Después de la tragedia de traslado que vive el
indocumentado en su travesía hacia Estados Unidos le espera el limbo
migratorio, en este país que ve como objetos y mano de obra barata a los
millones que se van hacinando con los años en las áreas marginales
de este enorme corral que tiene apariencia de la tierra del nunca
jamás, pero que en realidad es una mazmorra hedionda a xenofobia.
Ese peregrinar que no acaba: ser expulsados de sus
países de origen por gobiernos corruptos, por un sistema colonizado
y desigual que los margina y los
avasalla, y por una sociedad indolente y egoísta
que carece de humanidad y capacidad de reacción. Así es la vida de
los parias que también son perseguidos y violentados en el
país de traslado, de los cuales pocos sobreviven al genocidio
migratorio y les queda el estigma de sus vidas convertidas en
lastres, en profundas heridas incurables. No hay nada material que logre llenar
el vacío de lo que se perdió para siempre.
Al otro lado de la frontera, en este chiquero de
porquería, no los espera ningún sistema inclusivo, ninguna oportunidad de
desarrollo y también son perseguidos por las autoridades migratorias,
explotados laboralmente e imperceptibles para la sociedad que tiene la
jactancia de proclamarse diversa y enriquecedora de culturas.
El indocumentado no existe en ningún lugar como ser
humano. Es un bulto. Es una herramienta de trabajo. Es un volcán de despojos
que el sistema quiere lanzar al vertedero más lejano para que queden limpias
las calles de tanta miseria y luzcan los rascacielos el poderío
anglosajón. El indocumentado es una hilera de niños cortando
hortalizas de sol a sol en los campos de cultivo, muchedumbres
trabajando tres turnos al día en fábricas de chimeneas humeantes en la época
del frío. Adolescentes marginados sin oportunidad alguna para soñar. Ancianos
sin beneficio de jubilación. Enfermos que mueren en soledad porque el sistema
de salud les niega atención médica.
A nosotros los indocumentados no nos ven como seres
humanos, los estudiosos nos ven como el párrafo de un texto,
representamos la oportunidad para una ponencia que les abulte los títulos, que
les acerque los contactos, que les dé apariencia de intelectuales,
de tener conciencia. Para los políticos somos un
trampolín. Los cineastas y narcotraficantes nos ven como mercancía
segura. Los comerciantes como el nacimiento de oro verde. La familia que se
quedó, como remesas.
El sinsabor de no tener documentos que
permitan la movilidad, la oportunidad de un trabajo con beneficios laborales,
que obligan a vivir con el temor constante de una
deportación hacen del migrante una psicosis que ni los
más prestigiosos psicólogos y psiquiatras pueden comprender. Es que para
entender al migrante indocumentado hay que ser migrante indocumentado. Solo el
que es paria entiende a los parias.
Son silencios, oscuranas, sueños frustrados. Son
sensaciones, emociones, sentimientos, son tacto. Son recuerdos, son pesadillas,
insomnios. Más allá de esa espalda que trabaja, de esas manos grietadas, de esa
boca que intenta mascullar el idioma extranjero por necesidad, hay
un ser humano sensible, que ama, que crea, que aporta. Que son parte de un
todo.
Se van obligados porque el país de origen los lanzó
fuera de la entraña, en la intemperie se vuelven migrantes, por las
circunstancias indocumentados y extranjeros. No tienen un sitio estable, un
lugar donde formar un hogar, porque el sistema no se los permite, siempre
tienen un pie aquí y el otro allá. No son de allá porque se fueron, no son de
aquí porque no existen para el sistema. ¿Qué son entonces los migrantes
indocumentados? Son un limbo migratorio. Un caos que explota constantemente
como volcán.
Es como verse obligado a caminar todos los días a
todas horas sobre una cuerda floja que cuelga sobre
un abismo. Es paranoia, ansiedad, depresión profunda, frustración,
ira. Eso de carácter humano que no ve el sistema ni la sociedad. Que solo nos
catalogan como estadísticas y números. Somos recovecos, ríos frescos,
arboledas, somos cultura, tradiciones, somos poesía. Una hermosa diversidad
rechazada por extranjera.
Y se casan y tienen hijos y se vuelven abuelos en el
mismo limbo migratorio. Así hacen sus vidas los parias que se ven obligados a
migrar. Entonces a consecuencia también se aprende a vivir el
instante, el ahora, sin hacer planes, totalmente fuera de la zona de confort,
porque siempre se vive al filo de la deportación.
¿Por qué se le teme tanto a la deportación? Porque
el país de origen no ofrece esa oportunidad de vida integral a los deportados,
a los que en ensueños desean regresar, llegan a un lugar de donde salieron
obligados y que los vuelve a echar fuera. A un lugar donde no existen más
porque se fueron. Llegan a otro limbo y si deciden quedarse serán
extranjeros en su propio país. Dolor doble para el que vuelve. Una
nueva herida.
Es compleja la tragedia migratoria, para
entenderla hay que hacerlo con carácter humano y no acusador. Los
indocumentados somos los parias de los parias, no existimos en ningún lugar.
Estamos obligados a intentar florecer en cualquier lugar y a hacer
de la atmósfera nuestro modo de sobrevivencia.
@ilkaolivacorado
Noviembre
08 de 2015
Estados
Unidos