DOS HISTORIAS |
1. Julián Vives León decidió ir al banco. No sabemos el trámite que
pretendía realizar. Era el martes 3 de enero de 2012. Empezaba el año. Llegó
temprano. Se formó en la fila porque solo un milagro permite realizar un
depósito o un retiro sin la necesidad de esperar largos y desesperantes minutos.
Había mucha gente.
"Pasadas las 9 horas, en el interior de la sucursal Bancomer ubicada
en División del Norte 1509, en la colonia Residencial Emperadores", Julián Vives
León se sintió mal. Al parecer, "un fuerte dolor lo obligó a llevarse las manos
al pecho, y en un instante se desplomó". Según algunos testigos, el hombre de 65
años "sufría espasmos que lo hacían convulsionarse". La escena no podía ser más
dramática.
"Nadie lo auxilió". Los clientes y los funcionarios del banco lo
miraban de reojo, imagino que algunos con curiosidad, otros con extrañeza e
incluso otros con auténtica inquietud. Pero "nadie hizo nada". Los cronistas nos
informan que "más que preocupados por la salud del adulto mayor, muchos usuarios
se mostraban impacientes por llegar a las ventanillas". Nerviosos pero
impasibles, los trabajadores del banco y quienes formaban las filas observaron
lo que sucedía, pero no movieron un dedo. Quedaron petrificados. Cada quien en
lo suyo.
"Apenas un guardia de seguridad se acercó a aquel hombre que yacía en
el piso, abandonado a su suerte y encarando a la muerte". No hubo ayuda. "Su
corazón se detuvo. Ahí murió ante la indiferencia de quienes hacían fila para
cumplir con un trámite bancario". En la primera versión de los hechos -la de la
página On line- se decía que "su cuerpo fue cubierto por una sábana azul..." y
que mientras reposaba en el piso "el banco continuó con su operación normal,
como si nada hubiera pasado. Sólo unos pocos clientes se salieron".
El parte policiaco, con su proverbial exactitud y frialdad notificó:
"Me permito informar que siendo las 10:20 horas... me ordenan por vía del radio
que pase a la calle División del Norte 1905 interior 201... donde se ubica el
Banco Bancomer sucursal 3555 entrevistándome con el C. Víctor Bautista Romero,
de 40 años, gerente, que informa que en el interior de dicha sucursal se
encuentra desmayado un masculino de aproximadamente 60 años".
Llegaron también los servicios médicos, una ambulancia de Protección
Civil "al mando del paramédico Édgar Martínez Pineda, quien luego de intentar
revivirlo con los primeros auxilios, diagnosticó muerte por paro cardiaco". Fue
entonces que se suspendieron las actividades de la sucursal.
La credencial de elector que portaba permitió conocer el nombre del
occiso y con posterioridad un hermano lo identificó plenamente. "Luego, el
cadáver fue llevado por una ambulancia fúnebre del Servicio Médico Forense"
(José Luis Ruiz y Fernando Martínez, "Murió en la fila del banco, ante la
indiferencia de los clientes", El Universal, 4 de enero de 2012).
2. "Hace treinta años solía quedarme despierto hasta muy tarde
escuchando los deshilvanados soliloquios de Jean Shepherd en la radio. Él
conducía un programa donde se hablaba de muchas cosas interesantes y se tocaba
un poco de música. Una noche contó una larga historia, que todavía recuerdo,
acerca de un ritual sagrado de una tribu del Amazonas. A grandes rasgos era como
sigue.
"Una vez cada siete años, los miembros de una apartada tribu cavaban
un profundo agujero en la selva, y hacían descender en él a su mejor flautista.
No se le daba comida, apenas un poco de agua, y no tenía ninguna manera de
salir. Hecho esto, los otros miembros de la tribu se despedían de él para no
volver jamás. Siete días después, el flautista, sentando en el fondo del pozo
sobre sus piernas cruzadas, comenzaba a tocar. Por supuesto, los miembros de la
tribu no podían escucharlo, sólo los dioses y esa era la intención.
"Según Shepherd, quien no era afecto a jugar con sus insomnes
escuchas, un antropólogo se había ocultado durante el ritual, y había grabado al
hombre tocando la flauta. Esa noche Shepherd iba a tocar precisamente esa
grabación.
"Me estremecí. Allí estaba un hombre a punto de morir, mareado por el
hambre y desesperado, recurriendo a sus pocas fuerzas y a su fe en sus dioses.
Un Orfeo del Nuevo Mundo, pensé.
"Shepherd siguió hablando hasta que finalmente, en el profundo
silencio de la noche en mi miserable cuarto de la Calle 13 Este, se escuchó el
débil sonido de una flauta ultraterrena: un tañido solitario e infinitamente
triste al que de cuando en cuando se mezclaban la acezante respiración del ser
humano, esforzándose en tocar de la mejor manera posible. No me importó entonces
y no me importa ahora si Shepherd inventó o no toda la historia. Todos nos
encontramos en el fondo de nuestros propios pozos..." (Charles Simic. El
flautista en el pozo. Ensayos escogidos. 1972-2003. Selección, traducción y
prólogo Rafael Vargas. Cal y Arena. 2011. P. 149-150).