viernes, 20 de junio de 2014

“AQUÍ, TODAS LAS NOCHES HABÍA POR LO MENOS UN MUERTITO” Jesús Quintanar, de MILENIO


Homicidas, plagiarios y extorsionadores afirman que con el autogobierno de las bandas privaba la desconfianza en las cárceles.
Chihuahua.- Originario del Valle de Juárez, Fernando Ordaz Oropeza se unió al cártel que llegó a Chihuahua para pelear el control territorial por el trasiego de droga y se convirtió en sicario. Ganaba mil pesos por semana.
Convencido, dijo no ver con mala cara la función que realizaba, pues tenía coraje de las “injusticias” que cometían los integrantes de La Línea del cártel de Juárez, el cual, aseguró, empezó a exigir a su propia gente el pago de cuotas, secuestraba, violaba y asesinaba a inocentes.
MILENIO visitó cinco prisiones de Chihuahua que hoy están certificadas como “modelo” por EU, donde conversó con sicarios, traficantes de droga, secuestradores, extorsionadores, homicidas y violadores, sobre las causas que los llevaron a su reclusión y cómo vivieron la guerra del narcotráfico.
Ordaz Oropeza purga una sentencia de 14 años, de la cual ha cumplido cinco. Se le encontró responsable de tres homicidios y de servir como sicario del cártel de Sinaloa, por lo cual permanece en el Cereso Estatal número 3 de Ciudad Juárez.
—¿Por qué las mató?
—Por tantas injusticias que hacían por allá, el área de la que soy yo.
—¿De dónde es usted?
—Soy originario del Valle de Juárez.
—¿Quiénes cometían esas injusticias?
—La gente de La Línea, del cártel de Juárez.
—¿Y usted siendo juarense no se alió con ellos?
—No, por todas las injusticias
que hacían.
—¿Qué hacían?
—Pos cobraban piso, cobraban cuota…
—¿Quién ordenaba eso?
—Supuestamente el mentado Diego (José Antonio Acosta Hernández, jefe de La Línea, quien confesó en 2011, cuando fue detenido, que cometió mil 500 homicidios).
—¿Cuánto le pagaban?
—Mil pesos por semana.
Fernando permanece en el área donde están recluidos Los Mexicles, pandilla ligada al cártel de Sinaloa. Recuerda muy bien la manera como operaba para levantar y asesinar a los miembros del grupo rival.
Usaba un arma de fuego tipo AK-47 (cuerno de chivo) y equipo táctico para hacerse pasar como policía; en las casas de seguridad llegaban a dormir entre 25 a 50 personas; viajaban en caravanas de 10 camionetas, con cinco pasajeros cada una, para cazar a sus objetivos.
Sus víctimas fueron ubicadas en el poblado de San Ignacio, en el Valle de Juárez; las trasladaron con vida a la comunidad de San Isidro, donde las interrogaron y asesinaron.
Señaló que tiene grabadas en la mente las imágenes de los niños por el dolor de perder a sus padres; empero, también piensa en las “injusticias” que cometieron sus rivales.
—¿Qué sintió después de haber matado?
—Pues le da a uno coraje tantas injusticias que han hecho esas gentes por allá, en todo Juárez, en cualquier parte… Ellos cuando llegaban mataban a niños inocentes y todo…
Aseguró que el tiempo que ha pasado en la cárcel le ha permitido reflexionar y cambiar, sobre todo, descubrió el valor que tiene la familia. Sin embargo, no duda que a su salida pueda sufrir represalias.
Pena vitalicia
Chihuahua es la única entidad donde el secuestro, la extorsión y el homicidio de un funcionario se castigan con pena vitalicia.
Sus prisiones albergan un gran número de extorsionadores, la mayor parte mujeres que tuvieron nexos con el grupo delictivo de La Línea.
Ellas se encargaban de realizar las llamadas telefónicas para amenazar a dueños de establecimientos o abrían cuentas bancarias para recibir el dinero que exigían. Hoy están recluidas en el Cereso 2 Femenil de Ciudad Juárez.
Carla Ivonne Ceballos, de 23 años, fue sentenciada a pasar toda su vida encerrada por extorsionar al propietario de un negocio de comida. Apenas ha cumplido dos años encerrada.
“Supuestamente el señor dice que nosotras (ella y sus dos cómplices) llegamos y le pedimos dinero”, relató.
—¿Cuánto?
—Mil pesos.
—¿Y no se los pediste?
—No.
—¿Entonces por qué te sentenciaron?
