Rogelio Faz/Cartas desde Chicago. Con las elecciones de medio término para Congreso, como para gobernadores en algunos estados en los Estados Unidos, la suerte de los inmigrantes no autorizados sin duda está fuera de cuestionamiento. Por lo tanto, para la comunidad inmigrante documentada como ciudadanos, el votar no solo debería ser el despertar del gigante dormido que no acaba por despertar, también la integración al país.
El votar para elegir representación política es el proceso más socorrido al que se puede aspirar en una democracia. No obstante sigue siendo un reto en nuestra comunidad que no logra estar a la altura de la circunstancia.
La apatía electoral es un mal hereditario que se manifiesta en frases como: para qué voto, de todos modos hacen lo que quieren, sin negar que se ha ganado terreno en ese sentido no lo reflejamos proporcionalmente.
La Reforma Inmigratoria pende del resultado electoral del próximo martes 4 de noviembre día de las elecciones, y la participación tiene que ser contundente para no dejar dudas, y no atenerse a una acción presidencial con efecto temporal, de lo contrario seguiremos siendo parte del discurso de las promesas para después andar exigiendo en las calles lo que no logramos en las urnas.
Para nosotros la reforma es la piedra angular para cimentar la unidad familiar, privilegio del estatus legal, y un paso a la mentalidad al sueño americano, condición que no debería estar sujeta solo al resultado de las urnas.
A unos días de las elecciones las campañas políticas se han intensificado, cargadas de promesas y acusaciones, es imposible escapar de la publicidad de los candidatos, por lo tanto tampoco cabe la excusa del “se me pasó”, promoción a la que se suman organizaciones pro migrantes que exhortan a la comunidad a que salga a votar o que se registren así sea contra reloj.
Se pensaría que con tanta insistencia estaría resuelto el problema de la abstinencia, pero los números indican lo contrario. Solo en la ciudad de Chicago que cuenta con un poco más de 2.7 millones de habitantes, que es donde se concentra el mayor número de latinos en su mayoría mexicanos, muchos que pudiendo hacerse ciudadanos no lo han solicitado. Quienes ya lo son y están inscritos -230 mil- incluidos los puertorriqueños, representan el 16.3%. Y de los registrados, de acuerdo a elecciones anteriores de medio término un promedio del 8% participa. Una clara señal de que el gigante esta modorro. Y eso lo saben los políticos. Menos mal que en Illinois todo indica que quedarán los ‘amigos’ de los inmigrantes.
Con el asunto migratorio pendiente era para que ya no tuviéramos dudas de nuestra participación. Sin embrago, hay muchos que todavía andan chiflando en la loma, confiando en que las marchas y manifestaciones hablarán por ellos, con la idea de que como EU es un país de inmigrantes, la forma más cómoda de imponerse es haciendo concha, y para echar ancla, pues tener chamacos.
Digamos que está bien como plan con maña, pero hijos de inmigrantes comprometidos con el país, adaptados al sistema estadounidense, al sueño americano cívico responsables en lo político y social, con una conducta de orden y respeto que incluye votar, como ya los hay muchos. Pero también para muchos otros de nuestros escuincles que no sean ninis migrantes (ni estudian ni trabajan), parte de la problemática social; pandilleros, vagos, ladrones o con una baja calidad de vida, que nos conformamos con un “twelve pack of tortillas”, viendo telenovelas, películas churro o a 22 pelados correteando una pelota.
Por supuesto que son una minoría (¿?). Pero es muy notoria la presencia y apariencia. Y eso, es lo que desanima y molesta a los llamados antiinmigrantes que seguido los embarramos de discriminación y racismo. Que sin negar los hay y que abusan de nosotros, nos hemos agarrado de esos discursos como defensa y utilizamos otros como la integración familiar estilo “estadounidense”, intención de progreso, estudios y otras cosas.
Pero da el caso que los barrios identificados como mexicanos: Little Village y parte de Pilsen, son los que registran menor participación electoral. Y para cubrir la deuda echamos por delante a nuestras joyitas que han sobresalido en estudios o en negocios, y contamos sus historias desde que eran campesinos hasta que consiguieron el sueño americano. Muy conmovedor.
Aun así quedamos a deber y mucho. Como si la comunidad en su conjunto: el gigante dormido, no quisiera despertar ni siquiera para evitar que parte de su gente sea separada, algo que debería de estar fuera de cuestionamiento. De no reaccionar seremos carne de rechazo y calle de cultivo para el activismo de causas eternas. O votamos o nos botan.