miércoles, 19 de diciembre de 2018

ENTRESEMANA Yaz, hace dos años… MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN

MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
¡Ah, cómo duelen las ausencias! No, Yaz, no lo había olvidado.
Hace dos días Daniel me envió un mensaje recordándome la fecha en que, obsequiosa como eras, nos regalaste tu ausencia como una llamada de atención, de ésas que solías hacernos en el papel de la madre que también me regaló su ausencia siendo niño para que aprendiera a luchar en la vida con las lecciones, breves pero imborrables que me dio.
Pero, vaya, que me disculpen mis cinco lectores, pero este espacio es tuyo, como lo asumías cada mañana para publicarlo en las redes. Decía.
Hace dos años nos obsequiaste tu ausencia convertida en crisol que unió voluntades y deshizo desencuentros. Sumaste una cascada de amistades que nacieron del manantial de tu bonhomía y desde la noche del domingo 18 de diciembre de hace dos años se despeñaron en muestras de solidaridad.
En dos años, hija, la vida ha ido por esos caminos inciertos, las rutas que quisiéramos adivinar aunque eso nos está vedado porque el destino es así: incierto. En dos años las amistades y líneas de sangre que hiciste se reencontraran, han ido consolidándose las más; las menos han sido presa del alejamiento.
Todos te recuerdan, todos. Mis amigos te recuerdan y aluden a esa sonrisa abierta, franca que tenías y el firme carácter, la decisión cuando me arropabas en esos días sin huella y me despejabas del sello de Baco para encaminarme a mi feliz orfandad.
Sí, eras mi cómplice, mi amiga y colega que me compartía sus secretos de vida y cada mañana o por la noche, como murciélagos colgados al teléfono, me contabas de tus aconteceres, de tus dolores del alma y de las ingratitudes de aquellos que, decíamos, son la mediocridad que nunca admitirá el triunfo ajeno.
Pero luego los perdonabas, Yaz. Y entonces tu gran corazón de pollo afloraba y abogabas por quienes no habían mostrado en ellos un ápice de ese gran ser humano que eras.
¡Ah, cómo me duele tu ausencia! Sí, sí, me dirás que todos los días me rondas con tu recuerdo, que todavía traigo en mi cotidianeidad el timbre de tu voz al teléfono para comenzar la mañana y comernos el mundo a puños; o por las noches para escucharte con la queja de esos etcéteras que te agobiaban pero a los que, reitero, perdonabas y decías entender o de plano dejabas en su libre albedrío para que hicieran lo que les viniera en gana.
Te platico, Yaz. Ayer se me adelantó otro buen amigo, de esos que se quitan la camisa para ayudar al prójimo. Se fue Ildefonso Zapata y me dolió su partida, como ocurrió hace unas semanas con Roberto Pérez, colega que en el último contacto que tuvimos me obsequió un libro. Creo que a ambos los conociste Yaz y, bueno, quienes lean estas líneas quizá no entiendan lo que entre periodistas entendemos. Y tú eras una periodista que se adelantó a la cobertura del acto al que todos estamos llamados. Cuando veas por ahí a mis amigos que se fueron, salúdalos de mi parte.
Bien. Hace un año te hablé de esos reencuentros, del dolor que calladamente procesan tus hermanos, tíos y amistades muy próximas, por tu ausencia. Y siempre que sale tu recuerdo a la plática, sin duda cada quien se guarda el sollozo y detiene la lágrima pero declara que te extraña.
Y cómo no, Yaz. Cómo no extrañarte si corrí a tu lado la vida que disfrutaste a plenitud, de esos tus amores de adolescente y tus días de escuela, cuando –bromeo con tu hermano Moy—en el papel de señora quedada debía peinarte los rizos y planchar tu uniforme y lustrar tus zapatos para que no sacaras cero en higiene y presentación en la escuela primaria Emiliano Zapata.
No, no se me había olvidado la fecha que me resisto a llamar luctuosa porque el luto lo llevaré por siempre; es una fecha en la que, he concluido, decidiste abonar a la unión de la familia con tu ausencia.
Y me la regalaste para forjar una etapa más de mi desarrollo como padre y profesional que soy de este oficio que decidiste abrazar porque quisiste seguir estos pasos del reportero que todos los días sale a la calle a partirse el alma sin pensar en mañana, porque es mañana.
Yaz, hace un año te dije te extrañaba y hoy te extraño más. Entiendo y asumo la realidad de que somos efímeros, protagonistas de historias y personajes de anécdotas que corren el riesgo, por lo menos, de ser efeméride sectaria porque de los periodistas sólo sabemos los periodistas y, por supuesto, nuestras cercanas familias.
Pero, Yaz, hija, te traigo en el corazón y en este don que Dios me dio de escribir porque merced a ello puedo desahogar estos recuerdos tuyos que se me anudan en la garganta y caigo en la complicidad con mis colegas y amigos a quienes un ser querido les regaló su ausencia.
Si te digo que, en la familia, todos están bien me dirás que ya lo sabes. Y sí, porque, ahí estás en cada momento, en cada espacio, junto a mi computadora, en la proximidad de mi almohada y en la sonrisa de tus hermanos Carlos y Daniel que fueron los más sólidos adolescentes que te acompañaron ese domingo que decidiste obsequiarnos tu ausencia.
Y estás en las palabras y actitudes de Moy, tu hermano gemelo astral que suele traer a la plática uno de esos grandes detalles tuyos, tus decires muy tuyos, hija.
Como te percatas no había olvidado la fecha. No la olvido; ahí viene la Navidad y estarás en mi mesa, a mi lado. Y viene el Año Nuevo y recordaré cuando bailamos juntos en esa despedida al Año Viejo y nos prometimos que, abandonados,  nada nos derrotaría junto con tus hermanos. Hoy nada me derrota porque estás aquí, aquí en este espacio que llenas todos los días con el recuerdo de tu ausencia. Te amo, Yaz. Conste.
@msanchezlimon