Tiempos aquellos de
definiciones y anuncios espectaculares el día del informe presidencial. La
víspera buena parte de la familia revolucionaria pasaba noches en vela con la
pregunta elemental: ¿acaso seré yo, maestro?
Las buenas y malas
conciencias esperaban que en su informe elseñorpresidentedelarepública
definiera el rumbo, mas no del país, sino de vidas políticas, de grupos en el
poder que habían empeñado su suerte en el carro de la revolución, algunos,
pocos, en las grandes ligas en el gabinete legal, otros en el ampliado, los más
en espera en cargos de tercer nivel o simplemente en la banca, en espera del
ascenso o de ser llamados por la voz del todopoderoso.
Tiempos aquellos de la
liturgia política en la que elseñorpresidente
era dueño de la verdad, oráculo en el pináculo del máximo poder en México.
¿Acaso será yo, señorpresidente?
Parafernalia del Informe del
Presidente de México.
Los medios de comunicación
jugaban el papel de heraldos de las buenas nuevas, de que “en el año del que se
informa”, según rezaba la clásica oración leída por el mandatario frente a la
República, es decir, los diputados, senadores, ministros de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, gobernadores, alcaldes, el gabinete en pleno e invitados
especiales, entre ellos integrantes del Cuerpo Diplomático acreditado en México
y etcétera, etcétera, etcétera.
Tiempos en los que, recién
incorporada a la vida política pública, legal, consecuencia de la reforma
política que le abrió las puertas del Congreso de la Unión, la oposición
partidista, de ascendencia comunista, de izquierda, se atrevía sin temor a
represalias a cuestionar el informe.
¿De qué informa el
Presidente si el país sigue igual?, planteaban en la recurrente y actual praxis
de cuestionar, criticar y descalificar a la tarea anual del gobierno federal.
Porque más que la aburrida
repetición de cifras, datos, frases grandilocuentes, que a los mexicanos poco
interesaba e interesa, porque la cruda realidad demuestra que más allá de dotar
de piso firme o casa de (des) interés social a familias jodidas o atender con
aspirinas a la eterna crisis en el campo expulsor de mano de obra barata a
Estados Unidos, los políticos esperaban el anuncio espectacular que
generalmente era la caída de un alto funcionario y el incremento salarial a la
burocracia. Y aplaudían y luego desfilaban en el besamanos en Palacio Nacional.
Tiempos de engañar con la
verdad y sospechosamente detener la entrega del informe, en esa larga noche del
último día de agosto de 1982 cuando José López Portillo se reservó, junto con
un cerrado grupo de amigos y su hijos José Ramón, en anuncio de estatizar, que
no nacionalizar, a la banca, la misma cuyos capitanes ya habían saqueado al
país y volverían hacerlo, mentís al mandatario en el nadir de su gestión que
advertía “no nos volverán a saquear”.
¿Anuncios espectaculares?
Del informe de Enrique Peña Nieto, a decir verdad no se esperaba nada
espectacular porque nada espectacular ha ocurrido.
Veamos. La firma del Pacto
por México y la aprobación de dos importantes reformas –la Educativa y la de
Telecomunicaciones—fueron paquetes largamente manoseados y finalmente
consensados de forma tal con una oposición que quiere dejar en el archivo la
fama de fundamentalista y violenta, que cuando se aprobó ya no sorprendió ni
movió a festejos con pirotecnia en el Zócalo de la ciudad de México.
Cierto, corren tiempos
inéditos como esto de obligar al señorpresidente
a cambiar de fecha y sitio la lectura de un mensaje, en el que salpicó datos y
repartió regaños, reproches, reconocimientos, saludos y previsiones, exhorto y
premoniciones de lo que se puede hacer en un escenario de tolerancia e
inclusión, diálogo y benevolencia franciscana con los “infiltrados” en esos
grupos que, desde hace nueve meses tienen fe y esperanza en desestabilizar al
país.
Nada, nada espectacular en
este primer informe, de nueve meses por cuestiones de calendario
constitucional, en el que Peña Nieto obtiene el bono del beneficio de la duda,
porque incluso echa la suerte de su primer año de gobierno a 120 días en los
que se puede hacer lo que en 245 no se pudo; quizá concretar pendientes y alzar
el vuelo de la alicaída economía que tiene pinceladas de maquillaje para
hacerla aparecer en crisis de solvencia.
¿Nos conmoverá el despido de
un miembro del gabinete si Peña Nieto ya demostró que hasta su padrino y
maestro Humberto Benítez Treviño se fue a su casa, despedido de la mejor manera
como albañil en san lunes vía el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio
Chong?
Pero, vaya, algo vuelve a
ser igual. Este despliegue de la política de comunicación que paga planas y
planas enteras en los diarios, bajo la ñoña impresión de que millones de
mexicanos leerán los mamotretos que se recetan íntegro el informe del señorpresidente porque lo consideran de
vital importancia.
Tiempos aquellos que se
recuperan en estos días de modernidad, en los que la tecnología ha puesto al
alcance de un botón la información que otros no acusan de recibido y retornan a
la liturgia del informe presidencial, con ceremonia de oropel en Los Pinos.
Más adelante, sin duda, el
presidente Peña Nieto tendrá elementos duros, fundamentales de qué informar a
la nación. Hoy, simple y llanamente fue un día en el que los puros del
periodismo añoraron los tiempos en los que presumían pedigrí de oposición y
descalifican a los que piensan diferente. ¿Anuncios espectaculares? Los habrá,
los habrá. Conste.