Moisés Sánchez Limón |
Los políticos en general y
los mexicanos en especial, se quejan de la mala imagen que tienen ante la
sociedad. Paradoja de especial calibre porque tiene implicación masoquista del
que vota por ellos y los lleva al Congreso de la Unión.
El quehacer político no
tiene antecedente pulcro ni nacencia impoluta. Es una falacia aquello de
recuperar pulcritud y respeto hacia el quehacer político, cuando quien lo
practica es producto de lo que demerita a la política y la entroniza en el
campus de la impunidad. Repetir mil veces una mentira hasta convertirla en una
verdad.
Hacerse del poder en una
contienda democrática no es, en el nivel de la disputa de los cargos públicos,
una kermés. Quien busca un cargo de elección popular sabe que su vida privada
dejará de serlo y cualquier infracción, por mínima que haya sido y en el tiempo
que haya ocurrido, tendrá el efecto devastador del escándalo.
Ahí opera la fórmula básica
de hablar mal del contrincante, descalificarlo, evidenciarlo, disminuirlo,
ofrecerlo torpe y mentiroso, ladrón, vinculado a lo más horrendo del diagrama
delictivo y mental.
Andrés Manuel López Obrador
se cayó del top ten cuando buscó la Presidencia de la República porque se echó
a andar el slogan que lo ofrecía como una amenaza para México; Vicente Fox hizo
cera y pabilo con el juego de palabras del apellido de Francisco Labastida y se
burló, incluso, de su estatura física. A Gustavo Díaz Ordaz, la pírrica
venganza social fue calificarlo de feo y sanguinario, asesino y represor, senda
que igual transitó Luis Echeverría Álvarez porque el 2 de octubre de 1968 y el
10 de junio de 1971 nunca se olvidan.
Hasta hace poco tiempo
llamar homosexual a un político era descalificarlo. Por fortuna las
preferencias sexuales han dejado de ser motivo de descalificación generalizada,
cuando los políticos y aspirantes a serlo han salido del clóset. Claro, hay sus
salvedades como ocurre con el legislador panista Rubén Alanís Quintero, quien
debió renunciar a sus cargos en el Congreso de Baja California, porque lo
acusaron de pederasta.
Hoy lo más común es sembrar
la duda respecto de la honorabilidad y modo honesto de vivir de quienes aspiran
a un cargo de representación popular. Sin duda, nadie se atreverá a meter las
manos al fuego por, digamos, Fernando Castro Trenti, Antonio Gali Fayad,
Enrique Agüera Ibáñez, Francisco Vega de Lamadrid, por citar a los más
conocidos aspirantes a gobernador, de Baja California, y presidente municipal
de Puebla.
Fortunas mal habidas o de
dudosas procedencia, pasan al terreno de la impunidad una vez que sus dueños
ganan los comicios. Y justo es ése el paso en el que influye el voto ciudadano
que luego habrá de arrepentirse de haber sufragado a favor de, digamos, Andrés
Granier Melo, Mario Marín, Humberto Moreira, Fidel Herrera Beltrán, Vicente
Fox, Felipe Calderón, Carlos Salinas de Gortari, Leonel Godoy, Emilio González
Márquez.
Hoy caminan en su ruta
crítica las campañas en 14 estados de la república y, de la mano, sus
protagonistas llevan cubetas llenas de lodo para aderezar campañas de
desprestigio en contra del vecino de enfrente.
Hace seis años, en la
campaña cerrada entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador, cuando al
primero se le enmarcaba en el calificativo de borracho y al segundo le
aplicaban la etiqueta de violento, mentiroso y hasta asesino de uno de sus hermanos,
cuando joven por aquellas tierras tabasqueñas, el ex consejero presidente del
IFRE, José Woldenberg, sostuvo que lo que había en campaña no era guerra sucia,
porque ésta es otra connotación.
En efecto, quizá el equívoco
obedezca a la suciedad que se salpica en una singular guerra que es de lodo,
estiércol, detritus humano. Sí, hay una guerra de lodo y la descalificación
alcanza a los más próximos al candidato, cuyo equipo lejos de marginarse de
esta praxis la alimenta.
Ahí tenemos a Gustavo Madero
Muñoz, quien tiene el tiradero en casa y anda en campaña con la insistencia de
que el PRI-Gobierno es autoritario, corruptor y clientelar, entre otras
lindezas que ha dicho del priismo. Pero, igual, desde los cuartos de guerra del
PRI, sus genios de la ingeniería propagandística azuzan descréditos y restan
méritos al contrincante aliancista del PAN-PRD.
Por ello el alto índice de
abstencionismo que posibilita que un porcentaje menor de ciudadanos elija
libremente a quien le pega la gana aunque no crea en él y pasado mañana hablará
pestes de quien es su representante en el Congreso. Así, que nadie se duela
porque los mexicanos tenemos a los políticos que nos merecemos. Digo.
sanchezlimon@gmail.com