La designación del maestro
en derecho, Robespierre Robles, como presidente del Tribunal de Justicia del
Estado de Guerrero envía diversas señales a la sociedad guerrerense sobre el
gobierno de Astudillo y su idea de la civilidad.
GUSTAVO MARTÍNEZ CASTELLANOS |
Robespierre, descrito como
“un modesto notario de Acapulco” por un analista local, nos representa a todos,
ha sido un ciudadano común, vulnerable, no arropado por el entramaje de una
“Carrera judicial” que, como ya quedó expuesto, deja entrever una red infinita
de intereses particulares que poco han abonado al bienestar social.
Las cosas parecen cambiar,
Robespierre es un peatón, alguien que ha vivido también las vicisitudes
del devenir actual guerrerense.
Nosotros lo hemos visto
asistir a fiestas, a reuniones de trabajo, a restaurantes y a espectáculos
públicos, a mercados y puestos de comida callejera como un paisano más. Sabemos
que es un internauta activo y hemos visto las publicaciones de su muro en
Facebook. En él podemos ver reflejada la piel de todos los demás ciudadanos: el
trabajador, el empresario, el padre de familia, el esposo. El turista. Sus
problemas con la inseguridad han sido nuestros problemas y, en el ejercicio de
su trabajo como notario, su contacto con la gente es un referente ineludible
del ejercicio del derecho en su ámbito más profesional.
En su actual investidura
de Presidente del Tribunal Superior de Justicia, Robespierre lleva
indisolublemente ligada esa impronta del ciudadano común, y una clara idea de
que la armonía social debe prevalecer
para evitar el delito desde su origen, para erradicar la inseguridad desde su
raíz, para sentar las bases de un Poder Judicial que en verdad exista para la
sociedad porque surge de ella y hacia ella se encamina en su ser y su praxis.
Héctor Astudillo, con su
propuesta, el Congreso, y más tarde el Tribunal Superior de Justicia con las
respectivas aprobaciones a su señalamiento como magistrado primero y después
como Presidente de ese Poder, envían una señal clara a la sociedad guerrerense:
ahora lo preside un ciudadano común, versado en leyes y con un profundo y
comprobado espíritu de servicio; señal que, a su vez, a dos días de su asunción
al cargo, parece haber sido recibida con beneplácito por la sociedad
guerrerense en su conjunto.
Esas señales de este
gobierno tienen otro referente: el gobierno de Astudillo entregó a los
estudiantes de Ayotzinapa que intentaron apropiarse de un camión con
combustible a la Comisión de Derechos Humanos en lugar de haberlo hecho al
ministerio público. Eso nos dice que el
gobierno de Astudillo no encarcela estudiantes, no los desaparece, no recurre
al extremo de sus atributos para hacer valer el estado de derecho, sino que se
apoya en las instancias sociales para que éstas coadyuven a mejorar y conservar
el equilibrio social.
El de Astudillo es un
gobierno consciente de que el uso de la “ley a secas” o “mano dura” no es la
mejor herramienta para conservar el orden social, pues la fuerza y el poder que
lo invisten emanan de la sociedad y la deben servir con toda su creatividad y
firmeza.
En esa tesitura, el
ascenso de un ente social común a la máxima magistratura del poder judicial en
Guerrero es una garantía de que éste volverá sus ojos a la sociedad misma como
la única razón de su ser en un hacer valer la ley con un gobierno humano y
sensible.
Enhorabuena por
Robespierre. Enhorabuena por Astudillo. Enhorabuena por Guerrero, cuya sociedad
empieza a ver emerger los cambios que tanto ha pedido en los últimos años.
Nos leemos en la crónica
gustavomcastellanos@gmail.com