Homicidas,
plagiarios y extorsionadores afirman que con el autogobierno de las bandas
privaba la desconfianza en las cárceles.
Chihuahua.-
Originario del Valle de Juárez, Fernando Ordaz Oropeza se unió al cártel que
llegó a Chihuahua para pelear el control territorial por el trasiego de droga y
se convirtió en sicario. Ganaba mil pesos por semana.
Convencido,
dijo no ver con mala cara la función que realizaba, pues tenía coraje de las
“injusticias” que cometían los integrantes de La Línea del cártel de Juárez, el
cual, aseguró, empezó a exigir a su propia gente el pago de cuotas,
secuestraba, violaba y asesinaba a inocentes.
MILENIO
visitó cinco prisiones de Chihuahua que hoy están certificadas como “modelo”
por EU, donde conversó con sicarios, traficantes de droga, secuestradores,
extorsionadores, homicidas y violadores, sobre las causas que los llevaron a su
reclusión y cómo vivieron la guerra del narcotráfico.
Ordaz
Oropeza purga una sentencia de 14 años, de la cual ha cumplido cinco. Se le
encontró responsable de tres homicidios y de servir como sicario del cártel de
Sinaloa, por lo cual permanece en el Cereso Estatal número 3 de Ciudad Juárez.
—¿Por
qué las mató?
—Por
tantas injusticias que hacían por allá, el área de la que soy yo.
—¿De
dónde es usted?
—Soy
originario del Valle de Juárez.
—¿Quiénes
cometían esas injusticias?
—La
gente de La Línea, del cártel de Juárez.
—¿Y
usted siendo juarense no se alió con ellos?
—No,
por todas las injusticias
que
hacían.
—¿Qué
hacían?
—Pos
cobraban piso, cobraban cuota…
—¿Quién
ordenaba eso?
—Supuestamente
el mentado Diego (José Antonio Acosta Hernández, jefe de La Línea, quien
confesó en 2011, cuando fue detenido, que cometió mil 500 homicidios).
—¿Cuánto
le pagaban?
—Mil
pesos por semana.
Fernando
permanece en el área donde están recluidos Los Mexicles, pandilla ligada al
cártel de Sinaloa. Recuerda muy bien la manera como operaba para levantar y
asesinar a los miembros del grupo rival.
Usaba
un arma de fuego tipo AK-47 (cuerno de chivo) y equipo táctico para hacerse
pasar como policía; en las casas de seguridad llegaban a dormir entre 25 a 50
personas; viajaban en caravanas de 10 camionetas, con cinco pasajeros cada una,
para cazar a sus objetivos.
Sus
víctimas fueron ubicadas en el poblado de San Ignacio, en el Valle de Juárez;
las trasladaron con vida a la comunidad de San Isidro, donde las interrogaron y
asesinaron.
Señaló
que tiene grabadas en la mente las imágenes de los niños por el dolor de perder
a sus padres; empero, también piensa en las “injusticias” que cometieron sus
rivales.
—¿Qué
sintió después de haber matado?
—Pues
le da a uno coraje tantas injusticias que han hecho esas gentes por allá, en
todo Juárez, en cualquier parte… Ellos cuando llegaban mataban a niños
inocentes y todo…
Aseguró
que el tiempo que ha pasado en la cárcel le ha permitido reflexionar y cambiar,
sobre todo, descubrió el valor que tiene la familia. Sin embargo, no duda que a
su salida pueda sufrir represalias.
Pena vitalicia
Chihuahua
es la única entidad donde el secuestro, la extorsión y el homicidio de un
funcionario se castigan con pena vitalicia.
Sus
prisiones albergan un gran número de extorsionadores, la mayor parte mujeres
que tuvieron nexos con el grupo delictivo de La Línea.
Ellas
se encargaban de realizar las llamadas telefónicas para amenazar a dueños de
establecimientos o abrían cuentas bancarias para recibir el dinero que exigían.
Hoy están recluidas en el Cereso 2 Femenil de Ciudad Juárez.
Carla
Ivonne Ceballos, de 23 años, fue sentenciada a pasar toda su vida encerrada por
extorsionar al propietario de un negocio de comida. Apenas ha cumplido dos años
encerrada.
“Supuestamente
el señor dice que nosotras (ella y sus dos cómplices) llegamos y le pedimos
dinero”, relató.
—¿Cuánto?
—Mil
pesos.
—¿Y
no se los pediste?
—No.
—¿Entonces
por qué te sentenciaron?