—Porque él (el dueño) me reconoció y dijo que yo era.
Ivonne es vista por las autoridades penitenciarias como una interna disciplinada. Además es “promotora de salud” en la enfermería de la prisión.
Dijo que no pierde la esperanza de que se le revierta la pena, por lo que ya inició los trámites legales.
Silvia Barrera, de 22 años, quien tiene tres hijos —uno de cuatro meses, otro de dos años y medio y uno de cinco—, comparte la celda con Claudia. También está sentenciada por extorsión.
No obstante, cumple una pena de solo 11 años, porque fue encontrada responsable como cómplice.
—¿A quién extorsionaste?
—A nadie, era cómplice.
—¿A quién extorsionaron?
—A una farmacia.
Silvia indicó que nunca entró al negocio, solo esperó afuera de éste. Todo ocurrió hace dos años y medio, en Ciudad Juárez.
Ahora, trabaja en el área de talleres, donde usa material reciclable para elaborar carteras y canastas; también aprovecha para cursar el segundo año de secundaria y busca obtener los beneficios que concede la ley a quienes presentan buena conducta.
Al borde del llanto, aseguró que extraña a sus niños y que una vez que salga los sacará adelante, porque pretende poner una estética.
Vive la guerra del narco
Édgar consideró que no es propiamente un delincuente, a pesar de estar sentenciado a 10 años de prisión por secuestro, de los cuales ya cumplió nueve.
El motivo que lo llevó a cometer el delito fue porque su socio, un abogado, se negó en repetidas ocasiones a pagarle 2 millones de pesos que le debía.
Édgar es químico de profesión y tenía un laboratorio en la ciudad de Chihuahua, donde lo auxiliaba su amigo, quien lo defraudó con la mencionada cantidad.
—¿Tú planeaste el secuestro?
—No, haga de cuenta que sí le cobré; él se rehusó a pagarme después de un año; en un tono molesto me dijo que no me iba a pagar y que hiciera lo que yo quisiera. Eso ya me molestó y me llevó a cometer el delito de levantarlo y quitarle el dinero.
—¿Tú solo?
—No, hay dos detenidos.
—¿No hubo homicidio?
—No, nosotros incluso lo soltamos ante de obtener el rescate; fue un poco más de 24 horas lo que duramos con la persona. Nos dieran o no el dinero, de todas maneras nosotros ya lo habíamos soltado, no le hicimos un daño físico mayor.
Los primeros siete años de cárcel los purgó en el Cereso Estatal número 1 y un año y medio en el Cereso Estatal número 2; hoy lleva cuatro meses una vez más en el número 1.
Al sentenciado le tocó vivir la guerra entre los cárteles al interior de esta prisión, misma que lo llevó a perder a su mejor amigo de celda, quien recibió un balazo en la cabeza desde otro edificio.
—¿Te tocaron los problemas que hubo aquí?
—Sí señor, sí me tocaron.
—¿No te amenazaron o hicieron algo?
—Sí, era muy difícil en aquellos tiempos salir bien librado de la situación, porque era mucha la desconfianza que había entre las mismas personas. Yo trabajo en la escuela de este Cereso. Como es un punto neutral, cada vez que iba había mucha desconfianza de las bandas que regían en aquellos tiempos los módulos. Eso es lo que había antes, el autogobierno.
Comentó que una vez que llegaba de la escuela a su celda, lo cuestionaban para saber con quién habló y por qué volteaba a ver a otras personas. Antes, aclaró, no había bardas, como las que hoy dividen el penal.
“Entonces podían ver (las bandas) cuando una persona iba caminando por el pasillo… si en el camino nos topábamos con alguien que era contrario, nos preguntaban qué habíamos platicado. Y en la noche era difícil, pues, hablando fríamente, todas las noches había un muertito fácilmente, incluso hasta más… Ya estábamos acostumbrados a eso, vivíamos en suspenso, con miedo, porque todas las gentes que vivían en el módulo estaban armadas…estábamos al bien de Dios”, detalló.
Édgar solo espera que transcurran rápidamente los meses que le faltan para que cumpla su castigo, y reunirse con su familia, la cual perdió todo desde que él ingreso a la cárcel, ya que era el sustento. La experiencia, comentó, lo ha llevado a estar más cerca de Dios.

Milenio