JOSÉ MANUEL GÓMEZ |
Iguala,
el ojo del huracán político y social que azota a la entidad desde aquel
fatídico 26 de septiembre, quedara implantado en nuestra memoria colectiva,
como el dia en que los argumentos del gobierno y los discursos oficiales
quedaron sepultados en fosas clandestinas y acallados por un estruendo de
balas.
Las
consecuencias, van mucho más allá de los muertos y los desaparecidos, del dolor
de las familias y de la premura del gobierno, por tratar de salvar una idea, de
que todavía es él y no los grupos de la delincuencia organizada el que impone
el orden y la justicia en el territorio de la entidad.
El
sentir de los ciudadanos descansa en las preguntas sin respuesta, ¿Qué motivó
un acto de tal brutalidad? ¿Por qué si había una investigación federal respecto
a Iguala no se actuó a tiempo? Y claro, la detectivesca ¿Dónde diablos en el
mundo está José Luis Abarca Velásquez, alcalde de Iguala?
Queda
claro que Guerrero es un estado fallido, lo es porque sus alcaldes y sus
cuerpos de seguridad están infiltrados por elementos de las organizaciones
criminales. Lo es porque el ejecutivo estatal se ha visto rebasado y ahora
parece estar caminando hacia el cadalso, porque recurrió al argumento de culpar
a las autoridades federales por las circunstancias apremiantes que atraviesa,
ese mismo gobierno federal que ya tenía conocimiento de las condiciones de
ingobernabilidad que se vivían en Iguala
pero prefirió guardar silencio y estar a la expectativa.
Y
aunque a algunos les cueste verlo de esa manera a muchos de los que estén
leyendo este texto, Guerrero es un estado fallido porque su crisis no es solo
política y social, sino también educativa, porque las instituciones
responsables de formar a una nueva generación de profesores optan por
vandalizar e imponer sus ideas en vez de darle un espacio al dialogo, mientras
los resultados arrojados por Guerrero en las evaluaciones nacionales son
realmente pobres, y lo alumnos prefieren plantarse en huelgas de hambre en vez
de aprobar un examen de admisión.
La
imagen del convoy de la gendarmería entrando
a toda velocidad en las calles de Iguala para restablecer la
tranquilidad en el municipio, se vislumbra más como un cortejo fúnebre en donde
el cuerpo a velar es el mismísimo estado de derecho.