Reportaje : Santiago Gamboa
Este policía
cosmopolita liquidó al cártel de Cali con acciones quirúrgicas, con
inteligencia y sin un solo tiro. El autor del texto desvela aquí que
escribió sobre el tema a instancias de García Márquez.
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Conocí a Óscar Naranjo a fines del siglo XX, exactamente en abril de
1999. En ese entonces él era director de Inteligencia de la policía de
Colombia. La historia de por qué lo conocí se remonta al inicio de ese
mismo año, cuando el director general de la policía, Rosso José Serrano,
coincidió con Gabriel García Márquez en una cena y le contó detalles y
anécdotas de las capturas de los seis máximos jefes del cártel de Cali
en apenas ocho meses, entre 1994 y 1995. “Debes escribir un libro”, le
dijo García Márquez. “Escríbelo tú”, respondió Serrano. Una semana
después me llamaron a mí. El libro sería una memoria en primera persona
de Serrano y García Márquez haría la edición.
Yo iba a ser el ghost writer.
Y así se hizo (el libro se publicó a final de ese año con el título Jaque Mate).
Fui a Colombia
(vivía en Roma) a recopilar la información sobre las capturas para
empezar a escribir, y muy rápidamente me encontré en el despacho del
entonces coronel Óscar Naranjo, cerebro de los arrestos, autor
intelectual al que el general Serrano apoyó y dio carta blanca. Recuerdo
la impresión que me causó, pues ignoraba que en mi país hubiera
policías como él: un tipo elegante, culto, refinado y cosmopolita. Una
especie de James Bond colombiano. Naranjo llevaba 22 años en la policía,
siempre en labores de inteligencia, y junto con Serrano había cambiado
completamente el esquema de lucha contra el narcotráfico.
El combate contra
Pablo Escobar y el cártel de Medellín, que culminó en 1993 con la
muerte del gran capo, fue algo sumamente conflictivo para la sociedad
colombiana, y por supuesto para la policía. Ese cártel puso bombas, hizo
terrorismo y se enfrentó militarmente al Estado dejando muchas bajas en
todos los frentes. La policía luchó en ese mismo escenario, con un
enorme costo en vidas, corrupción, desmembramiento, pérdida de
credibilidad. Por eso al combatir al cártel de Cali, en 1994, la idea de
Naranjo y del general Serrano fue crear un nuevo escenario de
enfrentamiento con nivel Cero de violencia, basado en la información y
la Inteligencia. No más operaciones de fuerza con centenares de agentes y
helicópteros, sino intervenciones “quirúrgicas” en las que no se
disparara un solo tiro.
Esa fue la
premisa de la que se partió en medio de un escándalo político sin
precedente: la acusación de que el cártel de Cali había dado seis
millones de dólares a la campaña presidencial del ya electo Ernesto
Samper (1994-1998). Presionado por este escándalo, Samper dio luz verde
al general Serrano, y así el coronel Naranjo se transformó en uno de los
grandes estrategas de la policía.
Lo primero que hicieron fue establecer un perfil muy completo de cada uno de los narcos: enfermedades, vicios, vínculos afectivos, familia, hobbies,
debilidades, cuadro psicológico, personalidad, liderazgo, diversiones,
ideología, religión, pasiones, gustos gastronómicos, preferencias de
moda, marca de cigarrillos, marca de whisky o ginebra o vodka, marca de
reloj, tipos de mujer, y cosas tan detalladas como el peso, tipo de
sangre, fórmula de gafas, presión arterial y cuadro de glicemia. ¡Lo
sabían todo de cada uno de ellos!
Recuerdo mi
sorpresa al ojear estos fólders de cerca de 200 páginas cada uno. Me
recordaban los perfiles que los vestuaristas del cine hacen para cada
personaje y escena de una película. Para recopilar todo eso, me explicó
Naranjo, se requirió de meses de investigación e interrogatorios a
detenidos del cártel y personas afines que habían estado con ellos en
diferentes situaciones: fiestas, aniversarios, reuniones de trabajo,
etcétera. A partir de ahí, la investigación se dirigía a los
suministradores de todo aquello que consumían en las zonas en las que se
había percibido su presencia a través de detecciones o informantes, de
modo que el círculo del mapa se fuera haciendo cada vez más estrecho.
