Las condiciones académicas, administrativas y de
internado de la Normal Rural de Ayotzinapa, son anacrónicas. Establecida en
otra época, cubriendo necesidades diferentes, atendiendo a un sobreseído
régimen político, el establecimiento sobrevivió como un retablo inserto en el
presupuesto público, a veces en el olvido, o bien aceptado como un mal menor al
que hay que subsidiar.
Hervidero disolvente, cinturón sagrado, espacio
prohibido, ha sido fogata votiva de estridencias, asonadas, disturbios y
sedición.
Para Chilpancingo y Tixtla representa un hoyo negro
civil que rompe con la tradición de vivir en paz y sin alborotos.
Hoy que la guadaña ultimó a tres inocentes personas -detonó
el clamor de justicia y despertó fulgores anímicos alborotadores-, se
multiplican las voces ciudadanas y gremiales exigiendo que la secular sede,
proterva nodriza de los peores epítetos, desaparezca.
Esto sólo será posible si la Universidad Autónoma de
Guerrero interviene de modo neutral y con un espíritu de solución, de arreglar,
modernizar la educación superior agrícola y, acabar con un ciclo caduco en la
enseñanza acuartelada, para transformarla en aulas abiertas, campus público,
academia franca.
Pese a que las demandas sociales exigen que sea el
gobierno del Estado quien desaparezca la Normal de Ayotzinapa.
No se apaga el fuego con gasolina.
Este lunar de efervescencia estudiantil debe
transformarse en Aula Mater digna y prestigiosa, para que en vez de egresar
muchedumbre vacía y multitud sin trapío, nos den orgullo sus profesionistas
porque lleguen a representar a futuro, lo mejor de las generaciones
estudiantiles de Guerrero.
Esto queremos.
PD: “Amo el amor que se transforma en pan”: Pablo
Neruda.