Cuando en solitario José López Portillo hizo en 1976 una sui
generis campaña sin contrincante en pos de la Presidencia de la República, su
slogan fue “La solución somos todos”. El lunes último, 36 años después, en la chiapaneca
comunidad Las Margaritas, el joven presidente Enrique Peña Nieto invocó una similar
arenga de implicación plural: “Es momento de mover a México para hacerle frente
a la pobreza y al hambre”.
El 1 de diciembre de 1976, en su toma de posesión como Presidente
de México, López Portillo se apartó del rollo demagógico y populachero de su
antecesor Luis Echeverría Álvarez y, con voz entrecortada, pidió perdón a los
desposeídos y marginados, a los pobres en suma, porque el Estado (el gobierno) había
fracasado en sacarlos de su postración. Fue un reproche severo a Echeverría,
quien luego haría maletas para irse de embajador a Camberra.
El lunes pasado, ante miles de indígenas chiapanecos, Enrique Peña
Nieto anunció al programa estrella de su gobierno, la Cruzada Nacional contra
el Hambre, y calificó como lastimoso, lamentable y doloroso “que aún sigan
existiendo mexicanos que padecen hambre aquí, en Chiapas, y hay que decirlo, en
todas las entidades de la República Mexicana”.
Hace poco más de 35 años, el 1 de septiembre de 1982, al rendir su
último informe de gobierno, José López Portillo y Pacheco, desde la tribuna del
Palacio Legislativo de San Lázaro lloró por haberle fallado a los marginados y
desposeídos, a quienes en seis años no
sacó de la postración en que se encontraban. ¡Ah!, pero en su administración
galopó impune la corrupción y el enriquecimiento de aquellos funcionarios
públicos, camada de los nuevos ricos sexenales.
Entonces México nadaba en hidrocarburos y López Portillo nos dijo
a los mexicanos que tendríamos que prepararnos para administrar la riqueza.
¡Ajá!
Pero los pobres siguieron pobres. Creció el número de quienes se
hundieron en eso que llaman pobreza extrema, aunque si les pagaran regalías por
ser objeto del discurso político, seguramente tendrían dinero suficiente para
comer y nutrirse.
Porque a los miserables los han utilizado a lo largo de la
historia nacional. Las fotos de presidentes con indígenas y pobres abundan; lo mismo
con Porfirio Díaz que Francisco I Madero, Venustiano Carranza y Plutarco Elías
Calles, Lázaro Cárdenas del Río, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz
Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, López
Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo,
Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Típica la foto del candidato presidencial enfundado en la vestimenta
huichol, rarámuri, chamula… Lo mismo con la misma oferta de cumplirle a los
pobres. Solidaridad, Oportunidades, campañas efectistas, mediáticas que se han
perdido al concluir una administración o se quedaron a medias o en promesa.
Una lágrima por los pobres; una lágrima de arrepentimiento y
vuelta a la vuelta, la cíclica historia gatopardista de cambiar para seguir
iguales. Hoy la izquierda y muchos mexicanos tienen razón en dudar de esta
Cruzada Nacional contra el Hambre, porque se imagina la misma gata, nada más
que revolcada.
Conceder el beneficio de la duda al joven presidente Enrique Peña
Nieto se antoja necesaria una vez que los mexicanos estamos hartos de la crisis
social.
Dar de comer a los pobres no es, sin embargo, graciosa concesión,
sí obligación del gobierno que a la par debe llevar esquemas que eviten el
clientelismo y que, al paso del tiempo, no se confunda con las campañas
políticas y al final la Cruzada Nacional contra el Hambre sea sentada en el
banquillo de los acusados en la Fiscalía Especial Para la Atención de Delitos
Electorales, o en un dictamen del IFE en contra de tricolores o ecologistas
avezados en estos menesteres de engañar con la verdad. ¿Beneficio de la duda?
¿Y eso con qué se come?, diría Astrid, mi asesora. Conste.