares y se armará un mitote…
He aquí que la citada señora, después de husmear en el
entorno, al tiempo que enrollaba la gamarra y ataduras destinadas a sujetar su
jumento extraviado, hiciera un mohín seguido de un arrebato, y se alejara del
lugar: “mentando madres” reforzadas por gesticulaciones dirigidas a su
interlocutor, al vecino argüendero que la encaminó hasta ese lugar y a quienes
desde sus aposentos la miraban, embebidos de humor y alcohol, alejarse ligerita,
con su andar zarandeque y retozón, rumbo
a La Alameda situada más allá del vado creado por las aguas del arroyo de
Jaltipán.
Cuando un repentino silencio invadió el paisaje pueblerino,
desde el interior de la casa de El Enchilado, alguien imitó el
rebuznar de un asno, y, en medio de risotadas, reinició la bohemia brevemente
interrumpida por la fugaz presencia de doña Mariana Tizapa viuda de Chomolco
quien transitaba llevando su coraje entripado y la congoja que le producía la
ausencia de su burro manadero, el afamado Canelo, asiduo visitador de la burra
“Cascochueco”,
hembra orejona de pelo reluciente y paridora, jumenta hermosa domiciliada de
por vida, según lo narran quienes la trataron y gozaron de sus tersuras, en los
patios cubiertos de pasto y otros verdores de la escuela normal rural de
Ayotzinapa en donde vivió despojada de penurias, y fue más de mil veces, dadora
de satisfacciones y placeres momentáneos durante los últimos años de la década
de los cincuenta, y más... Borriquita de mirada dulce, cuyo recuerdo de antaño deambula
en la mente de muchos egresados de esta noble institución forjadora de
profesores.
“Eso dicen….”