Han corrido ríos de
tinta sobre la visita de Francisco Bergoglio a México. Lo curioso que el papa
polaco Juan Pablo Segundo vino al país cinco veces con la complacencia de la
clase política, religiosa y empresarial, digamos que el actual santo, fue un
papa folklórico y pro estado mexicano con todos sus deslices y parábolas se
plegó al poder y a la asesoría y logística de Marcial Maciel y sus legionarios,
incluyendo al cardenal Norberto Rivera que hoy jugó un rol secundario y de mero
espectador, imposible en la era Juan Pablo. Posterior a este santo balín, con
todo respeto para la feligresía católica, visitó México Benedicto XVI en una
sola ocasión. Ahora la llegada de Francisco al país donde la “civilización del
amor”, no es posible instaurarla ha sido un ejercicio pastoral y político de
doble sentido ecuménico local.
El estado, sabedor de
la vinculación del Papa con los más desprotegidos, le tendieron una celada.
Aduciendo protocolos de seguridad, lo separaron de los más pobres y llenos de
fe, y en el hangar presidencial, lo recibieron los más ricos carentes de fe.
La alfombra
ensangrentada que le tendieron a Francisco no la piso, tampoco se inclinó como
Juan Pablo a besar el corrompido suelo mexicano.
En el corazón del
marchito laicismo juarista, el Palacio Nacional y casa del estado mexicano, el
Príncipe de Roma fue recibido, cosa que nunca había sucedido antes por la clase
política, invitados y colados amigas y amigos de la primera dama. Francisco subió
al estrado seguido de la mirada de sepultureros, de algunos demonios que
escucharon con cera en los oídos el Sermón de la Montaña de Palacio Nacional,
(SMPN) de la CDMEX. Dictó cátedra y pronunció parábolas directas a los
políticos.
Su discurso fue claro y
preciso. Pobreza, derechos humanos, migración, narcotráfico, hijos y padres
desaparecidos y muertos. Ni por asomo de auto crítica, se refirió a dos clavos
ardientes clavados en la diócesis mexicana; pederastia y lavado de dinero por
algunos religiosos mexicanos y a los 43 estudiantes calcinados y desaparecidos,
pese a los llamados que le hicieran padres y madres, tíos y abuelos a los que
sin nombrarlo hizo referencia en forma general.
Y durante su gira la
constante expresada en palacio fue un eje sobre el cual montó su dialogo con
sordos y mudos, prosiguió su marcha en los otros lugares que visitó; la clase
política y el gobernador Roberto Santoral que tras haber recibido el ósculo
Papal, cayó en trance presa de terribles remordimientos por lo mal que se ha
portado con los nayaritas. Quién conozca tantito a los políticos de todos los
colores, sabrán que las arengas de dios en persona no los achicopalan, menos
las de un príncipe argentino que les dijo: “el beneficio de unos pocos, en
detrimento de las mayorías es terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico,
la violencia y la muerte…”. Y pese a que los políticos se levantaron de su
silla a pedir la bendición papal, este les dijo; “hijos míos, no doy
bendiciones en el infierno, suban al purgatorio, haber si allá los puedo
atender, y si no envíen oficios y solicitudes. Espero que en algunos años
podrían ser recibidos por el secretario de mi secretario particular para saber
si os concedo la bendición o los regreso a donde nunca debieron haber salido:
el averno…”.
En este México dual de
graves contrastes y situaciones absurdas donde se ha difuminado cualquier punto
referencial de cordura y sensatez republicana, Francisco pasó sin pena ni gloria.
Pese a sus arengas y homilías inteligentes y directas, su presencia -al igual
que la de Juan Pablo con una treintena de Judas sentados a su siniestra-
transitó de eventos altamente vigilados sin asistencia popular, a recibimiento
medieval principesco, para quedar bien con el presidente y que Francisco no se
saliera del guión que el estado mexicano preparó y costeó para el príncipe de
Roma.
Y pese al regaño, a la
invitación a ampliar la mirada a los asistentes a Palacio Nacional, su parlamento
ante la clase política, fue un mero trámite protocolar, no tendrá impacto en
este país de sordos. Las sirenas no le cantan a marineros en tierra, como
tampoco los políticos se hacen a la mar sin su bastimento de mentiras.
Desde Vicente Fox, que
lo tomó de un presidente gringo, los políticos acostumbran despedirse al final
de sus discursos con un “Dios los bendiga”. Esa moda se implantó en un estado
laico como el mejicano, y a partir de ahora, la locución será trocada por otra
más afín, más sincera y sutil: “El infierno los bendiga”.
Y por si la dudas, la
plancha del zócalo estuvo casi vacía en la visita de Francisco a la nueva
CDMEX, bueno es tan antigua como el mito de Quetzalcóatl. Miguel Ángel Mancera
tuvo que mandar tapar la capilla Sixtina de mentiritas de vergüenza.
En cambio en el rancho
grande de Onésimo Cepeda, obispo infernal, Ecatepec, zona conurbada y donde
habitan millones de pobres no cabía ningún alfiler, asistieron según cálculos
del gobierno mexiquense un millón 300 mil seres humanos.
Eruviel Ávila debe
estar feliz, el gasto extra que erogó tiene bendiciones terrenales para
proseguir en la terca de que puede ser el elegido. Y por la omisión de
Francisco sobre los miles de feminicidios que su gobierno ha enterrado, pese a
que en Ecatepec, el rancho grande de Onésimo Cepeda, el Papa dijo refiriéndose
a México: “una
tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que
terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”.
El Papa vino a México a
dar cátedra de un buen conocimiento de la realidad. ¿Lo habrán de entender los
destinatarios de sus homilías? O por el contrario, seguiremos viviendo en el
infierno mexicano que recibió al Papa con alfombra roja y le falló la espada y
no pudo emular a San Jorge y vencer al demonio. Francisco lleno de fe, de
inteligencia y sensibilidad, palpó al chamuco, lo toreo, lo tuvo a milésimas de
su pensamiento pero no lo venció.