Es frecuente
escuchar que en México se miente hasta para decir la hora. Inventamos la frase
de que es mejor una mentira piadosa a una verdad sincera. Miente el esposo, el
político, el leguleyo, la señorita, el joven. México es un país en donde la
mentira pública no es delito. No existe el perjurio como una figura jurídica
que pueda ser atracción principal de la judicatura.
¿Dónde
empezamos a engañarnos?
¿Y aún nos lo
preguntamos?
Hoy es 6 de
enero, día de la epifanía católica en que los Reyes Magos hacen su arribo la
noche de ayer, para colmar de juguetes a los niños que se portaron bien.
Los buenos
padres duermen temprano a sus chiquillos, pues parte de la tradición es que los
obsequiosos monarcas, no sean vistos por los pequeñines beneficiarios.
La fábula se
enriquece con imaginarios suculentos. Hay que ponerles agua en un trasto y
pastura en el traspatio, por si el elefante viene con hambre o el camello está
sediento. Entre mayor sea la parafernalia, más atractiva es la incertidumbre
por la cuantía del regalo de los Santos Reyes.
Ningún padre
que se precie de honesto y congruente, dice la verdad a sus hijos. La primera
mentira de la infancia corre a cargo de nosotros. Consolidamos en nuestros
descendientes nuestra cultura de la falsedad. El mito es parte de la estructura
mental y moral de nuestra sociedad. Si somos los autores de un universo
infantil de hipocresía, cómo queremos que ya adulto, no mienta el magistrado, el
periodista, el legislador, la ministra, el profesor, el médico, la policía, si
nuestra educación es precisamente la mentira.
“Somos
sembradores de rosales, por ello
cosechamos siempre rosas”: Amado Nervo.