Si,
leyó bien: la guerrerense, es una sociedad conservadora. Mucha
izquierda, mucho “progresismo”, una permanente lucha social, pero el estado de las cosas prevalece y por
mucho que nos duela, se debe en gran parte a nuestra eterna oposición a todo
aquello que lo altere.
Queremos seguir como estamos, o al
menos así lo hemos demostrado a lo largo de la historia reciente de nuestro
estado.
No hay inversión sin oposición. En
cuanto se anuncia, tal o cual organización se arroga la representación del
“pueblo” y reduce este concepto a un grupo de personas sean o no realmente
afectadas.
El resto de la sociedad, pasa a
segundo término. Por diferencia de intereses ya no encaja en su definición de
“pueblo” y debe soportar horas de embotellamiento por bloqueos, marchas,
plantones, en ocasiones agresiones, sin que se le respete su más elemental
derecho a decir que está o no a favor del proyecto, o lo que es peor, que ni
siquiera le interesa.
Es que, para colmo, regularmente
quienes usan su derecho a manifestarse rechazan que quienes no piensan igual
utilicen el suyo. Quien así lo haga recibirá en respuestas arengas públicas llenas
de calificativos ofensivos en el que las categorías de “traidor a la patria” y
“enemigo del pueblo”, serán lo más ligero de digerir.
Que si una marina, los lancheros; que
si La Parota o las minas, los comuneros; que si la termoeléctrica, los
pescadores; que si remodelan la costera en Acapulco, los restauranteros; que si
mejorar la educación, los maestros; que si el Acabus, los transportistas.
Protestamos por todo y no avanzamos
en nada. Por el contrario, los indicadores retroceden y el statu quo prevalece, ante la satisfacción de quienes tienen en la
conservación de ese estado de las cosas el sustento de sus organizaciones y en
ocasiones, hasta el de sus familias. Cuento de nunca acabar.