De este modo se procedía a un acercamiento a las casas de seguridad de cada narco —que
por supuesto iban cambiando casi a diario—, hasta establecer
direcciones precisas mediante el estudio de las basuras, las
frecuentaciones del lugar, los horarios de luz en la noche, los ruidos.
Otros dos
elementos claves para el seguimiento de los jefes del cártel de Cali
fueron las mujeres y el contador. La policía logró establecer que el
contador era incluso más importante que la compañía de la mujer, pues
era el que les confirmaba a diario su éxito, la expansión de sus
ganancias, su patrimonio. Por eso gran parte de los seguimientos de
personas que entraban y salían de las casas señaladas estaban dedicados a
identificar al contador, y una vez hecho, con un seguimiento 24 horas,
se podía llegar hasta los demás refugios del narco, comprender
sus rutinas, conocer sus anillos de seguridad y proceder a montar el
operativo de captura, que debía ser tan inesperado y contundente que no
diera pie a ninguna clase de enfrentamiento. El general Serrano solía
decir: “A mí me gusta golpear al narco a las cuatro y media de
la mañana. A esa hora o está dormido o está borracho, y si está borracho
lo más seguro es que esté desnudo y con alguna mujer”.
A esto se sumó
una campaña que tenía como fin “corromper” a los jefes de seguridad de
los capos del cártel, prometiéndoles a través de anuncios por televisión
jugosas recompensas, “resolución de sus problemas legales y nueva vida
en el exterior”. Con esto se creó desconfianza al interior del cártel y
se obtuvo mucha información sobre sus casas de seguridad.
La primera
detención fue la de Jorge Eliécer Rodríguez Orejuela, hermano menor y
tercer jefe del cártel. Era un tipo inseguro, desordenado, cocainómano,
con frecuentes ataques de nervios. Le gustaba tomar aguardiente en las
tiendas y continuamente rompía los esquemas de seguridad. A pesar de su
fortuna conservaba el gusto por las cosas simples, de la calle. Al
conocer estas debilidades, y sobre todo su inestabilidad, Naranjo
consideró que era más fácil hacer el operativo fuera de sus casas de
seguridad, y para ello dispuso una muy fuerte detección telefónica y
vigilancia en centros de videntes y pitonisas de Cali, hasta que dieron
con él y supieron la hora precisa de una cita. Al salir lo detuvieron.
La pitonisa, interrogada por los agentes, contó que durante la cita
había visto en la bola un “manto verde”. Jorge Eliécer le preguntó:
“¿Una finca?”. Y ella respondió: “No, la policía”.
La detención de
Miguel Rodríguez Orejuela, el segundo de la lista de Cali, fue otra
operación “quirúrgica”, resultado de un laborioso estudio y de muchos
seguimientos. Un informante llamó para decir que lo había visto entrar
en un edificio del barrio Normandía, pero cuando Naranjo y Serrano
llegaron vieron que era un edificio de 18 pisos. ¿En qué apartamento
estaba? En este caso fue la devoción a la Virgen el factor clave. La
información sobre Miguel decía que en cualquier lugar donde se
encontrara lo primero que hacía era encenderle un velador a la Virgen.
La policía se apostó en un cerro al frente, para evitar ser detectados
por la seguridad del capo, y al llegar la noche, cuando la luz de todos
los apartamentos se apagó, en uno de ellos se encendió un resplandor
rojo y fluctuante. El velador les indicó qué apartamento era el suyo.
Cuando entraron Miguel estaba en calzoncillos metiéndose a una “caleta”
(escondrijo al interior de la casa). Tenía medio cuerpo por dentro y
estaba con su mujer y su contador. No opuso la más mínima resistencia.
En la captura de
Gilberto Rodríguez Orejuela, el jefe máximo, el seguimiento y la
identificación del contador fue definitiva. Una vez hecha se le montó un
seguimiento 24 horas y se estableció que en sus recorridos por la
ciudad, sin mucha lógica, el contador cumplía con una disciplina férrea
para “evadir” cualquier operativo. Entre más alocadas fueran sus
vueltas, con idas y regresos sin sentido, vueltas atrás en taxi, en
autobús, etcétera, más indicios había de que la jornada culminaría
visitando a Gilberto. Y así fue. Los seguimientos escalonados de agentes
disfrazados de oficinistas y de dos mujeres que hacían deporte en el
barrio sospechoso, permitieron encontrar la casa. Cuando la policía
entró Gilberto no estaba por ningún lado, pero junto a una estantería
había astillas de vidrio en el suelo y un café aún caliente. Al mover el
estante lo encontraron con las manos en alto.
