… a Daniel Vargas González, hijo de don Pedro Vargas Santos
y doña Margarita González de Vargas, hermano de Felícitas, Adalberto, Martina,
Eufrosina, Nicolás, Maximino, Simón e Isabel, hombre probo que tomó su primer
resuello de vida en el hogar familiar asentado en el barrio “quieto” más
conocido como Santiago en la ciudad de Tixtla de Guerrero, Guerrero, por poseer
voz aguda y timbrada, le enjaretaron el sobrenombre de Gallo de Oro.
De entre otras anécdotas que circulan en torno a la vida de quien
fuera bohemio y trovador que en una ocasión hermanó su voz a la del renombrado
cantante Javier Solís, se dice que él y sus “amigos de tocada”, diestros
intérpretes y bailadores de sones de tarima, fueron invitados, por el ameritado
maestro Florencio Encarnación Urzúa, a un acto público en el que ejecutaron sus
instrumentos y cantaron La Iguana, El Zopilote, El Patito, El
Gavilancillo y otros sones que, a la par de aplausos y expresiones
eufóricas de los concurrentes, marcaron el acompasado zapatear de parejas de bailadores que mostraron
destreza y lucieron atuendos propios de su bailoteo sobre una tarima que la gente llama “ La Chincualuda”.
Más énfasis hay en las palabras de los narradores cuando
afirman que, instantes después, aún en medio de la algarabía que produjera su
participación impregnada de musicalidad y tradición tixtlecas, impulsados por
una inquietud inexplicable que se apoderó de ellos, tras despedirse del maestro
Urzúa y del público, abandonaron el lugar en donde tiempo después ocurrió un
enfrentamiento funesto que ha quedado registrado en la historia como “La
Matanza de Copreros” ocurrida en Acapulco de Guerrero el 20 de agosto
de 1967, hecho que produjo 38 muertos y más de 100 heridos.
He aquí que la gente enterada de la magnitud de la masacre, cuando
lo veía transitar y participar en eventos
culturales, diera en decir: “Quiso Dios que Daniel, sus compañeros del
grupo musical y las parejas de bailadores salieran del edificio minutos antes
de que sucediera la matanza. De no haber sido así, ¡Padre mío, Señor
sacramentado!, otro gallo nos cantara, Y quién sabe qué le hubiera ocurrido a
la tarima. ¡A esa,… por andariega y chincualuda”!