A Naú Aguilera
Álvarez, con mi anticipada felicitación
por la inminente
publicación de su libro.
La semana pasada la Agencia
Informativa Reforma difundió una noticia alarmante respecto a que “el
porcentaje de mexicanos que leen libros cayó diez puntos en el último sexenio,
según la Encuesta Nacional de Lectura 2012. Precisó que el 56 por ciento, que
la población mayor de 12 años, que decía leer libros en el 2006, bajó a 46 por
ciento. Menos de la mitad de los mexicanos leen libros de cualquier tipo y
formato. Se demuestra que hasta la fecha la lectura sigue siendo una actividad
“estrictamente educativa o escolar”, y no se están formando lectores autónomos
desde las escuelas. Lo anterior se traduce como que el acceso a la lectura está
seriamente restringido para la mayoría de la población. Lo peor de todo es que las encuestas señalan
que ese 10 por ciento define “que la lectura no sirve para nada”.
Recuerdo que hace aproximadamente 20
años, un conocido ciudadano guerrerense presumía sus éxitos políticos
argumentando que en esta vida lo que cuenta es tener padrinos y pertenecer a un
equipo influyente y en ascenso. Confesaba sin rubor “yo no he leído nunca un
libro completo y miren, tengo poder, dinero, amores, bienes materiales y altos
cargos públicos; en cambio, otros se pasan leyendo siempre y carecen del
bienestar más indispensable, sin mayores oportunidades en la administración y
con múltiples obstáculos en la escala social. Obviamente tamaña desmesura no
mereció comentario alguno.
Es desolador el panorama de la falta
de lectores en el país. El Rector de la UNAM Dr. José Narro Robles, anuncia que
a partir del mes de abril, la Máxima Casa de Estudios, iniciará un Programa de
promoción de la cultura del libro y de la lectura. Sostiene su propuesta en que
“para disfrutar la lectura se requiere cultivar sistemáticamente esta actividad
humana y para ello se necesita educación, más y mejores niveles”. No obstante
los presupuestos y grandes programas emprendidos por la SEP, en la materia, los
resultados siguen siendo restringidos, el mexicano no lee. Ante este drama
debemos convencernos que no basta saber leer, resulta indispensable querer
leer, tener voluntad de leer. Se ha dicho que hay libros malos, pero ninguno
que haga mal. Esta afirmación debe tomarse con reserva.
Un viejo amigo lector empedernido me
comentaba cierta vez, en este camino hay cuatro placeres inmediatos: se toma el
libro, se lee, se subraya y se habla de él, más tarde vendrán otras
satisfacciones en el disfrute del sabio ocio de leer. Todo ello hace que de
lector se pase a bibliófilo y de bibliófilo a bibliómano. Ahí descubrimos que
el libro persiste con singular terquedad. Una observación oportuna en este tema
es que por necesidades de la época moderna, la gente aprende a leer rápido,
perdiendo así el placer de la lectura. Son los nuevos pregoneros de la llamada
lectura dinámica. Tan sencillo como entender que saborear un libro, una buena
prosa, un bello poema, un sesudo ensayo, una amena narración, o el encuentro o
redescubrimiento de una idea, demandan tiempo y maduración. Y es que al paso
del tiempo la letra se rebela y la prosa establece alianza o complicidad con el
tiempo lento que el disfrute del libro exige.
La actual comunicación social no puede captar
el sentimiento, el pensamiento, lo subjetivo y el libro vuelve a vencer. En
este propósito manifiesto mi solidaridad con quienes defienden al libro,
sabiendo que a la larga éste se defiende sólo y respalda a los que lo hacen y
creen en él. Un aspecto obligado en este apartado es el tema de saber leer, por
razones de espacio lo dejaremos para próxima entrega. Basta citar en el
presente artículo que el chilpancingueño ilustre, Maestro Arturo Nava Díaz
(qepd) manifestaba su interés porque los diputados obtuvieran por lo menos de
manera elemental las técnicas básicas para hacer uso de la palabra en la
respetable tribuna popular. Escribió en Vértice
del jueves 18 de septiembre de 1997: “¿sería
mucho pedir que hubiera cursos de lectura para algunos diputados?” Ocurre que
la suerte me llevó al recinto cameral, a fin de oír ponentes sobre el Primer
Congreso de Anáhuac. Uno de esos afortunados elegidos, con fuerte aspecto de
estibador….leyó muy mal lo que su romo destino le permitió fusilar con las
prisas del caso. El pueblo merece respeto. Si supieran que Plutarco escribió
Vidas Paralelas, hallarían la razón de cómo Demóstenes elaboraba sus discursos
y junto los empeños plausibles de Cicerón. Hasta aquí la cita. Esto es, no
se trata de ganar la carrera. No, debe comprenderse lo que se desea comunicar.
Ni más, ni menos.
Viene a mi memoria lo que nos dijo
al respecto el maestro Alfonso Sierra Partida, en una memorable ceremonia: “tenemos
la convicción de que cuando muchas piedras pierdan significado y algunas
civilizaciones desaparezcan, los libros subsistirán y seguirán desprendiendo su
luz e iluminando los senderos del hombre”.