viernes, 27 de enero de 2012

ALBERTO SAAVEDRA RAMOS. UN HOMBRE FUERA DE SERIE Isaías Alanís



¿Cómo empezar a hablar del doctor Saavedra? es una interrogante que no soy capaz de medir en su dimensión real. Podría escribir que es el tronco de un inmenso árbol cuyas raíces inagotables se encuentran arraigadas a Guerrero. De un ser humano indiscutible y un mejor amigo. De un hombre que ha visto en sus noventa años las mutaciones del poder sin marearse, y un boxeador que se ha subido al ring con la certeza de noquear a su adversario y perdonarle los golpes recibidos.
De un hombre cuya infancia podría ser narrada por Agustín Yáñez en alguna de sus novelas, pletórica de anécdotas, cuadros costumbristas y un gran calor humano, sencillo y de equilibrio.
De un hombre y su inmensa estatura de guerrero que a los diez años estudiaba el silabario de la vida y miraba pasar los autos por la vieja carretera a Acapulco, en el Chilpancingo rural, mitológico y festivo de esos años.
Lo conocí, primero entre giros y recovecos memoriosos en las palabras humeantes de don Alejandro Cervantes Delgado, posteriormente, nos encontramos en la silla de su comedor saboreando un coñac dulzón frente a un túmulo de fotografías del maestro Cervantes Delgado. 
Apasionado de la fotografía y de su profesión, medico cirujano, Alberto Saavedra Ramos, es un cronista vivo, no sólo del desarrollo de Chilpancingo, sino del estado.
Su estancia en la Ciudad de México, cuando estudiante, sus viajes con miembros distinguidos de la ciencia y la medicina nacional, las charadas versátiles que narra en su auto biografía, la relación respetuosa con el poder que le permitió no aceptar nada del gobierno de Rubén Figueroa Figueroa, y la amistad con casi todos los gobernadores del estado hasta la fecha; y con algunos, ser su medico de cabecera, le permitieron tener claridad en cuanto a las pesas y medidas del ejercicio del poder.
Alberto Saavedra, fue el creador del Hospital Militar, d Cruz Roja, y clubes de servicio, de la mejor clínica de Chilpancingo, y el que trajo al mundo a muchos hombres que ahora ocupan cargos importantes en el gobierno de Guerrero.
Amigo del Dr. Kumate, de Moreno Valle y del labriego más modesto de Amojileca, le han permitido vivir los noventa años que hoy celebra con su familia y sus amigos cercanos.
No me alcanzan las palabras para narrar las vivencias tenidas al editar la biografía de Saavedra Ramos, ya terminada en un noventa y ocho por ciento.
A lo largo de este periodo de cinco años o más, me he introducido respetuosamente en la vida recta del Dr. Saavedra. Su enorme capacidad narrativa y el estilo de su prosa virgen, libre y cadenciosa, me obligan a señalar que sin tantas ínfulas, Alberto Saavedra es un narrador nato, experto en medir el pulso preciso de las palabras y darles un valor en el texto.
Me asombraron sus crónicas de viajes cuando fue miembro del Colegio Militar. Esa gracia para describir la naturaleza humana sin tantos recovecos ni metáforas complicadas.
Espero que muy pronto, los chilpancinguenses, puedan verse en el espejo de los recuerdos de Saavedra Ramos, y para los que no fueron actores de lo narrado en su autobiografía, conocer de viva voz cómo y cuándo se desarrolla la capital del estado, y cuáles fueron sus avatares hasta ser lo que es hoy.
La autobiografía de don Alberto, es de doble lectura, la de la vida del doctor y paralelo, la del crecimiento y desarrollo del estado y especialmente de Chilpancingo. Lo paradójico es que el doctor Saavedra, al egresar como médico del Colegio Militar, pensaba sentar sus reales en Acapulco, pero una decisión oficial, cambio el rumbo de su vida y lo trajo a la capital, en donde ya es y será un símbolo de Guerrero.
Los cargos que ha ocupado son muchos, y no los voy a mencionar; nos quedamos con el que ya ocupa en el corazón de los chilpancinguenses, de su familia, hijos, nietos y bisnietos, amigos, familiares y colados.
Hoy brilla aun más su capacidad humana y sentido ético de la profesión de médico, hoy en día en banca rota. Y para prueba un ejemplo: cuando dejó la alcaldía de Chilpancingo, tuvo que vender su auto para sobrevivir. Eso, se lo podríamos preguntar a cualquiera que deja un cargo público, haber si es cierto.
Felicidades doctor Saavedra, por haber vivido la vida de todos y de todas en noventa juveniles años de vida.