En los episodios
históricos de la guerra podemos encontrar un sinnúmero de atrocidades cometidas
por los seres humanos contra su prójimo. El escenario de la Guerra del Pacifico
durante la Segunda Guerra Mundial fue especialmente aterrador, con masacres y
actos salvajes pocas veces vistos en la historia. A pesar de esto, uno de los
momentos más sanguinarios no fue promovido por los seres humanos, sino por la
furia del mundo animal.
En los últimos meses que
antecedieron al conflicto, un pelotón con más de un millar de soldados
japoneses que se encontraba en una isla remota, ingresó a un pantano infestado
por cocodrilos y jamás retornó; una episodio que podría considerarse como la
mayor carnicería humana causada por animales en la historia registrada.
Durante seis semanas,
entre los meses de enero y febrero de 1945, el pantano infestado por cocodrilos
de la Isla Ramree, localizada en la Bahía de Bengala en la costa de Bruma, fue
el escenario de una sangrienta batalla entre japoneses y Aliados. La Batalla de
Ramree fue una piedra angular de la campaña de Burma y fue puesta en marcha con
el objetivo de expulsar a las Fuerzas Imperiales Japonesas que se habían
instalado en el lugar desde 1942. El 26 de enero de 1945, la Marina Real
Británica en compañía de la 36ª brigada de infantería india obligó a los
enemigos a retirarse de las costas y adentrarse en la isla, con la intención de
establecer en el lugar una pista para aeronaves. No resultó nada fácil expulsar
a los nipones, ya se habían preparado para ofrecer resistencia minando el
campo, construyendo nidos de ametralladora y alambradas que hacían la tarea de
avanzar algo muy complicado.
Tras una larga y
sangrienta batalla, las tropas aliadas lograron hacerse con la victoria
flanqueando la fortaleza japonesa y expulsando a los ocupantes, aproximadamente
1000 solados, con fuego de mortero y artillería. Los soldados japoneses en
retirada abandonaron la base y organizaron una línea de defensa con la
esperanza de que un batallón mayor pudiera reagruparse y auxiliarlos. La ayuda
jamás llegó. Los británicos lograron flanquear todos los puntos de la isla, y
no quedó más alternativa a los japoneses que seguir adentrándose al interior de
la pantanosa Ramree. Las tropas se adentraron unos 16 kilómetros en un terreno
fangoso y pantanoso, repleto de mosquitos y otros insectos venenosos.
Desestimando la propuesta de los británicos de que los prisioneros recibirían
un buen trato, los oficiales mandaron a fusilar a aquellos que ofrecían la
rendición. Fue en este punto que dio inicio el terrible suplicio de las tropas.
Se cree que los oficiales
japoneses tenían la seguridad de que, al cruzar el pantano, se encontrarían con
tierras más elevadas, pero la jornada era extremadamente ardua. En algún punto
los soldados se vieron atrasados por un lodo denso y pegajoso que detenía su
avance. Decenas sucumbieron a las enfermedades tropicales y ante el ataque de
las serpientes, arañas y escorpiones que se ocultaban entre los arbustos. El
calor era sofocante. Durante varios días, el hambre y la sed se volvieron unas
compañeras incomodas del viaje. Los hombres caían de bruces, sin fuerzas para
levantarse. Cuando descansaban un poco, eran bombardeados por navíos desde la
costa y por tropas británicas que habían desembarcado grandes cañones
posicionados en los límites del pantanal.
Más lo peor estaba por
suceder. Una noche, tropas británicas que patrullaban la periferia del pantano,
lograron escuchar sonidos de disparos y los gritos de pánico de los soldados
japoneses. Rápidamente se hizo evidente que algo terrible estaba sucediendo en el
corazón del pantano y que los soldados enfrentaban una fuerza maligna que los
estaba haciendo pedazos. Los británicos recibieron órdenes de mantenerse alerta
y no adentrase en el pantano. Los soldados de guardia pudieron escuchar los
gritos la madrugada entera y sólo podían imaginar lo que estaba sucediendo.
