Margarito López Ramírez |
Contrario a lo que acostumbraba pregonar
a voz en cuello don Venustiano Sotomayor Rentería, hombre parlanchín y
bravucón, quien aducía que a las mujeres debía de tratárseles con la punta del pie porque eran seres que con
artimañas sentimentales mangoneaban a los maridos, repentinamente en el seno de
la cantina “Los Agachados” del entorno pueblerino, se empezó a decir que
lo mangoneaba su mujer; que no tenía autoridad sobre ella y que como marido era
cero a la izquierda. El rumor
creciente motivó que personas cercanas a él le endilgaron una cantaleta: “eres mandilón, Venustiano, te manda tu
mujer…”
Ante el proceder de sus cuatachos, Venustiano se enquistó en un
mutismo que sorprendió a todos aquellos que de por vida lo conocían. De
fanfarrón y entrometido como había sido fuera de su hogar, pasó a ser hombre
meditabundo, introvertido, apocado,…hasta que un día se le escuchó decir: “¿cuánto
apuestan, caterva de habladores, que les demuestro lo contrario?”
Admirados de tal actitud, le aceptaron el reto: el viernes de esa semana se
reunieron en la casa de él. Y he aquí que se llevaron tremenda sorpresa al
observar que la esposa obedecía los mandatos del casero quien con garbo
disponía:
“¡Jacoba!: trae la botella,.. Arrima las
copas,.. Recoge los envases,.. Prepara la botana;.. Pon hielo a los vasos,..
Condimenta aquello... licua estas frutas… Fríe la carne;.. Calienta este
caldo,.. Enfría los refrescos;.. Limpia
la mesa,…”
La señora, entre que obedecía y atendía a
unos de sus hijos de escasos tres años, iba y venía sin retobo alguno. Todo
marchaba bien: Venustiano ordenaba, la señora obedecía y los concurrentes se
hartaban a más no poder. Pero sucedió que uno de los invitados, al observar que
un gallo rodailo de pescuezo pelón
pepenaba migajas que esparcían los comensales, dijo: “Venus, mata ese pollo para que tu vieja lo guise en chilatequile
picoso”. Engolosinado como estaba con su
mandato el hombre de la casa, se dispuso a retorcer el pescuezo del animal en
el momento en que su esposa se acercaba con un platón repleto de carnes fritas,
tacos adobados, guacamole y costillas de
cerdo salpicadas con limón y salsa picante. En un santiamén la señora desparramó las viandas sobre la
naturaleza de su marido dejándolo como “palo encebado” multicolor y de sabores
diversos al tiempo que le decía: “hasta aquí llegamos, Venustiano, ¡hasta aquí!
porque mi gallo precioso no está dentro del trato que hicimos. Así es que tú y
tus amigos se me van mucho a la…” Alguien intervino intentando sosegar los
ánimos pero la ira de la mujer aumentó, y de inmediato los comensales quedaron
en mitad de la calle relamiéndose los dedos.
“Afigúrense
pues, y yo que llegué a pensar que en esta casa mandabas tú, amigo Venustiano”,
habló quien parecía comandar el grupo de gorrones,
propiciando que doña Jacoba respondiera: “manda, ¡sí!, manda cuando se lo
permito; como manda tu mujer en tu casa, bola
de hablador, ¡mantenido!, güevón de mierda bueno para nada... Y tú, se
dirigió a su marido que intentaba escurrirse e irse con los desalojados, ¿adónde
crees que vas? ¡Métete a la casa! Métete a limpiar los desperdicios que dejaron
tus pránganas desvergonzados. Haz lo
que te he ordenado, y después atiendes al niño porque ya quiere que la “hagas
de caballito”.
Sí, mujer, lo que tu mandes -en la voz de
don Venustiano se percibía un dejó de nostalgia al observar que sus amigos se
alejaban esparciendo alharacas a lo largo de la calle.
Despojada de enojos, y a sabiendas de que
su marido cumpliría con lo convenido en su “trato” a cambio de hacerlo amo y
señor de un día en su casa, doña
Jacoba Bracamontes, agarró y abrazó a su gallo pelón y dijo: “mira
Venustiano, éste si cumple su tarea en eso de pisar a las pollas y a las que ya
no lo son. No como los hay por allí que se desentienden de sus obligaciones
maritales. Como tú bien sabes, me refiero a personitas soflameras que no llegan
ni a gallogallinas”. Y sin decir más se alejó acariciando al rodailo, a
la par que canturreaba con empeño musical la canción El Gallito del maestro
Miguel Arizmendi Dorantes: “Yo soy de mi casa el gallito/ que desde el
amanecer/ hace el mismo trabajito/ y eso ya es mucho qué hacer/ Soy el rey del
gallinero/ y de mi casa también… Es
verdad que no a todas quiero/ pero a todas les va bien...”
Repentinamente el animal intentó librarse
de quien lo retenía; irguió su plumaje y lanzó un kiquirikiiiiiiiiií prolongado
que se engarzó con el cacaraqueo de una gallina copetona que descendía, coqueta
y empeñosa del nidal asentado entre trebejos. Doña Jacoba no ejerció dilación
alguna para detenerlo más y de un solo aventón lo puso en medio del gallinero
en donde no rehuyó la visión del cortejo
y aparejamiento habidos entre él y la ponedora. El hecho amalgamado en el que
su animal ejercía una bestial acometida sexual sobra la naturaleza del la
hembra, le produjo un estremecimiento corporal que intentó atemperar llevándose
las manos a la cara, y en cuestión de instantes experimentó la necesidad de
frotar repetidas veces sus brazos
saturados de vellos erizados. Aspiró profundamente, y cuando aún la gallina
mostraba disfrute de la “pisada”, se alejó canturreando una vez más: “Yo
soy de mi casa el gallito/ que desde el amanecer/ hace el mismo…”
El kiquirikkkkkií repetitivo del gallo
armó bulla en el corral pues no satisfecho con el empalme logrado en las carnes
de la copetona fue tras las caderas de unas pollas búlicas de alas ligeras,
generando enojos a Don Venustiano quien con desdén arrojó escoba y
trapeador al tiempo que le dirigía una
retahíla de improperios que culminó con un: “¡pinche gallo molero!” en el
preciso momento que desde la cantina “Los agachados” se escuchaban acordes
musicales provenientes de arpas, vigüelas
y cajones de tapeo acompañando tonadas de sones de tarima.