—Porque
él (el dueño) me reconoció y dijo que yo era.
Ivonne
es vista por las autoridades penitenciarias como una interna disciplinada.
Además es “promotora de salud” en la enfermería de la prisión.
Dijo
que no pierde la esperanza de que se le revierta la pena, por lo que ya inició
los trámites legales.
Silvia
Barrera, de 22 años, quien tiene tres hijos —uno de cuatro meses, otro de dos
años y medio y uno de cinco—, comparte la celda con Claudia. También está
sentenciada por extorsión.
No
obstante, cumple una pena de solo 11 años, porque fue encontrada responsable
como cómplice.
—¿A
quién extorsionaste?
—A
nadie, era cómplice.
—¿A
quién extorsionaron?
—A
una farmacia.
Silvia
indicó que nunca entró al negocio, solo esperó afuera de éste. Todo ocurrió
hace dos años y medio, en Ciudad Juárez.
Ahora,
trabaja en el área de talleres, donde usa material reciclable para elaborar
carteras y canastas; también aprovecha para cursar el segundo año de secundaria
y busca obtener los beneficios que concede la ley a quienes presentan buena
conducta.
Al
borde del llanto, aseguró que extraña a sus niños y que una vez que salga los
sacará adelante, porque pretende poner una estética.
Vive
la guerra del narco
Édgar
consideró que no es propiamente un delincuente, a pesar de estar sentenciado a
10 años de prisión por secuestro, de los cuales ya cumplió nueve.
El
motivo que lo llevó a cometer el delito fue porque su socio, un abogado, se
negó en repetidas ocasiones a pagarle 2 millones de pesos que le debía.
Édgar
es químico de profesión y tenía un laboratorio en la ciudad de Chihuahua, donde
lo auxiliaba su amigo, quien lo defraudó con la mencionada cantidad.
—¿Tú
planeaste el secuestro?
—No,
haga de cuenta que sí le cobré; él se rehusó a pagarme después de un año; en un
tono molesto me dijo que no me iba a pagar y que hiciera lo que yo quisiera.
Eso ya me molestó y me llevó a cometer el delito de levantarlo y quitarle el
dinero.
—¿Tú
solo?
—No,
hay dos detenidos.
—¿No
hubo homicidio?
—No,
nosotros incluso lo soltamos ante de obtener el rescate; fue un poco más de 24
horas lo que duramos con la persona. Nos dieran o no el dinero, de todas
maneras nosotros ya lo habíamos soltado, no le hicimos un daño físico mayor.
Los
primeros siete años de cárcel los purgó en el Cereso Estatal número 1 y un año
y medio en el Cereso Estatal número 2; hoy lleva cuatro meses una vez más en el
número 1.
Al
sentenciado le tocó vivir la guerra entre los cárteles al interior de esta
prisión, misma que lo llevó a perder a su mejor amigo de celda, quien recibió
un balazo en la cabeza desde otro edificio.
—¿Te
tocaron los problemas que hubo aquí?
—Sí
señor, sí me tocaron.
—¿No
te amenazaron o hicieron algo?
—Sí,
era muy difícil en aquellos tiempos salir bien librado de la situación, porque
era mucha la desconfianza que había entre las mismas personas. Yo trabajo en la
escuela de este Cereso. Como es un punto neutral, cada vez que iba había mucha
desconfianza de las bandas que regían en aquellos tiempos los módulos. Eso es
lo que había antes, el autogobierno.
Comentó
que una vez que llegaba de la escuela a su celda, lo cuestionaban para saber
con quién habló y por qué volteaba a ver a otras personas. Antes, aclaró, no
había bardas, como las que hoy dividen el penal.
“Entonces
podían ver (las bandas) cuando una persona iba caminando por el pasillo… si en
el camino nos topábamos con alguien que era contrario, nos preguntaban qué
habíamos platicado. Y en la noche era difícil, pues, hablando fríamente, todas
las noches había un muertito fácilmente, incluso hasta más… Ya estábamos
acostumbrados a eso, vivíamos en suspenso, con miedo, porque todas las gentes
que vivían en el módulo estaban armadas…estábamos al bien de Dios”, detalló.
Édgar
solo espera que transcurran rápidamente los meses que le faltan para que cumpla
su castigo, y reunirse con su familia, la cual perdió todo desde que él ingreso
a la cárcel, ya que era el sustento. La experiencia, comentó, lo ha llevado a
estar más cerca de Dios.
Milenio