Moisés Sánchez Limón |
La reaccionitis política es un deporte socorrido en todo el
mundo. A una acción sigue una reacción, generalmente montada en un tema que
vende y eleva bonos; aunque los hay con la peregrina idea de meter la
zancadilla al autor del asunto.
Tal ocurre con lo dicho por el presidente Enrique Peña Nieto
en la víspera del 84 aniversario del Partido Revolucionario Institucional de
que no hay intereses intocables y el único interés que protegerá es el interés
nacional, amén de que tomará las decisiones que exija la transformación del
país.
Dicen que sobre advertencia no hay engaño. Aunque lo
advertido por Peña Nieto se imagina como la tarea de pasar la escoba por la
casa, so riesgo de romper el cristal cortado de la abuela y que aquello se
convierta en un tiradero tan grave como la mugre que hay en la casa, acumulada
durante más de ocho décadas en la que se construyeron cacicazgos de ofensiva
condición para los 50 millones de mexicanos pobres que no pueden ser ocultados
bajo la alfombra.
Bueno, pues apenas se apagaba el largo, obsequioso y
disciplinado aplauso de los más de cuatro mil priistas asistentes a la plenaria
de la XXI Asamblea Nacional del PRI, brindado al fiel de la balanza y renovado
jefe máximo que es el presidente Enrique Peña Nieto, cuando los vecinos de
enfrente se treparon al carro de la que pareciera símil de la renovación moral
de la sociedad, consigna del entonces Miguel de la Madrid acuñada en su campaña
en pos de enmendar los horrores de la solución somos todos de José López
Portillo, que dicho sea de paso acabó con la demoledora paráfrasis de “la
corrupción somos todos”.
Miguel Barbosa Huerta, coordinador de los senadores del PRD,
convocó a conferencia de prensa para anunciar, cual Heraldo del eco social, que
sí, que en efecto, aceptan el reto de que en México no existan más intereses
intocables, aunque en realidad Peña Nieto no lo planteó como un reto, sí
compromiso de su estilo de gobernar –Daniel Cosío Villegas dixit--.
Pero don Miguel Barbosa fue más allá y, amén de entender a
su libre albedrío lo que dijo el Presidente, como para demostrar que una cosa
es apoyar al Pacto por México y otra, harto diferente, los disensos que tiene
con el tricolor en la oferta política, la que vende y atrae votos, porque no
hay que olvidar que estamos en el dintel de un proceso electoral en 14 estados
del país.
Y en ese boteprontismo, el senador poblano planteó la
esperanza perredista de que Peña Nieto pase de las palabras a los hechos
porque, enfatizó, “para que nuestro país avance no deben existir intereses
intocables, comenzando por varios personajes que lo rodean y que se encuentran
en su entorno inmediato, cercano o partidario”.
El senador no quiso usar el (aún vigente) fuero
constitucional. De haberlo hecho, habría dado nombres y apellidos de esos
personajes a los que se refiere. Su demanda habría sido devastadora, sobre todo
con su referencia de que “la cultura del presidencialismo, la idolatría a la
personalidad, la corrupción, las complicidades del poder, el tráfico de
influencias y los privilegios a intereses particulares y de grupo, han
propiciado la existencia de intocables en la sociedad, sus rostros son
públicos, sus nombres como personas físicas o morales son perfectamente
identificables”.
¿Por qué no los identificó sin eufemismos? Lástima que no se
atreva a hacer una denuncia ante la Procuraduría General de la República, que
ya vimos cómo procede bajo el mando de Jesús Murillo Karam. Pero, antes de que
caigan todos los personajes que alude don Miguel, alguien debe decidir quién
apagará la luz antes de cerrar la puerta del edificio donde moran los
intocables. Digo.