El escritor Antonio Prata
publicó recientemente un texto curioso en el diario Folha de S. Paulo,
quejándose del hecho de que las palabras tengan diversos sentidos. Afirmó que
no era necesario que fuera así, puesto que la combinación de consonantes y
vocales es infinita y, por lo tanto, sería posible que hubiera muchas más
palabras, lo que evitaría el «problema».
Prata sostiene que los
gramáticos deberían “aportar más racionalidad a la selva de la comunicación”.
Que en lugar de ocuparse de diéresis y cosas semejantes, deberían decretar, por
ejemplo, que la manga de camisa “lafana”, para evitar confusión con el fruto
llamado mango (manga en portugués).
Prata debería saber que sus
observaciones son clásicas, más antiguas que caminar hacia delante, no solo
debido a la polisemia, sino también a todas las figuras retóricas como las
metáforas y metonimias. Ríos de tinta han corrido sobre la oscuridad de las
lenguas naturales, y también sobre el hecho de que hay palabras que no
corresponden a objetos de la realidad. En ese campo se desarrolló lo que tal
vez haya sido el mayor debate de la Edad Media, entre realistas, nominalistas y
conceptualistas.
Muita gente cree que el uso
del mismo significante para denotar más de un significado genera confusiones,
por más que, de hecho, al hablar, la alegada confusión nunca ocurre, porque
cuando la gente habla se refiere a un tema bastante definido en contextos
también definidos, de modo que solo se entiende uno de los sentidos de la
palabra, el que corresponde, mientras que los demás quedan como reprimidos.
Por ejemplo, si un vendedor
de ropa dice algo como “mire qué manga tan original", a ningún comprador
se le ocurriría que le van a mostrar una fruta.
Las tesis que defiendo —que
aprendí a defender—, en favor de la cual hay muchos argumentos, es que nunca
leemos u oímos simplemente un texto en una lengua, sino los fragmentos situados
en una zona discursiva en la cual los textos siguen reglas específicas, incluso
las de la lengua, pero también otras. » Los textos se materializan en una
lengua, pero de un modo particular. En un texto de Física, la palabra fuerza
tiene un sentido preciso, definido en el discurso de la Física. No se trata de
un problema del inglés ni del portugués, sino de un problema del »fisiquez». ».
Lo mismo vale para todos los casos: o la interpretación está condicionada por
el tema (hacer compras, ver un partido de fútbol) o por el área (ciencia,
religión, política, derecho etc.).
Esto no quiere decir que los
textos sean transparentes. Significa que hay campos en los cuales las palabras
tienen sentido unívoco, porque la univocidad interesa a esos campos. Pero hay
campos en los que la univocidad no solo no interesa, sino que hasta sería
contraproducente, por lo que a nadie le interesa unificar concepctos. El caso
más claro es el de la literatura, pero en las religiones esa ambigüedad también
importa. ¿Qué es «una piedra en el camio»? ¿Quiénes son los «pobres de
espíritu»?
La cuestión fundamental no
es ninguna de las mencionadas. Lo fundamental es que una lengua «perfecta» no
sería funcional. ¿Cómo se distinguiría un grupo de hablante de otro si no
hubiera diferentes acentos o «modos de hablar» característicos? ¿Cómo darse
cuenta del estado de espíritu de alguien si no hubiera palabrotas ni
maldiciones? ¿Cómo hacer humor si no hubiera palabras con más de un sentido, o
incluso si no existiera la posibilidad de considerar que una expresión puede
estar formada por una palabra o por varias?
No me gustaría vivir en un
mundo en el que no fuera posible hacer chistes como el del músico que le dice a
un amigo que va al médico porque tiene temores sobre su salud. Al día siguiente
el amigo le pregunta: —¿Es grave? —No, pero es agudo. No me gustaría vivir en
un mundo en el que Millôr Fernandes no hubiera podido escribir que «el peor
dolor es el dolor de ausencia».
*Sírio
Possenti es lingüista, profesor en la Unicamp. Publicó numerosos libros. En sus
columnas combate prejuicios y análisis engañosos.