domingo, 2 de junio de 2013

Moisés Sánchez Limón/De escándalo en escándalo/Entresemana

Moisés Sánchez Limón

¿Hasta principios de la década de los 90 en el siglo pasado, cuántos políticos habrían caído a consecuencia del escándalo y sus excesos, de haber existido el celular y la Internet?
La divulgación pública de asuntos de alcoba y otros etcéteras de los entonces presidentes Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo, por citar algunos sin soslayar a una buena cantidad de políticos de primer nivel, por su rango de escándalo habrían cambiado el rumbo del país.
Dirán que acuerdos entre medios de comunicación y el poder político no han cambiado y, por ende, muchos asuntos se quedan en el rango de rumor y no trascienden públicamente con datos documentados y hasta fotografías. Sí, pero ya no es praxis generalizada.
Las llamadas redes sociales han permitido airear asuntos como el de #LadyProfeco y más recientemente #LadyDelSenado. El primero costó el cargo a Humberto Benítez Treviño, al frente de la Procuraduría Federal del Consumidor; el segundo permitió conocer la prepotencia de una supuesta defensora de causas sociales, senadora perredista Luz María Beristáin Navarrete.
Sin embargo, hay otros políticos de más reciente cuño que transitan en medio de la insultante impunidad, a consecuencia de acuerdos políticos, de primer nivel, no por opacidad o consecuencia del soslayo informativo de los medios de comunicación.
Andrés Manuel López Obrador que se llama perseguido y víctima de sus enemigos, evita la rendición de cuentas, por ejemplo, mientras en las redes aparecen evidencias de su riqueza amasada en su tránsito como prócer de la oposición de izquierda; tantos recursos le permiten solventar una cruzada nacional para construir al Partido de Regeneración Nacional, a partir de Morena, que consume importantes cantidades de dinero de cuyo origen se sabe poco, pero se sospecha de la legalidad de sus fuentes alimentadoras.
¿Estaríamos mejor con López Obrador? ¿Prosperaron los coahuilenses en el gobierno de Humberto Moreira? ¿Llegó el maná del cielo para los poblanos con la transición y el arribo al poder de Rafael Moreno Valle Rosas? ¿De verdad le fue muy pero muy bien a los michoacanos en el sexenio de Felipe Calderón? ¿Prosperaron los veracruzanos con la fidelidad de Fidel Herrera Beltrán? ¿Mejoró la calidad de vida de los bajacalifornianos durante los 24 años de gobiernos panistas?
¿Alguien podrá citar por su nombre a 20 los más importantes y respetables senadores y diputados de los últimos seis años? Sólo hay que recordar que son 500 diputados federales por legislatura y 128 senadores por sexenio.
Es lamentable, pero toda una realidad. Son más recordados los políticos que han tenido al escándalo como signo de vida, que aquellos famosos por su trabajo y resultados en beneficio del país, no sólo de sus representados. Puede sonar a rollo, pero no cabe duda, el ser humano es el único animal que se tropieza más de una vez con la misma piedra.
Y el tema viene a colación porque en poco más de un mes, mexicanos de 14 entidades de la república irán a las urnas. En la mayoría votarán por la renovación de sus congresos locales, presidencias municipales y, en el caso de Baja California, de gobernador.
Precisamente en aquella entidad, los partidos contendientes encabezados en alianzas por el PRI, el PAN y el PRD, remueven el lodo en esta guerra del descrédito, práctica del deporte de descalificar al contrincante y, cuando alguno de los aspirantes rinda protesta como gobernador, quién garantiza que de lo que él se dijo y publicó haya sido invento de la propaganda electoral.
En todo caso, más allá de la demagógica postura de gobernar para todos sin importar siglas ni ideologías, lo procedente sería, sería, que demandara por difamación al candidato derrotado. Pero eso es parte del juego. Así es esto de ir de escándalo en escándalo. Total, los electores no tienen memoria. Digo.