Los japoneses sabían que
la Isla de Ramree estaba infestada por feroces cocodrilos de agua salada, una
especie de reptil extremadamente agresivo que puede alcanzar los seis metros de
largo y pesar casi una tonelada. Cuando los exhaustos soldados ingresaron
tambaleándose en el pantano, fue como si una campana avisara a los cocodrilos
que la cena estaba servida. Las prendas sucias ensangrentadas de los heridos
atrajeron a los animales que vieron a cientos de objetivos potenciales para
atacar. Los soldados fueron despiadada y cruelmente masacrados por los
cocodrilos, y los sobrevivientes dieron testimonio de la forma en que los
animales se lanzaban en centenas contra los hombres, arrastrándolos en sus
fauces hasta el agua donde después los despedazaban. Los soldados intentaron
disparar a todas partes, pero los animales no se intimidaron con sus intentos
de resistencia. Algunos se treparon en los árboles y otros intentaron correr,
pero cuando un cocodrilo fijaba la vista en una víctima, avanzaba como una
máquina de matar imparable. Los relatos mencionan la forma en que los animales
aparecían de la nada, atacaban y arrastraban a sus víctimas a las turbias aguas
que después se volvieron rojas. Los hombres se reunieron en grupos, dándose la
espalda unos a otros en un intento por vigilar, pero no sirvió de nada.
Bruce Stanley Wright
describió este episodio en su libro “Wildlife Sketches Near and Far” de 1962:
Aquella fue una noche
horrible para las tropas posicionadas a la orilla del pantano y que escucharon
todo. Algunos hombres tuvieron que dispersarse de la patrulla al no soportar
los gritos que venían del interior. Los cocodrilos, atraídos por el sonido de
la batalla y por el olor a sangre, convergieron en millares al interior de la
isla empleando su porte raso para esconderse y atacar por sorpresa. El ataque
de cocodrilo de agua salada es rápido y certero, el animal se desplaza con
precisión, saliendo del agua sólo lo suficiente para atacar a su objetivo y
morderlo con dientes afilados capaces de triturar huesos como si fueran
ramitas. Los cocodrilos se concentraron en los heridos y en aquellos que
estaban demasiado extenuados o aterrorizados como para huir. El cocodrilo de
agua salada tiene una particularidad tenebrosa: continúa atacando a pesar de
que ha obtenido carne suficiente. Generalmente llevan a sus víctimas al agua, a
madrigueras inundadas donde acumulan los trozos de carne. Los soldados que
lograron correr fueron perseguidos en la oscuridad, teniendo que desplazarse a
través de un lodo que impedía su retirada. Incluso aquellos que lograron
treparse en los árboles no estaban a salvo. Los cocodrilos aguardaron
pacientemente hasta que el hambre los obligaba a descender y muchos prefirieron
acabar con el horror colocándose un tiro en la cabeza. El sonido de los
disparos y de los gritos se hizo cada vez más raro a medida que los hombres
morían, pero a veces era posible escuchar el sonido de las mandíbulas rasgando
la carne y los aullidos de dolor. El sonido de miles de cocodrilos masacrando a
mil hombres es algo que raramente se escucha en la Tierra, y no debe ser nada
agradable. Cuando amaneció, los zopilotes y buitres sobrevolaban el pantano,
ansiosos por limpiar aquello que los cocodrilos habían dejado. De los casi 1000
soldados japoneses en entraron en el pantano de Ramree, sólo 20 fueron
encontrados con vida.
Algunos de los
sobrevivientes que lograron salir del pantano y se entregaron a los británicos,
estaban en completo estado de shock, heridos o cubiertos con sangre de sus
compañeros. Nunca se llegó a saber el número exacto de soldados que encontraron
su fin en el pantano, y pese a la falta de confirmación del número exacto, el
Libro de los Records Guinness nombró a esta tragedia como “el mayor número de
víctimas humanas en un mismo ataque de animales”.
El tenebroso incidente de
la Isla de Ramree se hizo con una especie de aura de leyenda entre los
veteranos de la Guerra del Pacifico, junto con un relato similar del naufragio
del USS Indianápolis que cobró la vida de cientos de marineros, víctimas de un
furioso ataque de tiburones.
Hoy, la Isla de Ramree
sigue siendo muy similar a la de 1945. Un lugar salvaje e inhóspito, cuya
tranquilidad acostumbra a ser engañosa. Los cocodrilos de agua salada continúan
habitando el pantano y, quizá, los fantasmas de los soldados destrozados aun
continúen vagando por los suelos de aquel trágico lugar.