Años después, en
el 2007, Naranjo fue nombrado director general de la policía y desde ahí
implementó nuevos operativos de Inteligencia contra narcotraficantes
ligados al paramilitarismo y con miembros de la cúpula de las FARC que
estaban más cerca del narcotráfico que de la lucha armada.
No volví a encontrarlo personalmente pero supe de cada uno de sus éxitos.
En el 2010, el escritor y periodista Germán Castro Caycedo publicó un libro llamado Objetivo 4, sobre cuatro operativos de la policía de Óscar Naranjo contra narcos,
paramilitares y jefes guerrilleros, en donde las operaciones de
inteligencia, infiltración y heroísmo individual de los agentes lo dejan
a uno con los pelos de punta. Se trata de los guerrilleros Martín Sombra y El Paisa, y de los narcoparamilitares Don Mario,
extraditado a Estados Unidos, y los hermanos Miguel Ángel y Víctor
Manuel Mejía Múnera. En estas alucinantes historias, agentes de la
policía se disfrazaron de campesinos, vagabundos de calle o
descargadores de camiones, con el fin de proporcionar información sobre
casas de seguridad, horarios y hábitos de vida que llevaron a las
capturas. Y siempre con el mismo sello: la búsqueda de la violencia
Cero.
No sé —nadie
puede saberlo— cuánto de todo esto pueda ser aplicable a México, y ese
será el reto de Óscar Naranjo. En su trabajo dentro de la policía
colombiana su carisma personal y liderazgo fueron fundamentales para
lograr de sus agentes sacrificios y absoluta lealtad, algo que en
México, por tratarse de un extranjero y por generar desconfianza en los
rangos del Ejército —él viene de la policía—, parece muy difícil.
Supongo además que constitucionalmente no podrá dar órdenes directas a
las fuerzas armadas mexicanas, aunque sí aconsejar y compartir sus
experiencias con quienes puedan hacerlo.
Si bien comprendo
las reticencias de algunos sectores políticos mexicanos, ya que esto
implica que un extranjero esté cerca del tema más sensible de seguridad
nacional de México, no comparto ni comprendo las furibundas críticas:
acusarlo de hacer el juego al cártel de Sinaloa o de ser un “infiltrado”
de Estados Unidos —como he leído— me parece injusto y, sobre todo,
infundado. En Colombia, hasta la cúpula de las FARC desmentiría estas
alocadas versiones.
Más bien pienso
que es importante para México y Colombia estar alerta y abrir canales de
lucha conjunta contra los cárteles mexicanos, pues éstos pasaron de ser
intermediarios a apropiarse del negocio, y ya están en Colombia, muy
cerca de las materias primas. La cocaína, en el puerto colombiano de
Buenaventura, ya es mexicana.
Y hay algo
fundamental por analizar: si el proceso de paz entre el gobierno
colombiano y las FARC, iniciado estos días en Noruega, llega a buen
puerto y la guerrilla se desmoviliza (Naranjo es uno de los
negociadores), ¿quién controlará los espacios de cultivo de coca que
hasta ahora maneja la guerrilla en Colombia?, ¿quedarán en manos de
facciones FARC renuentes a la probable desmovilización?, ¿trabajarán
éstos para los cárteles mexicanos, que ya son sus aliados? Ese será el
nuevo escenario transnacional de lucha. ¿Lograrán los cárteles el
control de las zonas de cultivo en Colombia o, por el contrario, se
debilitarán por la acción conjunta de ambos países si se les logra
arrebatar la influencia en esas regiones? Ante estos retos impuestos por
el salvaje capitalismo de la economía ilegal, con un narcotráfico
mexicano cada vez más presente en Colombia, la idea de una colaboración
anticárteles desde México con la asesoría de Naranjo, gran conocedor del
terreno y las circunstancias en las zonas de cultivo, no me parece algo
descabellado.